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Las fugas detectadas en septiembre en el gasoducto submarino Nord Stream no fueron producto de un accidente. Las autoridades suecas anunciaron este viernes que las investigaciones preliminares han permitido hallar «trazas de explosivos» en la zona en la que se detectaron los escapes de gas, ... lo que confirma la teoría de que la infraestructura fue objeto de un «flagrante sabotaje».
Así lo indicó el fiscal sueco a cargo de la investigación, Marts Ljungqvist. En un comunicado, su oficina detalló que los análisis realizados en aguas de Suecia y Dinamarca, el mar Báltico, «muestran trazas de explosivos en los objetos no autóctonos hallados». Sin embargo, las principales incógnitas en torno a lo ocurrido siguen sin tener respuesta: quién está detrás del sabotaje y cómo se colocaron las cargas explosivas. El fiscal aseguró que los trabajos continúan «para poder alcanzar conclusiones más determinantes» sobre el incidente y determinar «si se puede señalar a algún sospechoso».
La complejidad de un ataque de este tipo -con la colocación de cargas explosivas a gran profundidad y en medio del mar Báltico- hace que los expertos sospechen de que el sabotaje tuvo que ser obra de un Estado, ya que requirió de medios e informaciones de servicios de inteligencia que solo están al alcance de una nación. Para Occidente, Rusia sigue siendo el principal sospechoso, ya que de no demostrarse que las averías fueron intencionadas, Moscú podría sortear sus incumplimientos de contrato con la UEpor cortar el suministro de gas al continente.
Las dudas que sobrevuelan al Kremlin tienen su origen en su uso de la energía como arma para presionar a la Unión Europea (UE) desde el inicio de la invasión en Ucrania. De hecho, las autoridades de Alemania, Dinamarca y Suecia han excluido a Rusia de las investigaciones sobre lo ocurrido. El país, por su parte, presentó una protesta formal y advirtió de que no reconocerá el resultado de ningún informe en el que no haya participado.
Este viernes, el Kremlin volvió a negar su implicación en el ataque al Nord Stream, pero se congratuló de los datos aportados por la investigación. «Los análisis preliminares confirman nuestras informaciones, que se trata de un acto subversivo o terrorista (...). Es importante descubrir quién está detrás de las explosiones», destacó su portavoz, Dmitry Peskov. Aseguró, además, que Moscú esperará a un informe completo de daños antes de decidir si repara o no el gasoducto. Alemania, por su parte, advirtió de que la corrosión que provoca la entrada de agua del mar en el tubo dejará la infraestructura inutilizada de forma permanente.
Moscú tampoco dudó en señalar a Washington como responsable del ataque desde el principio y denunció las «actividades de buques de guerra estadounidenses» en el lugar donde se habían registrado las averías. Con todo, el mes pasado, el Ministerio de Defensa ruso cambió el discurso y dijo que la marina británica había volado la infraestructura. Londres descartó esa teoría rápidamente y aseguró que se trataba de una mera distracción para apartar el foco de los fracasos militares del Ejército ruso en Ucrania.
Las sospechas de que el Nord Stream había sido objeto de un ataque comenzaron pocos días después del incidente, cuando sismólogos daneses aseguraron haber detectado explosiones poco antes de que se produjeran las fugas del Nord Stream 1 y 2. El primero de los dos tubos que unen Rusia y Alemania permanecían fuera de servicio, después de que Rusia cortara el suministro; mientras que el Nord Stream 2 nunca entró en funcionamiento. Con todo, los dos gasoductos estaban llenos con 177 millones de metros cúbicos de gas, que debía permanecer a una presión constante.
Los cuatro boquetes, dos en cada tubo, fueron calificados por la empresa operadora de la infraestructura –Nord Stream AG– como «una avería sin precedentes». Es más, según señaló un diario sueco, los agujeros del Nord Stream 1 tendrían una dimensión de 50 metros de longitud. Se calcula que los escapes de gas emitieron a la atmósfera el equivalente a un tercio de la contaminación que genera Dinamarca en un año, lo que los ecologistas calificaron de «desastre medioambiental».
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