Biden y Trump convierten el final de la campaña legislativa en una reválida de las presidenciales

Así, el presidente ha desplegado desde el viernes una intensa agenda de actos en apoyo de los aspirantes demócratas al Congreso, el Senado y los gobiernos estatales. Ha visitado Nuevo México, California y Chicago –dos bastiones de su partido–, además de Pensilvania, un territorio bisagra donde el voto es mucho más reñido. Trump, por su parte, ha recorrido cuatro estados en otros tantos días: Iowa, Florida, Pensilvania y Ohio.

El interés por esta cita se percibe en la calle. El alto índice de participación registrado en la votación anticipada –que lleva camino de superar los récords históricos establecidos en 2018– subraya la ansiedad que pesa sobre los electores ante unos comicios cargados de incertidumbre y transcendencia. De los más de 21 millones de papeletas ya entregadas en las últimas semanas por los ciudadanos más 'madrugadores', el 45.2% corresponde a demócratas, por solo el 33.3% de los republicanos.

Según un reciente estudio de la plataforma de análisis de datos electorales FiveThirtyEight, el 60% de los estadounidenses se encontrará con candidatos negacionistas en la papeleta. Es decir, de aspirantes que estarían dispuestos a anular los resultados electorales válidos en caso de adversidad, un fenómeno conocido como subversión electoral, especialmente pronunciado en los estados bisagra que fueron decisivos en la elección de Joe Biden.

Los cargos públicos clave están en la Cámara de Representantes y el Senado, donde los demócratas tienen mayorías escuálidas de las que depende la viabilidad de la agenda del presidente. Las gubernaturas, las secretarías y las fiscalías generales de cada estado también resultan muy importantes, ya que son puestos de poder con capacidad de descartar, anular o descertificar los resultados no favorables.

Las elecciones de media legislatura no suelen atraer demasiada atención en los cincuenta estados que forman el país, pero este año una avalancha de financiación sin precedentes ha hecho su entrada, sobre todo en apoyo a candidatos extremistas. Basta un dato: según el Centro Brennan para la Justicia, en seis territorios los aspirantes para conseguir la secretaría de Estado habían recaudado a principios de agosto 16,3 millones de dólares, más del doble de la cantidad ingresada en el mismo punto en 2018. El aumento de los fondos, proporcionados en muchos casos por fuentes que ni siquiera se encuentran asentadas en esos estados, supone uno de los motivos por el que los candidatos negacionistas han superado con creces a los que no han cuestionado los resultados electorales.

El pronóstico es particularmente alarmante en la Cámara de Representantes del Congreso. Ahí, 118 candidatos republicanos negacionistas y 7 que dudan de la legitimidad electoral tienen un 95% de posibilidades de ganar. En el Senado solo tres candidatos negacionistas –es decir, que niegan el triunfo presidencial de Biden y apoyan la idea del fraude electoral de Trump– sostienen ventajas que aseguran su elección dentro de unas horas.

Estos comicios son diferentes no solo por el avance de candidatos extremistas, sino también por la existencia de nuevos parámetros introducidos en los dos últimos años en el tablero electoral. Las nuevas leyes de restricción del voto, la reconfiguración de determinados distritos electorales en beneficio de los republicanos, la infiltración de radicales negacionistas en el aparato electoral, las amenazas de violencia armada y la intimidación a los votantes presentan variables sin precedentes.

Biden ya ha advertido este fin de semana de que su esfuerzo en esta campaña no se dirige solo a que los demócratas ganen escaños, sino a evitar un «caos» para Estados Unidos en caso de victoria republicana. Mientras, la Administración federal ultima las reuniones con jefes de Policía, alcaldes y administradores electorales locales para crear planes de respuesta ante cualquier situación de violencia.