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iñigo gurruchaga
Belfast
Martes, 13 de septiembre 2022, 21:29
El rey Carlos III recibió a los líderes políticos en un castillo y residencia real situado en una zona probritánica. En su respuesta a los discursos de condolencia, el nuevo rey expresó su afecto por Irlanda y su resolución «de perseguir el bienestar de todos ... los habitantes de Irlanda del Norte». Las medidas de seguridad eran muy livianas comparadas con el pasado, pero volvió con los reyes el runrún de helicópteros en el cielo de Belfast.
En la mañana de este martes, lo más notable en Falls, un barrio que fue bastión del IRA, es el número de turistas llevados en taxis por veteranos de la guerra terrorista para recorrer la geografía del conflicto, ver muros de separación entre comunidades y murales políticos, y recibir una versión de la historia reciente de Irlanda del Norte.
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El afán del corresponsal es hablar sobre reinas y reyes con gente de Falls y de Shankill, pero se ha perdido. Al preguntar a un repartidor por la dirección a Clonard, le invita a montarse en la furgoneta para llevarle a su destino. «No entiendo por qué vienen turistas a Belfast», dice. Es la zona de Divis y el repartidor dice que es como el Bronx neoyorkino, por los robos de coches y los atracos.
Al cabo de un rato llegan Mary y su nieta a la explanada del monasterio de Clonard. La abuela no está interesada en la monarquía: «No, no. Por supuesto es terrible para ellos perder a su madre o a su abuela, pero viven en enorme riqueza y la gente aquí no puede calentar su casa», dice.
«Creo que habrá un cambio con Carlos, que habrá una base común, que se bajarán de su posición…», dice Mary. «Tenemos que unirnos todos, no solo en Irlanda del Norte sino en todo el mundo». Pero cree que su partido, el Sinn Féin, se ha equivocado participando en los actos de duelo por la reina.
El partido asociado históricamente al grupo terrorista IRA ganó el mayor número de escaños en las elecciones autonómicas del pasado mayo y quiere gobernar. No puede porque el mayor partido unionista, el DUP, no participa en el Gobierno compartido acordado en 1998, para forzar la anulación de los controles fronterizos creados por el Brexit.
La líder del Sinn Féin y potencial ministra principal de Irlanda del Norte, Michelle O'Neill, nombró por primera vez a la provincia británica con su nombre oficial cuando fue elegida, y lo ha hecho por segunda vez ahora. Ha expresado sus condolencias por la muerte de Isabel II y ha elogiado «su cordialidad, amabilidad y cortesía hacia nosotros».
Los representantes de la tradición católica y republicana no han participado en ningún acto de ascensión de Carlos III, pero O'Neill no se ha limitado a las condolencias. Elogió también la «significante contribución» de la reina fallecida «para el avance de la paz y la reconciliación entre las diferentes tradiciones en nuestra isla y entre Irlanda y Gran Bretaña».
Se refería a la visita de Isabel II a Irlanda en 2011, la primera de un monarca británico, en la que depositó un ramo de flores e inclinó su cabeza en el monumento, en Dublín, a los irlandeses que murieron batallando contra los británicos. Y al saludo, un año después, dando la mano a Martin McGuinness, histórico dirigente del IRA y entonces viceministro principal de la región.
Pero Carlos III, que como príncipe de Gales visitó Irlanda del Norte varias veces, e hizo también gestos favorecedores de la reconciliación, no recibió ayer el pésame colectivo del Parlamento norirlandés, como ha sucedido en Londres o en Edimburgo. La Asamblea autonómica se ha disuelto y nadie cree en una pronta restauración.
El Brexit ha herido las relaciones entre Londres y Dublín, aunque el presidente y el primer ministro irlandeses acudiesen al servicio religioso celebrado en Belfast en recuerdo de la reina. Las palabras entre los políticos son más crudas. En ese tenso vacío, O'Neill afirmó en agosto que no hubo alternativa para la campaña de violencia del IRA.
De Falls a Shankill, un hombre en su cincuentena no opina sobre la monarquía. «No tengo ningún interés», dice. Pero será republicano. «No, yo soy católico, pero no soy republicano ni nada. No han hecho nada por mí». Pero todo este conflicto viene de las guerras entre católicos y protestantes. «No me interesa. Me ocupo de mi familia, de mis hijos». Cree que hay muchos como él en este barrio.
Se llega a Shankill por lo que llaman el 'interface', brechas en los muros de separación de barrios rivales. En el muro que sostiene la verja que los separa hay un mural que comienza con imaginería de republicanos y termina, al otro lado de la frontera, con la de los lealistas probritánicos. El proceso de paz ha producido estas colaboraciones en la zona, quizás la más afectada por la violencia.
Ian Danks, que promueve un centro comunitario en Shankill Road, explica así el lealismo: «La gente de aquí se siente inmensamente orgullosa, y es muy apasionada, de ser británica, y el monarca es esencial. Lo ves esta semana, en el profundo orgullo por las procesiones del régimen y de la presencia militar, que les da un sentido de pertenencia».
Los murales del barrio rememoran las batallas de la División del Ulster en la Primera Guerra Mundial. Si en Falls hay banderas palestinas, aquí se pinta o se cuelga la de Israel. A pesar de que el unionismo es mayoritario y de que el acuerdo de paz de 1998 mantiene a Irlanda del Norte como provincia británica, Danks se queja de una marginación de estas comunidades lealistas. Culpa sobre todo al unionismo.
Miss Stevenson está ocupada en algo diferente. Saca fotos a un mosaico de dibujos de Isabel II, hechos por los pupilos de su escuela. ¿Cómo explicaría a lectores españoles la lealtad de esta comunidad a la monarquía? «La cultura en esta zona es una cultura británica, o sea que la gente ve a la familia real y a la fallecida reina como sus jefes de Estado. Hay siempre una gran lealtad y la habrá con el nuevo rey», responde.
Los restos mortales de Isabel II llegaron ayer a Londres para seis días de homenaje popular y funeral de Estado. Una aeronave C-17 Globemaster aterrizó en la base militar de Northolt a media tarde, con el féretro cubierto con el estandarte real y una corona de flores. Horas antes, el ataúd fue sacado bajo las miradas de emoción de una multitud reunida frente a la catedral de Saint Giles de Edimburgo.
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