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Mercedes Gallego
Corresponsal. Nueva York
Jueves, 25 de julio 2024, 07:03
Joe Biden, «un chico tartamudo de orígenes modestos en Scranton (Pensilvania) y Clayton (Delaware), que llegó a sentarse un día como presidente detrás del escritorio del Despacho Oval», hizo ayer historia una vez más al anunciar el fin de su carrera política. «Ningún cargo es más importante que la defensa de la democracia, que está en juego», afirmó con solemnidad.
El mandatario invocó a Benjamin Franklin, George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt y a todos los grandes que le habían precedido con dignidad para anunciar la decisión más difícil de su carrera. «Nada puede interponerse en el camino de salvar a nuestra democracia», sopesó. «Eso incluye las ambiciones personales, así que he decidido que lo mejor es pasar la antorcha a una nueva generación».
Lo había anunciado el domingo en las redes sociales, un minuto después de comunicárselo a su equipo de asesores de la Casa Blanca, y apenas horas después de informar a la mujer de color que ha dejado como sucesora, su vicepresidenta Kamala Harris, de 59 años. Concluían así tres semanas de terremoto político que habían sumido al país en una crisis sin precedentes para vencer su resistencia a renunciar a la candidatura y, con ello, a la posibilidad de hacer realidad su visión para el país.
Sólo un periodista, un fotógrafo y un cámara pudieron presenciar ese histórico momento desde Despacho Oval, donde se había congregado la familia del presidente para acompañarle en semejante trance. Ningún otro mandatario había renunciado a un segundo mandato desde que lo hiciera Lyndon Johnson en plena guerra de Vietnam. El espectro del 68 volvía a hacerse sentir en Estados Unidos, amenazando con proyectar la sombra tumultuosa de disturbios y cargas policiales de aquel verano en las calles de Chicago durante la convención del Partido Demócrata, que en tres semanas volverá a celebrar su cónclave en esa ciudad. Johnson ni siquiera fue invitado a la convención. Su relevo, Hubert Humphrey, perdió rotundamente las elecciones frente al republicano Richard Nixon. Por el contrario, Biden será recibido en Chicago como un héroe y un patriota, que ha sabido renunciar a su propia ambición en pro del bien del partido y del país, al que cree amenazado por la segunda venida de Donald Trump.
«Este es uno de esos raros momentos de la historia en el que las decisiones que tomemos determinarán la suerte de nuestra nación y del mundo durante décadas», entono. A su juicio, Estados Unidos va a tener que decidir entre «avanzar hacia adelante o retroceder, entre la esperanza y el odio, entre la unidad y la división». Su apuesta es que sus compatriotas elijan «la honestidad, la decencia, el respeto, la libertad, la justicia y la democracia». No lo mencionó, pero era fácil asumir que todo eso es lo opuesto a lo que representa su rival. En 2016 su predecesor, Barack Obama, también confiaba en que los estadounidenses sabrían elegir entre lo que representaba Donald Trump y Hillary Clinton, pero el resultado no fue el que esperaba.
Desde que la imagen de un anciano cansado y en declive cognitivo se hiciera fuerte durante el debate presidencial del pasado 27 de junio, Biden ha intentado recuperar la confianza de su partido y del país para aspirar a un segundo mandato con el que completar el proyecto de una unión más perfecta con el que ha soñado desde que fue elegido senador a los 29 años. Su caída libre en las encuestas demostraba que esa oportunidad no llegaría en las elecciones de noviembre. «Sé que hay un tiempo y un lugar para años de experiencia en la vida pública y también un tiempo y un lugar para nuevas voces más frescas. Sí, voces más jóvenes», reconoció.
A esas alturas el clan de los Biden contenía las lágrimas en el Despacho Oval presenciando la despedida de su patriarca. Ashley Biden le apretó con fuerza la mano a su madre, sentada junto a ella, compartió al resto el único periodista que fue testigo. «Este ha sido el honor de mi vida», concluyó el presidente, haciendo de tripas corazón, y aún convaleciente de una infección de covid de la que había dado negativo apenas la víspera.
Tocaba también destacar su propio legado, el de ser el primer presidente de este siglo en gobernar sin que su país esté implicado en ninguna guerra. Su rival y antecesor suele colgarse el galón de no haber empezado ninguna en el mundo, atribuyéndole a Biden la responsabilidad de Ucrania y Gaza, pero en realidad Trump no llegó a acabar con la de Afganistán. Ese plan, que dejó pactado con los talibanes, recayó desastrosamente sobre Biden, quien pasará a la historia marcado por la sangre de la desorganizada retirada.
Para los seis meses que le quedan en el cargo promete mantener la fuerza de la OTAN para frenar la toma de Ucrania por parte de Putin, hacer lo mismo por sus aliados del Pacífico, en referencia a Taiwán, convencido de que gracias a su trabajo China no sobrepasará a Estados Unidos, seguir trabajando para detener la guerra de Gaza y liberar a todos los rehenes. En el flanco doméstico se ha propuesto acometer la reforma del Tribunal Supremo y hasta encontrar una cura para el cáncer, la enfermedad maldita que se llevó por delante a su primogénito Beau Biden, quien trabajó directamente con la mujer a la que ha cedido el testigo.
«La historia está en vuestras manos. El poder está en vuestras manos. La idea que es América descansa en vuestras manos», encomendó a su pueblo. «Ahora la elección es vuestra».
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