Mikel Ayestarán
Jerusalén
Viernes, 3 de enero 2020, 21:02
En octubre, la Guardia Revolucionaria iraní anunció que había frustrado un complot extranjero para asesinar a Qasem Suleimani. Tres meses después, el todopoderoso cuerpo paramilitar anunció su muerte en un ataque de un avión no tripulado de Estados Unidos en el aeropuerto de Bagdad. El ' ... Comandante fantasma', 'General internacional', 'La pesadilla del enemigo', 'El más poderoso de Oriente Medio', tal y como le apodaban en la prensa occidental, dejó en 2014 de ser el 'comandante en la sombra' del régimen iraní para convertirse en el mejor argumento de la república islámica en su lucha contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI).
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El máximo responsable de las Brigadas Quds abandonó ese año el papel de personaje tan omnipresente como invisible de las últimas dos décadas, tiempo que llevaba al frente de la unidad de acción exterior de la Guardia Revolucionaria, organización creada por el imán Jomeini para defender los valores de la Revolución de 1979.
Mientras que Occidente y los países árabes formaban entonces una coalición para bombardear a los efectivos del EI desde el aire y el mar, pero con la línea roja de «no poner tropas sobre el terreno», como repetía en cada intervención el entonces presidente de EE UU, Barack Obama, Teherán enviaba a su hombre más carismático a la primera línea del frente, y él se hacía fotografías y vídeos con sus compañeros de lucha para difundirlos a través de las redes sociales y los grandes medios iraníes. Un hombre cuya historia al frente de las Brigadas Quds resumía el devenir de las luchas internas en Oriente Próximo y el reto de Irán de consolidar un «eje de resistencia» en los últimos 16 años.
Después de la invasión de Irak, como durante los primeros años de la revuelta en Siria, los iraníes siempre habían negado la presencia de sus unidades especiales sobre el terreno, pero a partir de entonces cambiaron de estrategia. En los medios nacionales de la república islámica lo que era un secreto a voces dejó de ser un asunto tabú y comenzaron a mostrar el papel activo de Suleimani y sus brigadistas.
En las fotografías más recientes, este hombre de estatura media y barba y pelo blancos ahora convertido en mártir de los chiíes aparecía siempre sonriente, sin uniforme, armas ni protección aparente, rodeado de milicianos con pose amigable. Nacido en 1957 en Rabor, provincia de Kerman, estaba casado y era padre de tres hijos y dos hijas, como recogió el periodista Dexter Filkins en el meticuloso perfil que le dedicó en 'The New Yorker' en octubre de 2013. Un texto «elaborado durante más de cinco meses de entrevistas», confesaba el informador estadounidense a este medio, tan meticuloso como permite una figura inalcanzable, ya que es quien se encarga de dirigir unas brigadas que Filkins definía como «mezcla entre la CIA y las Fuerzas Especiales».
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El experto iraní Ali Alfoneh recoge en sus análisis elaborados para la Fundación en Defensa de las Democracias detalles biográficos de Suleimani, al que la Revolución de 1979 le sorprendió con 22 años como empleado del servicio municipal de aguas de Kerman, puesto que dejó para enrolarse en las filas de una incipiente Guardia Revolucionaria que Jomeini puso en marcha de inmediato para defender su proyecto islámico de los elementos próximos al Sha. Tras unos primeros meses destinado en el Kurdistán iraní los siguientes diez años los pasó, como millones de iraníes, en la «guerra impuesta» contra Irak en la que comenzó su ascensión en las filas de la Guardia Revolucionaria.
Como el Irak post Sadam, el Irán posterior al Sha se quedó sin un ejército capaz de responder al ataque de Bagdad y fueron las fuerzas irregulares las que llevaron el peso de la guerra. Una experiencia básica para entender la estrategia iraní en todo Oriente Próximo de crear un brazo de operaciones externas de la Guardia Revolucionaria para formar grupos como Hezbolá en Líbano, apoyar a Hamás en Gaza o promover la creación del Ejército de Defensa Nacional en Siria y las milicias en Irak, todas menos el brazo de los Hermanos Musulmanes en la Franja, de marcado carácter sectario y leales a las órdenes de Teherán, que no escatima en armas y financiación.
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Un mapa pensado para el desarrollo de guerras irregulares que aseguren la supervivencia del bautizado como «eje de la resistencia» entre Teherán, Damasco y Beirut. Un pasillo chií frente al sunismo mayoritario y a las puertas del enemigo israelí. Largos años de trabajo clandestino que cosechó sus frutos en Siria e Irak. Un enemigo de la talla del Estado Islámico le rescató de la sombra en las que durante 20 años había apuntalado el control regional de Irán.
El Líder Supremo, Alí Jamenéi, movió ficha con rapidez y a las pocas de horas de conocer la noticia del asesinato de Qasem Suleimani en un ataque estadounidense en Bagdad nombró al general de brigada Esmail Qaani como su sustituto. Qaani, de 61 años, era hasta ahora el número dos de la Fuerza Quds, cuerpo encargado de las operaciones en el exterior de la Guardia Revolucionaria iraní. Siempre a la sombra de Suleimani, es también veterano de la guerra con Irak en los 80 y en los últimos años ha jugado un papel clave en las operaciones en suelo iraquí, libanés y sirio.
La responsabilidad que recae sobre sus hombros es enorme debido al peso de su antecesor, a quien el Líder consideraba «un mártir en vida de la Revolución». El propio Jamenéi difundió una fotografía suya junto a Qaani tras anunciar el nombramiento y asegurar que la misión de la Fuerza Quds «no cambiará». Además de Suleimani, en el ataque de la madrugada de ayer fallecieron otros cuatro altos cargos iraníes: el general Husei Yafari, el coronel Shahroud Mozafari, el mayor Hadi Taromi y el capitán Vahid Zamanian, según recogieron los medios del país.
Quien para Washington era un «terrorista», para las autoridades de Irán o Irak es un «símbolo de la lucha» contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI), según la definición del primer ministro de Irak, Abdul Mahdi. Esta lucha contra el EI es la que sacó a Suleimani del anonimato, de la sombra permanente en la que vivía hasta 2014 y lo convirtió en un símbolo nacional y en azote de los yihadistas.
Qaani, que ha sido una pieza clave en el papel de la Fuerza Quds en los combates contra el EI, en Irak y Siria, y en la estrategia de defensa del presidente sirio, Bashar el-Asad, según diferentes analistas, pasa ahora a estar en el punto de mira de EE UU o Israel como responsable de la extensa red de grupos aliados y milicias leales a Teherán en todo Oriente Próximo. «Les decimos a todos: Sean un poco pacientes para ver los cadáveres de los estadounidenses», pidió anoche en sus primeras manifestaciones, recogidas por 'Al-Yasira'.
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