Ofensiva, contraofensiva. Avance, retroceso. Conquista, liberación. Hace ya más de dos años y medio que Rusia invadió Ucrania en una operación militar especial que Vladímir Putin negó hasta que se produjo, y que muchos voceros de Moscú afirmaron que sería fulminante. «Rusia se irá de Ucrania en unos días. No va a ocupar Ucrania ni atacar a la población civil», avanzó en febrero de 2022 Liu Sivaya, una prominente propagandista hispano-rusa cuyo discurso ha ido cambiando, como el del Kremlin, para adaptarse a las diferentes fases por las que pasa este macabro tango. Del 'tomaremos Kiev en una semana' al 'es una guerra de desgaste', pasando por un comodín que ha ido perdiendo fuerza: 'si Occidente se involucra más, ahí tenemos las armas nucleares'.
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Eso sí, en ambos bandos la consigna informativa está clara: pase lo que pase, esta guerra la vamos a ganar. Pero la realidad es tozuda y demuestra que la están perdiendo los dos: decenas de miles de soldados han muerto junto a unos 30.000 civiles, multitud de ciudades han quedado arrasadas, y solo Ucrania ha gastado más de 300.000 millones de euros.
Nadie podía prever que fuerzas ucranianas, teóricamente muy inferiores a las de sus vecinos, resistirían tanto tiempo y acabarían tomando parte de la región de Kursk en la primera invasión de territorio ruso desde la Segunda Guerra Mundial. Tampoco que parte de los militares rusos, ondeando la enseña mercenaria de Wagner, se rebelarían contra sus altos mandos y protagonizarían una rebelión que amenazó con llegar hasta Moscú, y que acabó costándole la vida a su líder, Yevgeny Prigozhin. Sin duda, la contienda ha deparado muchas sorpresas.
Cuando millones de ucranianos huyeron en masa del avance de tanques marcados con una Z, en imágenes que recordaron a otras protagonizadas por soldados con esvástica, no se podía prever que la invasión daría un espaldarazo a la transición energética europea y que asestaría la puntilla a la crisis económica alemana. Ni que se produciría un terremoto en relación geopolítica de China y Occidente mientras Estados Unidos y Europa sumaban fuerzas para cruzar diferentes líneas rojas en el combate contra el país más extenso del mundo: primero enviando tanques, luego con aviones caza, y, finalmente, con el visto bueno para el uso de su armamento contra objetivos dentro de Rusia.
Putin quería evitar la expansión de la OTAN y ha logrado que Finlandia y Suecia accedan a la Alianza Atlántica, añadiendo así 1.340 kilómetros de frontera con ella. Y que Ucrania se convierta en candidata a ingresar en la Unión Europea por la vía de urgencia. También ha tenido que buscar alternativas para mantener vivo el lucrativo negocio de los hidrocarburos, y tiene que hacer todo tipo de piruetas para proteger su economía del impacto de las numerosas sanciones impuestas por el bloque occidental.
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Todo ello demuestra que nada sucede como se prevé. Salvo una cosa: los cementerios no dan abasto. Como el de Irpín, donde se han tenido que habilitar nuevos terrenos cercanos a la ladera de una montaña para albergar los cuerpos de quienes luchan en el frente. «Por lo menos, ya no son civiles», cuenta uno de los enterradores, haciendo alusión a los cientos de fallecidos que dejó la ocupación rusa del comienzo. El marido de Alla Krotikh es uno de ellos. Perdió la vida defendiendo la ciudad, y ahora su familia trata de salir adelante en un país que va reconstruyendo aquellas localidades de las que ha expulsado a los invasores. A ellas han regresado más del 60% de quienes escaparon en un principio, pero muchos se han encontrado sus viviendas reducidas a un ennegrecido esqueleto de hormigón o a un montón de escombros.
6,17 millones de ucranianos
tienen estatus de refugiado. La mayoría reside actualmente en la Unión Europea, y casi un millón ha regresado a su país.
Más difícil, o incluso imposible, resulta regresar a las localidades que están aún bajo control de Putin, en las que se obliga a los ciudadanos a nacionalizarse rusos. En septiembre de 2022, Moscú anexionó las repúblicas de Luhansk y Donetsk junto a las regiones de Zaporiyia y Jersón, donde sus tropas han logrado los avances más significativos del último año para controlar el 70% de estos 'nuevos territorios', donde se estima que viven unos 3,4 millones de ucranianos. Hasta enero de este año, Rusia había expedido tres millones de pasaportes en esas zonas. Es una rusificación forzosa que contrasta con las acusaciones de que Kiev discrimina el uso del ruso, ampliamente utilizado en la mitad este de Ucrania.
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Hay zonas ocupadas en las que, por mucho que la propaganda rusa trate de hacer creer lo contrario, pasará mucho tiempo antes de que la vida pueda retornar a ellas. En lugares escenario de encarnizadas batallas, como Mariúpol o Bajmut, es raro el edificio que ha sobrevivido sin daños. Moscú, sin embargo, trata de dibujar una arcadia feliz con nuevos bloques construidos en tiempo récord, como si fuese China, que son solo una colección de pisos piloto y fachadas de cartón piedra para un mundo vacío. Incluso Putin viajó de noche para inspeccionar una de las nuevas urbanizaciones.
«Una de las grandes victorias de Ucrania ha sido confinar la agresión al Donbás, permitiendo así que el resto del país haga una vida más o menos normal, aunque los misiles y los drones rusos siguen provocando sobresaltos. Otra, llevar la guerra a territorio ruso», comenta un comandante destacado en Donetsk que prefiere mantenerse en el anonimato porque no ha solicitado permiso para hablar con la prensa. «La batalla ha cambiado sustancialmente con el tiempo: al principio muchos la comparaban con las Guerras Mundiales, mientras que ahora se han extendido los drones y ha propiciado un giro en la estrategia».
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Por otro lado, Alexander Kamyshin, a quien este periódico entrevistó en víspera de jurar su cargo como ministro de Industrias Estratégicas, ha liderado el desarrollo de la industria armamentística ucraniana para dotarle mayor capacidad. «Para septiembre de 2023, la producción se había triplicado. Y hasta septiembre de 2024 se duplicó de nuevo. Drones, munición, vehículos blindados y misiles pueden ser fabricados más rápido siempre que nos lleguen componentes», comentó.
Kamyshin ha puesto en marcha 'el polígono de hierro', un plan que permitirá a Ucrania fabricar hasta tres millones de drones y avanzar en otros sistemas robóticos. Todo para incrementar su autosuficiencia en caso de que los socios le den la espalda. «Continuaremos construyendo la industria de defensa», prometió Kamyshin durante la última remodelación del Ejecutivo, en la que fue encumbrado como asesor del presidente en Asuntros Extratégicos. Se convierte así en uno de los hombres fuertes de Volodímir Zelensky, cuya transformación -no exenta de polémica- de cómico a estratega de guerra va camino de convertirle en una figura a la altura del Che Guevara.
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«Pero es evidente que nada de esto habría sido posible sin la ayuda extranjera y que todo pende de un hilo», añade el comandante de Donetsk, preocupado por lo que pueda suceder en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre. «Si gana Trump, los republicanos podrían recortar la ayuda», señala. De momento, la guerra se libra en dos zonas: la del Donbás, en el este de Ucrania, y en las inmediaciones de la ciudad norteña de Járkiv. Si bien las tropas ucranianas han tenido éxito en sus operaciones en la segunda, los rusos han continuado avanzando en la primera. La movilización de tropas aterra en ambos países por igual, y cada vez son más los que exigen una salida negociada, porque una victoria no parece cercana y la única certeza que hay es de que cada día de guerra que pasa, más grandes son los cementerios.
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