Tras el sueño de Martin Luther King
Marcha contra el racismo ·
57 años después, miles de afroamericanos marchan en la capital de EE UU para exigir una reforma policial y un cambio del sistemaMarcha contra el racismo ·
57 años después, miles de afroamericanos marchan en la capital de EE UU para exigir una reforma policial y un cambio del sistemamercedes gallego
Enviada especial. Washington
Viernes, 28 de agosto 2020, 22:35
La sombra de Abraham Lincoln volvió a aliviar este viernes a las decenas de miles de afroamericanos llegados de todo el país, que desafiaron el calor y la pandemia para reclamar el sueño de Martin Luther King, 57 años después del discurso más poderoso ... en la historia de los derechos civiles.
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Angela Nobels venía de Massachusetts, con sus dos hijas; Katy Lady, de Tulsa (Oklahoma), con sus compañeros de trabajo, blancos y negros; Shakira Heart, que aguantaba estoica el sol para alzar la pancarta, del Bronx (Nueva York), Valerie Wilson, de Paterson (New Jersey), agradecida a los voluntarios de Portland (Oregón) que la atendieron cuando le dio una lipotimia; y Stanley Castillo se había montado la noche antes sin pensarlo en el coche de dos amigos en Brooklyn, dormitando hasta Washington.
Todos llevaban mascarilla y estaban «socialmente distantes, pero unidos en espíritu», aclaró Martin Luther King III, primogénito del líder asesinado. Iban decididos a retomar el sueño de los años 60, que claramente nunca se completó. Los que llegaron el día antes se manifestaron lo más cerca que les dejaron de la Casa Blanca, cercada y parapetada desde que empezaron las protestas de 'Black Lives Matter', tras el asesinato de George Floyd a final de mayo. Algunos escucharon el discurso del presidente confundidos entre la indignación y la sorpresa, por la realidad paralela que describía y la ausencia de mención alguna a Jacob Blake, tiroteado por la Policía apenas el domingo pasado. Otros, como Angela, se negaron en redondo. «Lo considero un insulto a la razón», explicó. Todos soportaron el despliegue de fuegos artificiales que se elevó en la oscuridad de la noche por encima del National Mall para que los invitados del presidente en la Casa Blanca disfrutaran de la celebración que le corona candidato a un segundo mandato.
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«No puedo entender lo que piensa la gente que le vota», suspiraba incrédula la mujer de 53 años, que trabaja en estudios clínicos de una farmacéutica. «Todo lo que ha hecho ha sido favorecer a los ricos y a las grandes compañías, pero no ha hecho nada por los seres humanos normales».
La palabra «ser humano» era la clave de la jornada. Los que aguantaban el sol hasta el desmayo o se lanzaban al agua del estanque en el National Mall lo hacían con la sensación de que la gente como Donald Trump no puede ver más allá de su color de piel, y, «¿Cómo encuentro consuelo cuando mi negrura es el arma que temes?», rezaba la pancarta que sostenía Shakira, bajo chorros de sudor.
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Reunidos en Washington. Los asistentes, llegados de todas las partes del país,alzaron sus voces contrala discriminación racial
Un camino por recorrer. «Esto es un paso en ladirección correcta», dijoel padre de Jacob Blake,tiroteado por un policía
Trump ha sabido darle la vuelta a las protestas y convertirlas en un arma electoral. Se trata de hacer creer a todos los estadounidenses que el vandalismo y los saqueos que han visto por televisión en Milwaukee, Kenosha o Nueva York llegarán pronto a su ciudad y amenazarán su vida y la de sus familias si Joe Biden es elegido presidente. El ex vicepresidente de Obama se ve acorralo entre dos narrativas, la de los manifestantes que le repudian por haber apoyado en su día la ley de tolerancia cero que desató encarcelación masiva y la de Trump que le acusa de ser rehén de «la izquierda radical» para ganar las elecciones de la mano de Kamala Harris, la primera senadora negra por California que ha elegido como vicepresidenta.
Por eso la rebautizada 'Marcha del Compromiso' no consistía en hacer una demostración de fuerza, palidecida por la pandemia, sino, explicó el reverendo Al Sharpton a este diario, en «liderar la transformación» de ese dolor colectivo en legislación que reforme el sistema policial. «¿Cómo puede haber justicia si el sistema no es justo?», preguntaban las pancartas. «¡Sin justicia, no hay paz!», coreaba en los micrófonos el padre de Jacob Blake, cuyo hijo yace paralítico -y esposado, denunció- en una cama de hospital porque un policía no se tomó ni dos minutos en averiguar cuál era su papel en una disputa doméstica antes de descargarle la pistola por la espalda.
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Abrumado y exhausto por el vuelco que ha dado su vida y la de su familia esta semana, Blake llegó hasta el monumento de Lincoln apoyándose en dos hombres uno por cada brazo, pero poco a poco se fue contagiando de la energía de la masa y el optimismo del sueño hasta creer que habrá justicia para su hijo, dijo a este periódico antes de subir al escenario. «Esto es un paso en la dirección correcta».
Los organizadores peinaban las filas con formularios para rogar el voto, un paso necesario en EEUU para poder votar. «Nuestro reto es aprovechar este movimiento y expandirlo para que no solo consista en expresar frustraciones sino en votos», pidió el hijo de King. «Si estás buscando un salvador, mírate al espejo y vota». Su padre y la generación que este viernes pasaba la antorcha llegaron de todas partes del país para cambiar el sistema cuando ni siquiera podían votar. «Eso es optimismo y en eso consiste un sueño», resumió Sharpton. «No podemos perder el optimismo».
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