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Protesta en el centro de Nueva York. Foto: AFP/ Vídeo: Atlas

Trump aviva la ira con sus amenazas

26 ciudades en toque de queda, que se amplía en Nueva York y Wasinghton mientras el presidente critica a policías y gobernadores y amaga con desplegar al Ejército

Mercedes Gallego

Nueva york

Martes, 2 de junio 2020, 07:22

Desde que la pandemia cerró de golpe las tiendas de la Quinta Avenida hace dos meses y medio, los maniquíes de Gucci y Prada habían permanecido congelados en el tiempo, fantasmas con ojos de cristal que contemplaban sin mirar las calles desiertas de Manhattan, ... como en una película de ciencia ficción. Este martes cambió la cartelera.

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Hordas de enmascarados con antorchas en las manos corrían como jaurías por las tiendas de lujo, abriéndose paso con bates de beisbol. Las escenas que se vieron la noche antes en algunas joyerías del Soho se propagaron por toda la isla de los rascacielos con la virulencia propia de estos tiempos, y ni el primer toque de queda generalizado en la ciudad desde 1943 logró frenarlo.

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Galería. Trump posa con una biblia en la mano. Afp

Romper escaparates a prueba de balas no es tan fácil como parece. Algunos iban y volvían a sus tiendas favoritas con barras de hierro cada vez más grandes. Todo era cuestión de insistir. No había prisa y sobraba la rabia. Esos deportivos de precios estratosféricos absolutamente inaccesibles estaban ahora al alcance de la mano. ¿Y por qué solo uno? Se los llevaban por cajas, de todos los modelos, sin mirar la talla. Y camisetas, pantalones, chupas de cuero en Chelsea... ¿La tienda de skate boards de diseño del East Village? A por ella, quién hubiera soñado con deslizarse en un Zumiez.

Y ya puestos, no hay que dejar atrás Macys. Como muchos comercios, los grandes almacenes de Herald Square le habían tapado los ojos a sus escaparates con tablones de madera, precisamente cuando se preparaban para reabrir con la desescalada, pero ni eso fue impedimento para los saqueadores. Prendieron la fogata en medio de la calle con los tablones, forzaron las puertas sin tiradores y entraron en masa empujándose unos a otros para expoliar el botín antes de que desaparecieran los mejores trofeos.

En shock, la Policía contemplaba la escena sin saber qué hacer. Dicen que hasta se vio cabalgando por el Bronx un caballo que les robaron, aunque el cuerpo dice que no le falta ninguno. El propio presidente ya había abochornado a la famosa NYPD de las series de televisión frente a los gobernadores de todo el país preguntando en voz alta «¿Qué ha pasado con 'los mejores' de Nueva York? ¡Es terrible!». Cuando el gobernador de Illinois, J. B. Pritzker, le recordó que sus comentarios en Twitter no habían ayudado sino que habían caldeado más los ánimos al amenazar con responder a tiros, Donald Trump devolvió el golpe: «A mí tampoco me ha gustado tu actuación con el coronavirus, Jay».

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Horas después redobló con toda su furia. Si los manifestantes estaban rabiosos por una década de brutalidad policial grabada en los teléfonos sin que nada cambiase, Trump estaba encolerizado por haberse filtrado que el viernes estuvo escondido en un bunker de la Casa Blanca mientras ardían los edificios cercanos y saltaban los cristales del Departamento de Veteranos. Lo último que quería era dar una imagen de debilidad y quedar como un cobarde.

Tocaba una demostración de fuerza, a cualquier precio. Tras una noche pegado a la televisión viendo las noticias que le eran desfavorables, los ánimos presidenciales se caldearon tanto como los de la calle. Algunos de sus asesores intentaron disuadirle de dar un golpe sobre la mesa y cruzar el parque de Lafayette para hacerse una foto en la iglesia, Biblia en mano, temerosos de que resultara contraproducente para su popularidad en año electoral.

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Otros, como Jason Miller, su estratega en la campaña de 2016, insistieron en que había ganado la presidencia con un mensaje de «ley y orden» y le venía bien demostrarlo en año de reeelección. Para hacerse la foto que buscaba en la puerta de la Iglesia Episcopaliana de St. John, había que despejar primero a los manifestantes pacíficos que protestaban por el asesinato de George Floyd con los niños colgados y los brazos en alto. Mandar a la Policía Militar y a los servicios secretos a blandir porras, lanzar pelotas de goma y disparar gases lacrimógenos. A Trump, que en los mítines pedía «sacar en camilla» a quienes le interrumpían con protestas, eso no le preocupaba. «Una vez que los rocíen con gas pimienta no querrán volver a salir», le animó Miller.

Disparos y supremacistas

El '¡Manos arriba, no disparen!» que se popularizó en las protestas de Ferguson, tras el asesinato policial de Michael Brown, no funcionó. La barrera policial y militar, revestida con escudos antidisturbios, avanzó por la avenida Pensilvania en la que antes los turistas se maravillaban de poder ver tan de cerca La Casa Blanca, la casa del pueblo en la que se podían expresar las protestas. Con todo el vandalismo que se multiplicaba por el país, el presidente había elegido arrollar una manifestación pacífica para hacerse una foto sin palabras en la puerta de una Iglesia a la que ni siquiera había avisado. De hecho, Trump no había visitado ninguna desde Navidad. «Yo soy vuestro presidente de la ley y el orden», había dicho antes en el Jardín Rosado.

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Fue como regar un incendio con gasolina. Los escaparates de Manhattan saltaron por los aires. En Los Angeles, las autoridades pidieron que se evitara Hollywood. Cuatro policías heridos de bala en St. Louis, dos en Las Vegas, donde la Policía abrió fuego contra los manifestantes, un agente arrollado con un coche en el Bronx y otro en Buffalo. En Filadelfia, los supremacistas blancos decidieron salir a la calle a enfrentarse con barras de hierro a los manifestantes pacíficos y, de camino, le dieron una paliza al productor de radio Jon Ehrens, que les grababa. Dos muertos en Chicago, otros dos en Davenport, uno en Omaha... Al menos 26 ciudades están en toque de queda, ampliado en Nueva York y Washington a las ocho de la tarde tras reconocer los alcaldes que el inicio a las 23.00 horas se les quedó corto.

En el epicentro mundial de la epidemia, los más de cien mil muertos han desaparecido de las pantallas, pese a que se espera un repunte de la infección en dos semanas debido a las manifestaciones. El coronavirus solo se mencionó el domingo en el 2,5% de las tres principales cadenas de noticias. Trump ha vuelto a ganar. Ya no se habla de la pandemia.

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