«Gaza es lo peor que te puedes imaginar»
Testigos del drama ·
Las cooperantes españolas Ruth Conde y Carolina López relatan su experiencia en la FranjaSecciones
Servicios
Destacamos
Testigos del drama ·
Las cooperantes españolas Ruth Conde y Carolina López relatan su experiencia en la FranjaNo son los estallidos ni el miedo que provocan los aviones volando bajo o la presencia de helicópteros artillados. Lo que realmente genera pánico en la Franja de Gaza son las luces que, súbitamente, alumbran la noche cerrada. «Son un sistema de señalización para los ... bombardeos y preludia el ataque», explica Ruth Conde. «Su aparición es terrorífica». Hace doce años, esta enfermera pediátrica de Santiago de Compostela decidió dedicar su vida a la ayuda al otro, entendiendo ese prójimo como alguien especialmente desventurado. Tal compromiso la ha llevado a países tan devastados como Congo, Ucrania o Yemen, pero cree que nada se parece a ese rincón de Oriente Medio. «Es lo peor que te puedes imaginar», asegura. Ella ha vivido este drama en el sur del territorio, mientras que Carolina López lo ha conocido en el Deir al Balah, en el centro. Ambas forman parte del equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en aquel lugar y relatan su experiencia.
La cooperante gallega ha llevado a cabo su misión en la ciudad de Rafah. Esta población sumaba 300.000 habitantes antes de la invasión y ahora alberga a más de 1,5 millones. «Hay tiendas de campaña en cualquier sitio, incluso en mitad de la calle y no se puede circular», recuerda. «Se han llegado a asentar en las playas, húmedas y ventosas y sin canalización de aguas». Las condiciones sanitarias van en consonancia con la magnitud del desastre. «El sistema ha sidosuperado por la demanda y ha colapsado».
Los desplazados resisten a duras penas. Mantenerse con vida es la meta de quienes aguardan allí, último bastión de Hamas al alcance ya del ejército israelí. Conde trabajó en una planta desalinizadora. «Cuando llegamos repartíamos 8.000 litros y alcanzamos los 80.000», indica. «Lograr el agua y la comida del día es el único objetivo de la gente, eso y esperar que no pase nada. Sobrevivir se ha convertido en el propósito compartido por toda la población».
Pero el acceso al alimento es una misión titánica. Cada día entran unos 200 camiones que, además de viandas, pueden transportar combustible o material médico. «Pervive un pequeño mercado agrícola, pero sus precios son prohibitivos. Si antes de la guerra un kilo de patatas costaba un euro, ahora su precio se ha multiplicado por diez», lamenta. «Los productos de higiene son muy escasos y, en cualquier caso, resultan inalcanzables». La desesperación ha incitado al asalto de los convoyes de ayuda. «La gente sobrevive en condiciones indescriptibles y con un frío tremendo», aduce. «Te pones en su lugar, con tres hijos y nada que llevarse a la boca, y creo que yo sería la primera que se sube a un vehículo para robar una caja».
No hay paz ni una casa que no pueda ser alcanzada por los misiles. Los militares hebreos ordenan constantes evacuaciones que empujan a los gazatíes hacia la frontera. «El paisaje humano que ves es el de la migración constante», recuerda. «Son camiones abarrotados, coches con una docena de pasajeros y colchones atados al techo, personas caminando que acompañan a ancianos con minusvalías o empujan sillas de ruedas. Es una marea humana que perdió su hogar y ya ha sido desplazada varias veces».
El gobierno judío afirmó que el sur de la Franja era una zona segura. «Pero no hay ninguna zona segura», aduce la enfermera. «Abrimos en noviembre una clínica y duramos cuatro días. Nunca sabes lo que va a pasar en unos minutos». La consigna es minimizar movimientos. «Pero nada te garantiza inmunidad. Cada noche comprobabas que los bombardeos se acercaban, que el suelo vibraba. Nosotros, que gozábamos de techo y ventanas, no podíamos imaginar cómo se sobrellevaría eso dentro de una frágil tienda».
El precio mental de vivir al límite se antoja elevado. «Siempre disponemos de psicólogos, es importante, y aquí nos encontramos con individuos sometidos a un duelo profundo y permanente». Muchas de las víctimas han perdido a su familia, el hogar y el trabajo. «Hablamos de circunstancias extremadamente duras y, a menudo, suelen rondar ideas suicidas», alega. «Es la cara de la desesperación absoluta».
El espanto no ha hecho desistir a Ruth, que fue responsable de las actividades médicas de la organización en Gaza. Según sus cálculos, en los próximos 30 días más de 5.500 embarazadas darán a luz y la guerra ha cortado el acceso a la atención materna. El hospital Emiratí, único en el área, sólo puede atender los casos más urgentes y con riesgo de muerte. El peligro no la arredra. «Volvería, porque tenemos la sensación de estar en el lugar y momento correctos haciendo lo correcto», afirma.
No era la única española con esa conciencia solidaria. Hace dos meses, la zaragozana Carolina López se hallaba a mitad de camino, entre la desolación del norte, donde se ubican Gaza City o Jabalia, ciudades abandonadas y destruidas, y la abarrotada Rafah. Ella comenzó en el ámbito de la cooperación internacional como promotora de salud, pero su cometido ha ido evolucionando hasta asumir la coordinación de emergencias y proyectos.
La especialista ha recorrido el mundo, desde América Latina a Bangla Desh, y asegura que sólo ha visto un drama de tales dimensiones tras el terremoto de Haití. «Fue también una experiencia muy dura, pero no lo había provocado el hombre», denuncia. «El 18 de diciembre, cuando entramos, sólo veíamos gente acampada, pero sin tiendas, bajo plásticos y maderas», explica. Su destino era el Hospital Al Aqsa, en Deir al Balah, en la Middle Area.
El centro posee 240 camas y en enero ya tenía 700 pacientes. Las carencias eran abrumadoras. «No sólo faltaba material, también recursos humanos e, incluso, espacio, porque la gente buscaba refugio en su interior. Los drones lanzan panfletos con órdenes de evacuación por bloques y, si es el tuyo, debes salir de inmediato».
Las directrices de los asaltantes obligaron a despejar las casas a 150 metros del edificio mientras los tanques estaban a dos kilómetros. «Los enfermeros gazatíes se jugaban la vida para llegar porque había francotiradores». «Muchos optaron por dormir dentro hasta que ellos y sus familiares recibieron la notificación que implicaba su marcha».
La sensación de impotencia es inevitable. «Esto no lo puede gestionar nadie. Es muy frustrante. Pasas de la tensión al agotamiento y la desesperación», revela. «No hacemos ayuda humanitaria, no tenemos un mínimo de seguridad para el personal y el paciente porque no hay un sitio seguro. No planteas estrategias de trabajo, imposible, haces hoy lo que puedes y ya está».
Poco después llegó la sentencia para Al Aqsa. Había que partir. Los hospitales del norte ofrecen alguna atención, sin equipos ni material médico, y los pocos residentes que aún permanecen se enfrentan a una situación fantasmagórica. «La Administración ha desaparecido. Algunas personas en el Ministerio de Salud siguen trabajando pero la mayoría de las instituciones carecen de sede porque han sido destruidas».
Las dos cooperantes se preguntan qué sucederá con el millón y medio de personas que ha alcanzado Rafah, una suerte de callejón sin salida en el que, además de los asaltos militares, se prodigan las infecciones respiratorias y los enfermos crónicos carecen de fármacos. «A diferencia de otros conflictos, aquí nadie puede moverse porque Egipto mantiene la frontera cerrada a cal y canto», señala López. «No puedo entender cómo hemos llegado hasta aquí, hasta esta situación tan excepcional y que nadie lo pare».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La proteína clave para la pérdida de grasa
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.