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Donald Trump. Mandel Ngan (AFP)

Trump interviene para frenar el desabastecimiento de carne en Estados Unidos

El presidente recurre a una ley de la Guerra de Corea para ordenar que las empaquetadoras sigan abiertas aunque los trabajadores se enfermen

mercedes gallego

Corresponsal en Nueva York

Miércoles, 29 de abril 2020, 22:10

Los ganaderos empezaron a tirar la leche y los granjeros a sacrificar a las gallinas, pero fue cuando los mataderos cerraron sus puertas que el presidente Donald Trump decidió intervenir. «Tendrían que haber puesto la palabra carne en los briefing de inteligencia sobre el ... coronavirus para asegurarse de que el presidente les ponía atención», bromeó el humorista político Stephen Colbert.

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Al invocar la Ley de Producción de Defensa, aprobada durante la Guerra de Corea en 1950 para garantizar la producción industrial de bienes como el acero, el mandatario ha ordenado que los mataderos y plantas empaquetadoras de carne sigan abiertos, lo que ha dejado perplejos a muchos. ¿Cómo obligar a que los trabajadores sigan en sus puestos cuando la infección se extiende entre los empleados? «Vamos a hacer algo para resolver el problema de la responsabilidad legal», prometió Trump vagamente.

Cerca de 5.000 empleados de estas plantas empaquetadoras de carne han dado positivo en la prueba del Covid-19 y una veintena ha muerto, según el Midwest Center for Investigative Reporting. El 30% de los trabajadores ha nacido en el extranjero y el 35% son latinos, lo que se traduce en un alto número de trabajadores indocumentados, como revelan las redadas que Inmigración ha lanzado contra estas plantas bajo el gobierno de Trump. En la de agosto pasado en seis plantas de Mississippi, 680 trabajadores ilegales fueron detenidos en un solo día. Sus vidas son prescindibles, la carne que hacen llegar hasta las estanterías de los supermercados de todo el país, no.

«Sólo desearíamos que este gobierno se preocupase tanto por la salud de los trabajadores como de la carne», dijo en un comunicado el sindicato de Minoristas, Mayoristas y Grandes Superficies. El desabastecimiento se dejaba ya ver este fin de semana en los supermercados de Nueva York, donde la compra de carne se había limitado a tres bandejas por cliente. Según el Departamento de Agricultura, cada día están cerrando 28 plantas de carne, lo que ha resultado en casi un millón de cabezas de ganado menos. El martes la caída fue de casi el 40% con respecto al año pasado.

Para final de esta semana la búsqueda de carne se habría convertido en la del papel higiénico de principios de la pandemia. Solo Tyson Foods contemplaba cerrar el 80% de sus plantas, porque nadie se fiaba de la promesa de blindarlos de las posibles demandas de los trabajadores a los que obligue a trabajar en condiciones de contagio, pese a que el presidente pasó este miércoles el día hablando con representantes de la industria. «No tendríamos que estar obligados a elegir entre poner comida en la mesa o proteger la salud de los trabajadores», dijo consternado Chris Lu, subsecretario de Trabajo durante el gobierno de Obama. Para los sindicatos, no hay dilema: «No podemos garantizar el abastecimiento sin garantizar la salud de los empleados que lo hacen posible», atajó Marc Perrone, presidente del Sindicato de Trabajadores de Comercios y Alimentación.

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La interrupción de la cadena de alimentación en un país donde la mayoría de los restaurantes están cerrados al público y la población confinada en casa podría traer la situación apocalíptica que temen desde hace mucho los que acaparan armas en casa. «Vivimos a 45 minutos de un supermercado, así que vamos a comprar cada tres semanas», explicó Paul Hnatiw, un vendedor de armas Grahamsville (Nueva York). «Mi mujer envasa la comida y tenemos grandes congeladores. ¿Qué crees que ocurriría si el vecino no tiene para alimentar a sus hijos y sabe que nosotros tenemos comida en el sótano?».

Con más de un millón de positivos y 60.000 muertos, la pandemia no afloja lo suficiente como para organizar la vuelta al trabajo que se prepara en Europa. Desde hace tres días las muertes por Covid-19 han caído en Nueva York por debajo de los 400 diarios, pero siguen siendo «trágicamente altas», admitió el gobernador Andrew Cuomo, que se ha propuesto limpiar el metro para que los trabajadores puedan seguir llegando a hospitales y supermercados. Son esa parte de la cadena de la que esta vez no se puede prescindir, porque hacen posible la vida en confinamiento.

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Hillary Clinton da la cara por Biden

Hillary Clinton pudo haber sido la primera presidenta y adalid de las mujeres, pero no ha sido ni una cosa ni la otra. Defendió a su marido de las acusaciones de acoso sexual que plagaron su presidencia y ahora hace la vista gorda con las que acechan a Joe Biden.

La ex secretaria de estado brindó el lunes su apoyo a la candidatura del exvicepresidente de Obama con un comunicado en el que aseguraba que «donde quiera que va es la misma persona», pero Tara Reade, que trabajase con él en el Senado durante los 90, no opina lo mismo. La mujer sostiene que en 1993 el entonces senador la emboscó en un pasillo, la empujó contra la pared y le metió los dedos en la vagina. Cuando se quejó a sus superiores de que la forma en la la tocaba le hacía sentir «incómoda», fue relegada de sus funciones, lo que motivó una queja a la Oficina de Recursos Humanos del Senado en la que no se atrevió a contar el incidente del pasillo.

Por eso, y porque dos prestigios medios como The New York Times y The Washington Post dicen haber encontrado «inconsistencias» en su testimonio, la campaña de Biden ha evitado responder más allá de que «todas las mujeres tienen derecho a contar su versión». En la última semana, sin embargo, han aparecido testigos que corroboran que Reade les contó en su momento los hechos que hoy denuncia. Con ello queda en cuestión no solo la candidatura de Biden, sino la reputación de todos los que ignoran la acusación.

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