F. J. Calero
Enviado especial a Bruselas
Miércoles, 25 de diciembre 2019
Bruselas encarna, con sus contrastes y rarezas, la ciudad del futuro. En la capital de Europa, donde a falta de contenedores las bolsas de basura se apilan cada noche a pie de calle y se multa a quien no recicle, conviven gentes de más ... de 180 países distintos y de todo tipo de clase social. Más de 275.000 residentes de las 19 comunas que conforman la Región de Bruselas Capital son ciudadanos de otro Estado miembro de la Unión Europea, es decir, el 23% de toda la población bruselense.
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En el barrio de Etterbeek (50.000 habitantes), contiguo a las instituciones de la UE, uno de cada dos vecinos es extranjero, o mejor dicho, expatriado. Expatriado es el que llega a Bruselas con alta cualificación para trabajar -en la mayoría de casos- con buenos salarios. «Vivimos juntos pero no compartimos mucho. Estamos en burbujas. La mayoría no se mentaliza de querer quedarse aquí sino que prefiere volver a sus países por lo que no invierten tiempo en integrarse», describe Jean-François Maljean, funcionario del distrito y principal coordinador de la iniciativa Crisco, proyecto financiado por la UE para mejorar la cohesión social en ciudades multiculturales y en el que han participado medio centenar de vecinos.
Cada seis meses -cuenta Maljean- se reúnen para aprender de los ejemplos de las otro ocho ciudades europeas participantes. «En los países bálticos nos mostraban cómo integrar a la comunidad rusa. En Italia, a lidiar con el turismo masivo; y en Albania nos hablaban del retorno de segundas y terceras generaciones de emigrantes que no saben ni el idioma y se sienten como extranjeros», expone.
Desde Crisco han organizado cursos de cocina, compartiendo las recetas de sus platos nacionales, y de arte, por medio de la expatriada italiana, Laura Cascone, muy presente en el panorama cultural del distrito. «La mayoría no se siente belga pese a los años, se siente de Bruselas. Pero aquí puedes sentirte muy solo si no buscas integrarte», subraya. A veces, se plantea volver a Italia después de 17 años fuera. Sus hijos, todavía pequeños, van a la escuela europeas (centros educativos donde se imparte las clases en el idioma materno del alumno), no a la belga. Su colega de Crisco cree que parte de la falta de integración empieza por la escolarización de sus hijos: «La escuela es el primer lugar de socialización para conectar con los locales y muchos prefieren enviar a sus hijos a las escuelas europeas».
A lo largo del siglo XIX, Bélgica se ganó la fama de tierra de acogida gracias especialmente a la constitución de 1831, considerada una de las más liberales de la época en Europa. A mediados de siglo el filósofo hegeliano Karl Marx, después de huir de Prusia y Francia debido a sus ideas excesivamente revolucionarias, comenzó a escribir el 'Manifiesto Comunista' en el centro de la ciudad, quizá motivado por la eterna falta de luz en sus borrascosas calles.
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Con menos teoría política en los bolsillos, hace medio siglo portugueses, griegos, italianos y españoles emigraron a la meca de las patatas fritas y los gofres (con permiso de Lieja) en busca de un futuro mejor para sus hijos. Sergio Raimundo, portugués aunque nacido en Luxemburgo, lleva varios años en Bruselas como coordinador de la asociación SCI Belgium, que a través de la plataforma Cuerpo Europeo de Solidaridad, gestionada por la UE, recibe y envía voluntarios -de entre 18 y 30 años- para fomentar la integración por toda Europa. «Los portugueses son la mayor comunidad en Luxemburgo, pero como en Bruselas, había distintas clases entre nosotros. Los que nos integramos más, yo seguí la educación luxemburguesa, y los que trabajaban en las instituciones, que nos miraban por encima del hombro», comenta. A su juicio, Bruselas atrae a mucha gente de fuera por las oportunidades que ofrece como capital de Europa, «especialmente para la clase expatriada».
Como el 'expresident' catalán y fugado de la justicia Carles Puigdemont, que vive en su mansión de Waterloo pero que aspira a ser uno más en el barrio europeo de Bruselas, diariamente miles de personas van y vienen al centro de la capital para trabajar pero sin tributar allí. Bajo la superficie rica y funcionarial se esconde otra Bruselas: casi uno de cada tres habitantes vive en el umbral de la pobreza, por el 10% de Flandes y el 18%, de Valonia, según el Observatorio Social de Bruselas. A imagen y semejanza de España, Bélgica sufre un permanente bloqueo político debido a la falta de entendimiento entre la socialista y francófona Valonia y el nacionalista flamenco Flandes.
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«Parece que por este clima político la gente se detesta entre sí. Y para nada. Esta es una ciudad muy abierta», considera Fatiha Lamkadem, coordinadora de la asociación Objectif, dedicada especialmente a ayudar de manera gratuita a los extranjeros y a los apátridas a conseguir la ciudadanía belga para garantizar igualdad de derechos y oportunidades. Los padres de Fatiha vinieron de Marruecos a finales de los sesenta, como tantos otros, gracias a una convención que había con Bélgica para trabajar en la construcción, la fábrica y la mina. Mientras Fatiha atiende a este diario, una profesora está impartiendo francés básico a cuatro inmigrantes. En esta sede también se enseña a leer y a escribir. El analfabetismo afecta a uno de cada diez habitantes de la Región de Bruselas, aproximadamente 300.000 personas, según datos de la asociación por el derecho de alfabetización Lire et Écrire.
Pese a la multitud de iniciativas para integrar a inmigrantes en la capital, el resto del país se opone a la llegada de refugiados (53%, por un 30% favorable), según una encuesta de la fundación «Esto no es una crisis» del pasado mayo. En cambio, Bruselas es ciudad de acogida, o al menos eso pareció el pasado 18 de diciembre, cuando la casa del pueblo del céntrico distrito de Saint Gilles celebró el día internacional del migrante con una gran fiesta con comida tradicional árabe, conciertos y danzas tradicionales de Asturias y los Balcanes.
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El promotor de este evento de recogida de fondos es Aws, un joven iraquí de 33 años, refugiado en Bruselas desde 2009 y que recientemente consiguió la nacionalidad belga. En Bagdad tocaba en una banda de heavy metal. «Nuestra música criticaba la religión y la política, algo imposible de concebir allí», comenta en un muy buen español gracias a su trabajo como camarero en la casa asturiana de Bruselas. Como presidente de la ONG Los refugiados no están solos (RANA), Aws al Bayati hace de maestro de ceremonias junto a un belga y a una joven española. Presentan a otro refugiado, Abdulaziz Durkhan, oriundo de Homs, símbolo de la destrucción de la guerra en Siria, que expone una serie de fotografías y dibujos de su paso por los campos de refugiados en Grecia durante más de año y medio. «Decidí hacer estas fotografías para que la gente cambiara de idea sobre qué es un refugiado y dejara a un lado los prejuicios. Era muy duro integrarse en Turquía, aquí en Bruselas te ayudan más a que puedas mejorar el idioma», asevera este estudiante de informática en Bruselas. A sus 21 años, Abdulaziz ha vivido cinco años de guerra y tres en campamentos para refugiados, ahora solo desea visitar cada rincón de Europa, tantos como le permite su visado.
Molenbeek, el tradicional barrio de los marroquíes en Bruselas, ha sido tildado de cuna y refugio de yihadistas en los últimos años. Para contrarrestar el discurso xenófobo de la extrema derecha que buscó capitalizar el terror de los atentados de 2016, Objectif anima a los inmigrantes a formar parte de la vida política de Bruselas. «En 2006 conseguimos el derecho a voto de europeos y no europeos para las elecciones a nivel comunal», recuerda la portavoz de la organización, que en 2018 recibió 7.000 peticiones de ayuda. «Una de cada dos provenía de África del Norte, aunque hemos observado en los últimos años una fuerte subida de europeos, especialmente los británicos, a causa del 'brexit'», apunta.
Objectif formó parte de un proyecto europeo de 2016 con otras tres asociaciones para tratar de integrar a los inmigrantes en la vida política europea. «Quisimos agrupar a europeos y no europeos, pero en la base fue imposible unir a todos. No es fácil integrarse con los expatriados Yo les digo: 'Pero ustedes son también extranjeros, como si fuera peyorativo'. Desafortunadamente está la mentalidad de «después de mí, cierro la puerta». Y no solo europeos, entre los marroquíes de mi generación también está esa mentalidad», describe.
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