Secciones
Servicios
Destacamos
david s. olabarri
Miércoles, 2 de marzo 2022, 00:06
Antes de que empezasen a caer misiles sobre sus cabezas, en Járkov vivían 1,4 millones de habitantes. Es una ciudad industrial, la segunda más importante de Ucrania, situada a apenas 30 kilómetros de la frontera. En las calle de Járkov sólo se escucha el ruso y todos tienen algún pariente que vive al otro lado de la frontera. Para muchos, los rusos eran como hermanos.
Hasta 2014 prácticamente nadie en Ucrania pensaba que Rusia pudiese iniciar un ataque frontal. La revuelta de Maidan y el levantamiento de los separatistas apoyados por Rusia en la región del Donbass cambió de forma radical la percepción en gran parte de un país, en el que hay en torno a un 30% de ciudadanos de origen y costumbres rusas. En Járkov no tanto.
Esta ciudad está pegada al Donbass, a apenas 300 kilómetros de Lugansk. Durante estos ocho años de enfrentamientos en la región fronteriza -en los que han muerto unas 14.000 personas-, seguía habiendo bastante gente que se resistía a contemplar un ataque abierto de Rusia contra su población. Sus familias están a ambos lados de la frontera. «Somos medio ucranianos medio rusos. Mi abuela es de San Petersburgo y mi abuelo es de Fastov, en la región de Kiev. Éramos como pueblos hermanos. ¿Cómo íbamos a pensar que nos iban a bombardear?», explica Marina Shapobal, manager de ventas de 37 años de una tienda de interiorismo.
Todo cambió el pasado lunes. La ciudad ya llevaba varios días siendo bombardeada. Incluso algunos edificios de viviendas habían recibido el impacto de los proyectiles. Pero todavía había gente que pensaba que podía tratarse de un error o que incluso atribuía los disparos a las fuerzas ucranianas. Pero el lunes fueron asesinados «decenas» de civiles. Algunos de ellos fueron masacrados después de varios días encerrados en los sótanos. Personas que pensaban que se produciría un alto el fuego mientras duraban las negociaciones de Gómel. «Cuando salieron un momento a comprar agua y alimentos empezaron a dispararles», lamenta Lyudmila Hritsai, profesora de 25 años. Los vídeos de los civiles muertos en la calle junto a sus botellas de agua han sido la gota que colmó el vaso. «No entendemos por qué hace esto», añade Marina sin poder contener las lágrimas.
Quizá por esa sensación de rabia e incredulidad, el misil que cayó ayer a primera hora de la mañana en pleno centro de Járkov tampoco causó ya sorpresa. Marina sintió desolación. Y la confirmación de algo que muchos se resistían a creer. «Quieren destruir toda la ciudad», advierte.
El misil de crucero destrozó el edificio de la Administración regional de Járkov. A su alrededor no hay instalaciones militares. Sólo viviendas, comercios y oficinas. Varias fuentes hablan de 10 muertos y al menos 20 heridos. Todos civiles. Durante el resto del día siguieron cayendo más bombas -también en zonas residenciales- y siguieron acumulándose los muertos en las calles.
Marina Shapobal «Somos medio ucranianos medio rusos. ¿Cómo íbamos a pensar que nos iban a bombardear?»
Lyudmila Hritsai. «Mi tía vive en Rusia y cuando le contamos los ataques nos dijo que nos lo estábamos inventando»
Anna Chaka. «Estamos en un refugio 22 personas todo el día. Los niños se aterran cuando escuchan las bombas»
Tratorkin Iliiya. «He salvado la vida porque me quedé a dar de comer al gato y no salí cuando atacaban mi barrio»
En Járkov se ha extendido el pánico. Lyudmila explica que la gente cree que los invasores quieren destruir su ciudad, como pasó en Donetsk y Lugansk. Los que no huyeron los primeros días de guerra y no han cogido las armas se arrepienten de no haberlo hecho durante los primeros días. Pero las carreteras y puentes están reventados. Y nadie puede salir de los sótanos con seguridad.
En uno de estos refugios está Anna Chaka, con su marido y sus tres hijos. Junto a ellos hay otras 17 personas, entre ellas varios niños. Tienen baño y cocina. También bastante comida y agua, pero las reservas empiezan a acabarse y casi no hay nada abierto. Duermen allí todos juntos. Los niños sólo salen a la calle 5 minutos al día cuando no se escucha nada fuera. Lo peor es las caras de los pequeños cuando cae una bomba. «El sonido les aterra», explica Anna.
Noticia Relacionada
Una de las cosas que más indigna a los vecinos de Járkov es la incredulidad de sus parientes al otro lado de la frontera y las mentiras de las televisiones rusas. Lyudmila también tiene una tía en Rusia. «Cuando le contamos lo que estaba pasando nos dijo que era imposible, que nos lo estábamos inventando. Creen que no estamos en guerra, que el ejército ruso nos está liberando de los fascistas. En la televisión les dicen que la operación es un éxito», lamenta la joven. «Tampoco mis familiares se lo creen», añade Marina.
Publicidad
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.