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El féretro fue trasladadado cubierto con el estandarte real sobre el que reposan flores y la corona imperial. AFP

Colas de quince kilómetros para dar el último adiós a Isabel II

La capilla ardiente de la reina británica permanecerá abierta al público en Westminster hasta la celebración del funeral el próximo lunes

LOURDES GÓMEZ

LONDRES

Miércoles, 14 de septiembre 2022, 16:22

La reina Isabel reposa desde este miércoles en su ataúd de roble en el centro del gran hall de Westminster, donde se instaló la capilla ardiente en una ceremonia presidida por su sucesor, Carlos III, sus hermanos y otros miembros de la familia. El recinto ... permanecerá abierto al público y los selectos invitados internacionales hasta cinco horas antes del funeral, previsto para el mediodía del lunes (hora española) en la vecina abadía anglicana. El entierro tendrá lugar ese atardecer en el castillo de Windsor, a las afueras de Londres.

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El Palacio de Buckingham recuperó ayer su plena función como sede estatal de la monarquía británica. Un centenar de soldados montaron una guardia de honor en la explanada exterior, mientras el cortejo fúnebre de la monarca cruzaba el arco central del edificio y asomaba en la rotonda de Victoria. El área se había despejado de súbditos nacionales y turistas, no quedaban ofrendas florales ni ositos 'Paddington', y el foco de atención simplemente se centraba en la comitiva que trasladó en solemne procesión los restos mortales de la matriarca Windsor hasta el Parlamento de Westminster.

La corona imperial brillaba sobre un cojín de terciopelo, junto a un ramo de rosas y dalias blancas intercaladas con ramas de pino y hojas de lavanda y romero de los jardines de Balmoral y Windsor, residencias favoritas de la difunta en Escocia y al oeste de Londres. El estandarte real cubría el féretro, montado sobre un carro de combate de la rebautizada Tropa Montada de Artillería del Rey. Y al fondo, detrás de los caballos negros, caminaban los cuatro hijos de Isabel II, seguidos de los príncipes Guillermo y Enrique y otros miembros de la familia.

Carlos III, la princesa Ana y los príncipes Eduardo y Guillermo desfilaron en uniforme militar, representando a los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Los duques de York y Sussex, partícipes en las guerras de las Malvinas y Afganistán, fueron relegados a lucir varias medallas en la solapa de sus chaqués. El estricto protocolo de las funciones de Estado se impuso sobre los díscolos miembros no activos de la monarquía en el preámbulo de la despedida final de su madre y abuela.

Procesión silenciosa

Cañonazos lanzados desde Hyde Park y las campanas de Big Ben rompieron a intervalos el silencio de la procesión. También se oyeron ocasionales aplausos en honor de la reina difunta y el rey por parte de las masas, que se apretaron contra las vallas del recorrido por el paseo del Mall, la avenida Whitehall y en torno a la plaza del Parlamento. Tuvieron que madrugar para asegurar una buena posición y evitar agobiantes nudos humanos que se formaron ante la sucesión de calles cerradas al tráfico a pie y rodado.

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Al sur del palacio, el normalmente solitario paseo Birdcage parecía un escenario de los años de plomo en Irlanda del Norte. Un muro portátil de metal se extendió a través de la calzada, con una estrecha abertura por donde los transeúntes pasaban uno a uno en dirección a Westminster. La plaza del Parlamento estaba vetada al público y otro portón metálico cortó los accesos al puente de la torre del Big Ben y la estación del metro. La procesión de ayer fue simplemente el entrante del plato fuerte del funeral de Estado que congregará a más de un centenar de jefes de Estado y Gobierno en la abadía de Westminster, donde el ataúd llegará el lunes desde el histórico hall del complejo parlamentario.

El cortejo estaba acompañado por una banda de la Guardia Escocesa y la banda de la Guardia de Granaderos que interpretaron las marchas fúnebres de Beethoven, Mendelssohn y Chopin, el tercer movimiento de su Sonata para piano nº 2, que sonó ya en los funerales del presidente estadounidense John F. Kennedy, y de los primeros ministros británicos Winston Churchill y Margareth Thatcher.

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El recorrido de 38 minutos y unos 15 kilómetros estuvo acompañado cada sesenta segundos por un disparo de cañón desde Hyde Park y por el repique de campanas del Big Ben en homenaje a la soberana más longeva del Reino Unido.

En círculos diplomáticos afloraban ya los nervios ante la logística operativa cara al funeral. Y corrían chistes sobre la «corte británica de Saint James y de Kim Jong-un», en referencia este último al presidente de Corea del Norte, y en alusión general a la intransigencia británica con antimonárquicos, republicanos o críticos de la familia real desde que falleció la monarca el 8 de septiembre.

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Son un puñado de protestantes, comparado con las decenas de miles de ciudadanos que han salido a despedir a la reina y transmitir el pésame a la familia en Escocia e Inglaterra. En Londres, se espera hasta el lunes una cola de quince kilómetros o más para ver el ataúd sobre el catafalco del Westminster Hall, que vigilan soldados de la Casa Real.

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Althea Shuster había asegurado una posición en la orilla sur del Támesis, en la sombra de la noria del Milenio, que le permitiría acercarse al velatorio ayer. Había llegado esa mañana desde Derby, en el norte de Inglaterra, con muda para una noche y un tiesto de «rosas rojas de Yorkshire» en memoria de Isabel II.  «He venido sola, pero hay buen ambiente y ya he hecho migas con los que aguardan a mi lado», dice preparada para una espera de ocho horas como mínimo. «La reina hizo tanto por nosotros que quise viajar a Londres a fin de expresarle agradecimiento y darle mi último adiós».

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Detrás suyo está Selina Vaccarino, una joven escocesa que ha venido cargada de bocadillos, chocolatinas y refrescos para compartir con una amiga y los vecinos de cola. «Acabamos de llegar y el ambiente es muy cálido y bonito», dice en castellano con acento mexicano.

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