MERCEDES GALLEGO
Corresponsal. Nueva York
Viernes, 19 de julio 2019, 22:55
Vapuleada por el presidente, sus colegas republicanos del Congreso y las bases trumpianas, la congresista demócrata de origen somalí Ilhan Omar hizo el jueves lo que le gritaban las masas enfervorizadas: se fue a casa. Y en Minneapolis, donde el 40% de la población no ... se identifica en el censo con la raza blanca, recibió el abrazo de otras masas muy distintas: «¡Bienvenida a casa, Ilhan!», le coreaban.
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Traidora para los seguidores de Trump, heroína para los inmigrantes de este Estado de los Grandes Lagos. La presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, ya tuvo que pedir protección especial para la legisladora de 37 años en abril, cuando el presidente retuiteó un vídeo que alternaba su imagen con las de los atentados de las Torres Gemelas. Ese mes se dispararon las amenazas de muerte que recibía, incluyendo la que profirió por teléfono Patrick Carlineo, un hombre de 55 años al que la Policía encontró en su casa de Nueva York un verdadero arsenal y más de mil balas. «¿Por qué trabajas para la puta terrorista?», preguntó indignado al personal de su oficina. «¡Le voy a meter una bala en los putos sesos!».
Pese a que su seguridad no ha hecho más que empeorar desde que el presidente le ordenó el domingo en un tuit volver «al lugar infectado de crimen del que salió» y la acusó el miércoles en un mitin de odiar a EE UU, Omar dice no tener miedo ni estar desalentada. «La realidad es que (Trump) se siente amenazado porque inspiramos a la gente a soñar con un país que reconoce su dignidad y su humanidad», le desafió.
En otro tiempo, como somalí que creció en un campo de refugiados y llegó a ser congresista de EE UU podría haber sido la viva imagen del sueño americano. Con Trump, «su pesadilla es ver este hermoso mosaico de la sociedad elegirme para el Congreso (en noviembre pasado)», afirmó. «Vamos a seguir siendo una pesadilla para este presidente, porque sus políticas son una pesadilla».
El mandatario frunció el ceño. «No me gusta lo más mínimo oírla decir que va a ser mi pesadilla», dijo a la prensa desde el Despacho Oval, donde aprovechó para criticar que se haya destacado que la recibió «una multitud diminuta y escenificada», en lugar de hablar del «estadio a rebosar» que celebró su racismo el miércoles en Carolina del Norte. «Una cifra récord», presumió, «y vosotros sabéis que podía haber llenado diez estadios como ese».
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Trump ha comprobado una vez más que el racismo exalta a las masas y da réditos electorales, particularmente si consigue que las cuatro congresistas de orígenes étnicos variopintos, a las que el senador Lindsey Graham llama «puñado de comunistas», se conviertan en la cara del Partido Demócrata. También estos han experimentado un aumento de las donaciones de estadounidenses horrorizados que ven más urgente que nunca desbancar al mandatario en las próximas elecciones. Políticamente, el odio funciona para todos los partidos. Humanamente, el pueblo siempre pierde, y EE UU es hoy un país más dividido que nunca.
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