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Iñigo Gurruchaga
Corresponsal en Londres
Domingo, 19 de abril 2020, 20:26
El avión que traía batas clínicas de China a Reino Unido no aterrizó el sábado, como se esperaba, y el ministro de Educación, Gavin Williamson, ha tranquilizado a una población informada de que algunos hospitales están agotando sus existencias, anunciando que el Gobierno ... hablará con proveedores británicos «en las próximas 24 horas». La BBC daba el domingo cuatro posibles cifras de muertos en residencias de mayores, mostrando que nadie sabe el número de fallecidos.
No se sabe tampoco cuándo regresará Boris Johnson de Chequers, la residencia campestre en la que se recupera de su estancia en el hospital, aquejado de Covid-19. Desde su ingreso, sus ministros han tenido que responder a alarmas sobre la falta de test, sobre las carencias de equipamiento de protección y la emergencia de confusas cifras de muertes en residencia de mayores, que podrían contarse en varios miles.
Cuando regrese, Johnson tendrá que disuadir al público de la veracidad del retrato que de él hace, en el 'The Sunday Times', un «asesor importante» del Gobierno: «No hay guerra si no hay primer ministro. Y lo que descubres con Boris es que no preside reuniones, que le gusta escaparse a la campiña, que no trabaja los fines de semana. Es exactamente como la gente temía que fuese».
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Johnson no ha sido un político o periodista constante o esforzado. Se concentra en asuntos que le interesan, y en el relato del periódico este domingo aparece como desinteresado por el coronavirus en enero. No asistió a la primera reunión sobre la alarma, el 25 de enero, del máximo comité de seguridad que analiza las emergencias. El 'brexit' sí le interesa y se iba a celebrar cinco días más tarde.
El relato publicado por el Sunday Times y un largo reportaje de la agencia Reuters permiten reconstruir la trayectoria británica hacia las circunstancias actuales. El punto de partida es que Reino Unido daba prioridad a la amenaza de pandemia- «éramos la envidia del mundo», dice un testigo- hasta que la austeridad presupuestaria tras la crisis bancaria de 2008 destripó recursos para hacerle frente.
En octubre de 2016, el Ministerio del Gabinete coordinó con otros departamentos el Ejercicio Cygnus, la última simulación de una pandemia de virus H2N2 procedente del sudeste de Asia. El virus llegaba a Reino Unido en septiembre, desbordaba la capacidad del Servicio Nacional de Salud (NHS) para ofrecer camas de cuidados intensivos a sus pacientes y equipamiento de protección a su personal.
La preparación del 'brexit', pactado o abrupta, ocupaba entonces a los mejores cerebros del país, y no había dinero para aumentar la capacidad sanitaria. Reino Unido envió a China, en enero, buena parte del poco material que quedaba de las provisiones estratégicas que se hicieron en tiempos de mayor abundancia. El NHS respondió al resultado «terrorífico» de Cygnus firmando contratos con empresas chinas para compras de equipamiento «en el momento adecuado». No están funcionando.
El falso triunfalismo del Gobierno sobre lo bien preparado que estaba Reino Unido para una epidemia- el ministro de Sanidad, Matt Hancock, celebró al final de enero en el Parlamento que en Oxford se había producido un test utilizado en China, pero solo el 1 de abril contactó con la asociación británica de laboratorios para extender los test diarios- se basaba también en la estimación del bajo riesgo que el coronavirus representaba para el país.
El coronavirus en cifras
Sara I. Belled Ariel ferrandini
Quizás el primer ministro hubiese alterado la dinámica de los comités, pero Johnson no estaba. Desde mediados de enero, cuando científicos chinos advirtieron de la alta ratio de transmisión, voces en los dos centros principales de investigación de epidemias- Imperial College y la London School de Higiene y Medicina Tropical- pidieron que se elevara el nivel de alarma del Gobierno. Pero los asesores principales se resistieron. Tenían en mente una pandemia de gripe, como la que habían ensayado en Cygnus. Sin vacuna, harían frente con la inmunidad de grupo.
Johnson tampoco vio el peligro. Pasó dos semanas de febrero con su prometida en la residencia campestre, y resolviendo su divorcio. El tiempo de la previsión había ya pasado. En marzo ordenó el confinamiento y luego enfermó por incumplir las normas que dictaba.
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