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Numerosos jóvenes se manifestaron en las calles de Minneapolis bajo el lema 'No puedo respirar', las últimas palabras de Floyd. REUTERS

Los peores disturbios raciales desde el asesinato de Luther King llegan hasta las puertas de la Casa Blanca

La policía se enfrenta a los manifestantes en Minneapolis por quinta noche consecutiva

mercedes gallego

Corresponsal. Nueva York

Sábado, 30 de mayo 2020

La chispa de Minneapolis se convirtió ayer en una llamarada que incendió todo EEUU como nunca se había visto desde la muerte de Martin Luther King en 1968. Esa era la barrera histórica en la que situaba ayer The New York Times los disturbios ... que, literalmente, incendiaron 48 ciudades y llegaron hasta las puertas de la mismísima Casa Blanca, donde los manifestantes tumbaron las vallas y prendieron fuego al parque Lafayette.

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Donald Trump no se encontraba allí en ese momento, sino mirando al cielo en Cabo Cañaveral, de donde logró despegar -en su segundo intento- la primera lanzadera privada de la historia, SpaceX. El mandatario, que ha regado con gasolina la ira de los afroamericanos a través de las redes sociales, pidió mano dura y tuiteó una consigna a sus seguidores para que enfrentasen a los manifestantes en la Casa Blanca, pero ayer las calles no eran suyas, sino del movimiento 'Black Lives Matter' (Las vidas de los negros importan).

LAS CLAVES:

  • Firmeza. Los soldados «tienen que ser duros, tiene que ser fuertes. Tienen que ser respetados», dice Trump

  • Drama familiar. La esposa del agente de policía acusado del asesinato de George Floyd pide el divorcio

El lema de esta revuelta va más allá de ese grito desgarrador amplificado hace seis años con la muerte de Michael Brown. «Ya nos hemos dado cuenta de que si no es con violencia, no pasa nada», justificaba Emmanuel, de 22 años, en el aparcamiento de un enorme centro comercial llamado Target del que no han quedado ni las farolas. A los manifestantes que anoche desafiaron el toque de queda los destrozos no les creaban el menor remordimiento. «Las propiedades se pueden reemplazar, las vidas de los negros, no», escribían en las paredes.

George Floyd, el nuevo mártir, no era ni mucho menos Martin Luther King, sino un grandullón de 46 años con antecedentes delictivos, que trabajaba de portero en el mismo club latino donde lo hacía su verdugo, el policía Dereck Chauvin, que lo tiró al suelo y le hincó la rodilla en el cuello durante diez minutos hasta que dejó de respirar. Floyd se fue a la tumba el lunes por la noche siguiendo los pasos de Eric Garner en Nueva York, Michael Brown en Ferguson, Freddie Gray en Baltimore y tantos otros afroamericanos que han muerto a manos de la policía por infracciones menores. En el caso de Floyd, por comprar cigarrillos con un billete de 20 dólares falso, según denunció la cajera de un establecimiento. Todos los jóvenes negros de EEUU saben que tienen una diana colgada. Cualquier encuentro con la policía puede ser mortal. «Esto se tiene que acabar», sentencia Emmanuel. «No pueden seguir matándonos. Un blanco puede matar a una veintena de personas en una iglesia y lo arrestan con la mayor delicadeza, pero a cualquiera de nosotros nos matan por algo insignificante».

El «No puedo respirar» que se le escucha repetir a Floyd en el vídeo, filmado en el teléfono por un peatón, estaba ayer escrito a sangre y fuego en lo que queda de la comisaría del tercer distrito en la que fichaban Chauvin y sus compañeros, incendiada el jueves hasta los cimientos. A poca distancia, en el club El Nuevo Rodeo donde ambos trabajaban, aún ardían las llamas. «Esto parece Sarajevo», murmuraba un veterano periodista. Como en los Balcanes, los francotiradores se habían apostado en los tejados y al caer la noche la policía disparaba latas de gases lacrimógenos contra los jóvenes a pie o en bicicleta que desafiaron el toque de queda.

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Al filo de las 10.30 de la noche comenzó la encerrona. Las tanquetas militares de la Guardia Nacional tomaron posiciones y cerraron las calles aledañas a Lake Street, que se convirtió en un auténtico campo de batalla donde quedaron atrapados los manifestantes. La nube de gases lacrimógenos los engulló antes de que comenzara la cacería. Las patrullas policiales hicieron equipo para perseguirlos uno a uno hasta darles caza, mientras los militares de encargaban de que nadie pudiera escapar. Pablo era uno de los que consiguió hacerlo saltando bardas y atravesando jardines hasta que llegó a su coche y escapó derrapando por los callejones traseros. «El lunes esto se ha acabado», vaticinó. «Ya han puesto a mucha gente armada en las azoteas y la gente se lo están pensando».

Una mujer pide el fin de la muerte de ciudadanos negros. AFP

En ciudades como Washington, Los Angeles o Nueva York, la revuelta no ha hecho más que empezar, pero en Minneapolis, tras cinco días de disturbios, la población se ha organizado. Los vecinos han montado barricadas y hacen turnos para proteger sus calles, armados con barras de metal, bates de beisbol y hasta rifles. «Estamos viendo muchas matriculas de Illinois y de Missouri y hasta coches sin matrícula», justificaba Bill, de 67 años, que hacía guardia junto a Lake Street. Le acompañaba en la vigilia Justine, de 28, que tampoco quería dar su apellido pero no compartía las ideas de su vecino, aunque sentía la necesidad de defender su calle de los alborotadores. Según el gobernador, «son gente de fuera que ha venido a causar violencia». Como profesor de Educación Superior, Justine sabe que el racismo es el pecado capital de su país, aún sin corregir. «Lo hacen porque no confían en que vaya a haber justicia y no los culpo», les excusó. «El sistema judicial está hecho por blancos sobre las espaldas de los negros. Yo nunca podré ponerme en sus zapatos porque soy blanco, pero sé que tienen razón. Esto no pueden seguir así».

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