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Mercedes Gallego
Nueva
Lunes, 19 de abril 2021
La voz de George Floyd volvió a resonar este lunes por última vez en los juzgados de Minneapolis. «¡Noo, por favor, yo no soy un mal tipo!», suplicaba. Sentado en el banquillo, el agente Derek Chauvin, de 45 años, le escuchaba impasible, sin mostrar ... la menor emoción, igual que aquel 25 de mayo en que su muerte incendió todo el país. «No se le movieron ni las gafas de sol», recordó el fiscal durante el juicio.
Los agentes que acudieron a la denuncia de que Floyd había pagado un paquete de cigarrillos con un billete falso de 20 dólares no tenían por qué haberlo detenido. Podían haberle puesto una multa y darle una citación judicial, pero en lugar de eso decidieron esposarlo y llevárselo detenido. Floyd, un grandullón de casi dos metros que sufría de claustrofobia, se resistió al arresto suplicándoles con todas sus fuerzas. «Por favor, oficial, ¿a qué viene esto? ¡Por favor, yo no soy uno de esos tipos malos!».
No le hicieron caso. Chauvin, conocido racista en el club en el que trabajaba de noche, según ha declarado la dueña a la prensa, decidió darle una lección. Lo sacó del coche, pese a tenerlo ya esposado, algo totalmente fuera del protocolo. Floyd le dio las gracias con alivio, sin imaginar que le haría morder el asfalto. El policía se le hincó encima sobre el cuello y le dejó suplicar hasta su último aliento: 9 minutos y 29 segundos, tres más de los que tardó en morir. ¿Por qué? «Por puro ego», resolvió ayer el fiscal Steve Shteicher al cerrar el caso. «Orgullo del peor calibre. No iba a dejar que los peatones le dijeran lo que tenía que hacer. Él iba a hacer lo que le diera la gana y lo iba a tener ahí todo lo que quisiera».
Tenía la vida y la muerte de Floyd bajo su rodilla, pero los peatones que han declarado en el juicio le tenían a él en la mira del teléfono. El vídeo se hizo viral, dio la vuelta al mundo, provocó los mayores disturbios raciales desde la muerte de Martin Luther King y, al final, lo sentó en el banquillo acusado de tres cargos: asesinato en segundo grado, asesinato en tercer grado y homicidio involuntario. Si en las próximas horas o días el jurado que delibera le encuentra culpable de uno de los dos primeros, saldrá de la sala esposado, pero si se inclinan por el cargo menor volverán a abrirse las puertas de infierno.
Con los destrozos frescos en la memoria, los comerciantes han apuntalado las puertas y escaparates y se han llevado todo lo que tengan de valor, incluyendo la ropa en las tintorerías y las botellas de alcohol en las tiendas. Y no solo en Minneapolis. Hasta en Washington DC han asegurado los edificios públicos, a la espera de que el jurado alcance un veredicto. Durante el juicio Chauvin ha elegido no declarar. Cualquier cosa que hubiera dicho podría haberse utilizado en su contra.
Este lunes las dos partes tuvieron su última oportunidad de convencerlos. Para el fiscal Shteicher la muerte de Floyd fue «exactamente lo que vieron» en el vídeo: «un asesinato», sentenció. Lo único que importa es lo que determinen los 12 hombres justos que le han escuchado pacientemente durante tres semanas, sentados en sillas de pupitre independientes, a distancia de seguridad. La labor ha sido tan pesada que ayer, en plenos argumentos finales, el juez tomó la inusual medida de darles un descanso, dado lo que se extendía la defensa.
Todos los abogados quieren que se tomen su tiempo para examinar «cuidadosamente» los detalles del caso y, en particular, las instrucciones del juez. Entre ellas se encuentra la orden de considerarlo culpable de todos los cargos «si la muerte fue el resultado natural de los actos del acusado». De ahí que la estrategia de la defensa haya sido sembrar la duda sobre qué causó la muerte de Floyd, adicto a medicamentos opioides, que además había consumido metanfetamina y tenía problemas de corazón.
Entre la ristra de 45 testigos que han desfilado por la palestra abundan los expertos médicos, que han querido atribuir su muerte a cualquier otra cosa, desde el cóctel de drogas que había ingerido hasta el anhídrido carbónico que despedía el coche junto al que exhaló sus últimos alientos. Bastará con sembrar «una duda razonable» sobre cualquiera de los miembros del jurado, que necesitan acordar de forma unánime un veredicto sobre al menos una de las tres acusaciones. Si no pudieran ponerse de acuerdo, el juez tendrá que repetir el juicio, pero hasta entonces la última palabra la ha tenido Floyd. «¡No, por favor, oficial, no soy un mal tipo!», suplicó de nuevo ayer ante las cámaras del tribunal, que han tenido a todo el país en vilo. Chauvin no le escuchó. Falta ver si lo hará el jurado.
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