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Las diez noticias imprescindibles de Burgos este lunes 20 de enero
Los seguidores de Trump asaltan el Capitolio el 6 de enero de 2021. Reuters
El Capitolio asaltado hace cuatro años certifica a Trump como presidente

El Capitolio asaltado hace cuatro años certifica a Trump como presidente

«No olviden ni reescriban el 6 de enero de 2021», enfatiza Joe Biden mientras su vicepresidenta, Kamala Harris, afronta este lunes el difícil trance de validar la victoria electoral del líder republicano

Miguel Pérez

Lunes, 6 de enero 2025, 13:48

Hace cuatro años la democracia pareció irse por el sumidero en Estados Unidos. Hace cuatro años, Donald Trump pareció sentenciar su futuro político, e incluso personal, por su indulgencia ante los insurrectos. Pero cuatro años más tarde, lo imposible es posible. Este lunes, la vicepresidenta demócrata Kamala Harris tendrá que tragar su último sapo en la Casa Blanca al ponerse al frente del Congreso para certificar la victoria electoral de Trump como nuevo presidente de Estados Unidos.

Este acto constituye el último paso previo a la ceremonia de investidura que tendrá lugar el 20 de enero en el mismo escenario donde en 2021 una turba de radicales asaltó el Capitolio por la entonces derrota electoral del líder republicano. Una vez finalice la sesión, cuya hora de inicio es la una de la tarde (las 19.00 en España), nada impedirá a Trump regresar al Despacho Oval. Algunos republicanos ya han calificado la jornada como «el día D antes del día D».

No está previsto que ocurra nada parecido a lo que pasó en 2021, pero la amenaza terrorista, más intensa aún después de los episodios de Nueva Orleans y Las Vegas el pasado día de Año Nuevo, ha blindado Washington de policías y miembros de la Guardia Nacional. La ley establece que la certificación presidencial se celebre el sexto día de enero posterior a las elecciones y en muy pocas ocasiones se ha cambiado esta fecha. Cuando se ha hecho, ha sido porque coincidía con un domingo. Este lunes el único impedimento posible radica en el cielo. El Estado de Washington se encuentra en alerta máxima por un enorme temporal de nieve y hielo que quizás entorpezca la llegada de los congresistas.

Como casi todas las efemérides que rodean el mundo político e institucional de Estados Unidos, la certificación es un trámite rutinario que adopta patrones de gran ceremonial. Tiene una importancia histórica como tradición que se aplica desde la aprobación de la Ley de Recuento Electoral de 1887, pero también posee un valor moral como garante de una transición legal y pacífica: hasta que el Congreso no da su conformidad, el presidente electo no es reoonocido en toda su oficialidad.

A nivel práctico, se trata más bien de un formalismo. Díficilmente se puede producir una impugnación de los resultados electorales a estas alturas, aparte de que una enmienda legal introducida por Biden en 2022 lo dificulta todavía más al establecer que la certificación del Congreso no puede ir en contra de la voluntad popular expresada por los estadounidenses en las elecciones. Y la victoria de Trump en las urnas fue el pasado noviembre inapelable.

El vicepresidente republicano Mike Pence certifica la victoria de Biden en 2020, hoy le toca el turno a Kamala Harris. EFE

Los senadores y miembros de la Cámara de Representantes se reúnen en una sesión conjunta donde validan los resultados electorales de cada Estado. Los votos del Colegio Electoral, que a su vez fueron certificados en diciembre, llegan al hemiciclo en cincuenta sobres, uno por cada territorio de EE UU, guardados en cajas de caoba y escoltados por la Policía del Capitolio. A continuación son leídos en presencia de los letrados y funcionarios de las cámaras. Kamala Harris es la fedataria de todo el proceso. Si no hay errores, certificará que Trump cuenta con 312 votos del Colegio Electoral. 86 más de los ella logró en uno de los mayores desastres electorales de los demócratas. La paradoja es que al validar la presidencia del magnate republicano también corrobora su propia derrota.

«Hoy, en el Capitolio , cumpliré con mi deber constitucional. Este deber es una obligación sagrada, que cumpliré guiada por el amor a la patria, la lealtad a nuestra Constitución y mi fe inquebrantable en el pueblo estadounidense», dice Kamala Harris en un vídeo que se emite esta mañana en las televisiones del país. La vicepresidenta ha mantenido un perfil extraordinariamente bajo desde las elecciones. Ha evitado las declaraciones sobre Trump o sobre su futuro. Su entorno la ha animado a volver a presentarse en 2028 o a convertirse en candidata demócrata a gobernadora de California en 2026. Otras fuentes creen que quizá prefiera atender alguna de las múltiples ofertas que le han presentado prestigiosos bufetes jurídicos.

El acto en el Congreso tiene hoy una importancia fundamental para recordar lo que nunca debió suceder. Se trata de la primera certificación presidencial desde la fustrada en 2021, cuando una multitud de extremistas y alborotadores asaltó el Capitolio al calor del discurso de Trump de ser víctima de un robo electoral.

El todavía mandatario Joe Biden aprovechó este domingo para transmitir a los estadounidenses que deben sentirse orgullosos de «haber resistido» aquel asalto y recordarles cómo «no debería olvidarse» ni tampoco «reescribirse». Lo hizo en un discurso televisado y en un artículo publicado en 'The Washington Post', donde explica cómo la certificación presidencial siempre ha sido un «acto rutinario de nuestra historia» menos hace cuatro años, cuando «supimos que nunca más podremos darlo por sentado».

A modo de comparación, el mandatario señala que este lunes «la elección se certificará de manera pacífica» y corrobora que «he invitado al presidente entrante a la Casa Blanca en la mañana del 20 de enero y estaré presente en su toma de posesión esa misma tarde«. »Tenemos que volver a la transferencia de poder básica y normal», puntualiza, a diferencia de su investidura hace cuatro años, en la que el líder republicano, en calidad entonces de presidente saliente, no asistió a la ceremonia e incluso se marchó a su mansión de Mar-a-Lago con el maletín nuclear, convenientemente desactivado por el Pentágono.

Joe Biden, a dos semanas de ceder el poder a Donald Trump. Reuters

En las últimas semanas, Biden ha deslizado sutiles críticas a su sucesor, como cuando la semana pasada dijo que debería aprender del talante del fallecido Jimmy Carter. Sin embargo, ha rechazado la confrontación directa para evitar un traspaso de poderes rudo y conflictivo. Aún así, en su artículo afirma que Trump protagonizó hace cuatro años «una amenaza genuina a la democracia. Tengo la esperanza de que ya lo hayamos superado», aunque «se ha llevado a cabo un esfuerzo incesante para reescribir, incluso borrar, la historia de ese día», advierte el presidente: «Para decirnos que no vimos lo que todos vimos con nuestros propios ojos. Para justificarlo como una protesta que simplemente se salió de control».

Biden invitó este domingo a un grupo de líderes demócratas a la Casa Blanca. Fueron a una sala junto al Despacho Oval y les mostró el sofa donde el líder republicano «se sentó durante tres horas y media para ver lo que pasaba en la televisión. Nuestra democracia fue puesta a prueba, literalmente. Y, afortunadamente, nuestra democracia resistió», les explicó. Algunos medios afirman este lunes que el presidente saliente está enfatizando la importancia del 6 de enero de 2021 »para poner esta fecha en su lugar correspondiente«, entre las jornadas más trágicas de la historia de Estados Unidos.

Incredulidad

No es solo Biden. Intelectuales y líderes de opinión progresistas se preguntan estos días cómo ha conseguido regresar a la jefatura del Gobierno un político que no intentó frenar una insurrección extremista y bloqueó hasta donde pudo con demandas y amenazas la designación de su sucesor. Muchos se preguntan hasta qué punto el asalto al Capitolio ha perdido importancia entre la sociedad y cómo ha funcionado a la perfección la nueva narrativa impuesta por Trump y su movimiento MAGA, con el apoyo de un Partido Republicano que le repudió escandalizo tras el 6-E.

El magnate ha logrado transformar un hecho insólito, la peor aberración antidemocratica de Estados Unidos en la historia contemporánea, en un activo político que ha cohesionado a gran parte de sus bases. Él mismo y muchos de los detenidos por aquellas acciones se han hecho pasar por mártires de una conspiración del Estado, la izquierda y el «demonio», agrupados bajo tal denominación el Partido Demócrata y Joe Biden. Se da por hecho que el republicano indultará en sus primeras horas de mandato a un elevado número de insurrectos y posiblemente cierre la investigación del FBI.

Atrás quedaran, por lo tanto, cientos de miles de horas de pesquisas, interrogatorios y revisiones de vídeos y teléfonos móviles, además de un asalto que costó la vida a media docena de personas –entre ellas una mujer alcanzada por un disparo y tres policías que se suicidaron con posterioridad– y supuso daños por valor de 2.700 millones de dólares.

Jacob Chansley, en el centro, coniocido como el chamán. EFE

Durante estos cuatro últimos años, casi un millar de los 1.600 detenidos se han declarado culpables por participar en la revuelta (con distintos grados de implicación) y 200 han acabado en la cárcel. Hay acusados con todo tipo de perfil. Algunos han cumplido ya su pena. El más popular es Jacob Chansley. De 37 años, se le conoció como el chamán de QAnon por invadir el Capitolio vestido con pieles, un tocado de cuernos y un asta de ciervo en la que ondeaba la bandera estadounidense. Hoy vive en Fénix, se autodenomina artista y disfruta de una libertad conseguida hace apenas seis meses. Su paso por la cárcel lo define como una «experiencia directa de la tiranía» y de una «trampa» del Gobierno. A cambio se enorgullece de que «ahora me entrevistan».

La popularidad también acompaña a Jenna Ryan, exagente inmobiliaria y trumpista convencida. Fue condenada a 60 días de prisión por allanar la Cámara en «uno de los mejores días de mi vida». Ha publicado 'Asaltando el Capitolio: mi verdad sobre el 6 de enero', un libro donde narra su experiencia como ciudadana «vigilada por el FBI» y atrapada en «un clima político polarizado». Imparte conferencias y dice haber cumplido su objetivo de convertirse en «escritora».

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