mercedes gallego
Nueva York
Jueves, 15 de diciembre 2022, 22:03
La máxima de los marines estadounidenses es no dejar a nadie atrás. También el exdirector de la KGB, Vladímir Putin, está dispuesto a rescatar a sus hombres más valiosos de las prisiones occidentales a cualquier precio. No es tanto una cuestión de lealtad como de ... estrategia. Para comprar su arrojo, Rusia tiene que demostrar que no les dejará tirados cuando caigan en manos del enemigo. Y como arma de terror entre los disidentes y exiliados, nada mejor que demostrarles que quienes crucen fronteras para matarles a plena luz del día en otro país saldrán libres y serán recibidos como héroes.
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Ése será el caso de Vadir Krasikov, el asesino de la bicicleta. La misma que tiró al río, junto con las pistola Glock 26 con la que mató de tres disparos al líder checheno Zelimkhan Khangoshvili cuando éste caminaba tranquilamente por el parque Kleiner Tiergarten de Berlín tras rezar en la mezquita. Rusia le buscaba. Le consideraba «un terrorista» y mandó a uno de sus mejores secuaces a darle caza, como hizo Estados Unidos con el líder de Al-Qaida Al-Zawahiri cuando le asesinó con un dron en el balcón de su casa de Kabul. Solo que Moscú no saca pecho públicamente. Ni siquiera lo reconoce.
Fueron las investigaciones periodísticas de 'Der Spiegel' y 'Bellingcat' las que desvelaron que el pasaporte ruso de Sokolov era falso. Había sido expedido por el Gobierno ruso para ocultar la identidad de Krasikov, entrenado y enviado por el Servicio de Seguridad Federal, que heredó de la KGB las tareas de contrainteligencia.
Las repercusiones diplomáticas en varios países fueron tremendas e incluyeron una cascada de expulsiones en varias embajadas. Los tribunales alemanes descargaron todo el peso de la ley sobre el detenido con una sentencia que en diciembre pasado le condenó a cadena perpetua sin posibilidad de condicional. A lo que el reo contestó con tranquilidad. «Es igual, Rusia sabe que estoy aquí y me sacará».
Eso es lo que pretendía Putin cuando negociaba con la Administración de Joe Biden la liberación de la jugadora de baloncesto Brittney Griner, condenada a nueve años por llevar en la maleta un vaporizador de cannabis, y el exmarine Paul Whelan, condenado a dieciséis por espionaje. A ojos de Putin, lo justo era canjear a la estrella olímpica por un asesino propio de Hollywood, Viktor Bout, conocido como 'El Mercader de la Muerte', y al falso espía americano por otro 'espía', Krasikov.
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«No podemos darle lo que no tenemos», se disculpó el lunes ante los periodistas el asesor de Seguridad de la Casa Blanca, Jake Sullivan. De hecho, durante muchos meses la Casa Blanca pensó que la disparatada petición tenía como objeto atascar las negociaciones. Putin no estaba dispuesto a proporcionar a Biden una victoria antes de las legislativas de noviembre y, ciertamente, al día siguiente el Gobierno ruso flotó la idea de intercambiar a Griner por Bout y dejar al exmarine varado en un campo de concentración ruso.
Era una victoria agridulce que Biden tuvo que aceptar, pero no sin antes hacer todos los esfuerzos posibles por traerse a los dos de vuelta a casa por Navidad. En las cárceles estadounidenses no hay ningún espía ruso y los traficantes de drogas o piratas informáticos que encierran tienen mayor interés para Putin. Washington pidió ayuda a Alemania, que contestó con una negativa rotunda. Incluso intentó fórmulas creativas que proporcionaran a Berlín algo que necesitara de Rusia, pero no tuvo éxito.
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A diferencia de Bout, que había cumplido más de la mitad de su sentencia con quince años en prisión, Krasikov la acababa de empezar. Putin puede pensar que la Justicia en Europa funciona a capricho de sus líderes, como en Rusia. O que a Washington le basta coger el teléfono para que sus aliados hagan lo que les pide, pero lo cierto es que Whelan seguirá en prisión.
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