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Técnicamente, Corea del Sur y Corea del Norte están en guerra. De hecho, es el conflicto activo más antiguo del mundo, ya que los dos países en los que quedó dividida la península tras el choque militar entre 1950 y 1953 no han firmado nunca la paz. Desde entonces, la que delimita el paralelo 38 es la frontera más fortificada del planeta. No obstante, la guerra ha ido derivando hacia el terreno de lo surrealista, y ahora se puede decir que ojalá todas fuesen así.
Durantes años, las dos coreas han librado batallas dialécticas con megáfonos por los que se 'lanzaban' propaganda. En algunas ocasiones, esas instalaciones se han retirado como muestra de buena fe, pero al cabo de un tiempo han vuelto a vomitar consignas políticas. Ha vuelto a suceder, y ahora la guerra también es por aire, pero no con cazas sino con globos no tripulados llenos de basura. Sí, el pasado jueves se produjo el mayor 'ataque' desde el lado comunista, con un récord de 500 globos cargados con sacos de mierda. Literalmente.
El asunto no trascendería la anécdota si no fuese porque uno de ellos cayó en pleno palacio presidencial de Seúl, revelando, al menos hasta cierto punto, la vulnerabilidad de la capital surcoreana. Por eso, hoy nos acercamos a esta curiosa forma de plantear batalla.
Estos son los tres temas que abordaremos:
Ojalá todas las guerras fuesen como la coreana.
Da igual lo que voten los venezolanos, Maduro siempre gana.
China e India destensan el Himalaya.
Seúl es una ciudad que vive en calma, pero siempre con la posibilidad de que Corea del Norte la ataque. En todas las estaciones de metro hay pequeños armarios con máscaras antigás, y los refugios antiaéreos están perfectamente marcados y mantenidos. No es para menos, porque la frontera queda a unos 24 kilómetros en su punto más cercano y el régimen de Pyongyang es de esos que viven en el superlativo y amenazan a cualquiera que le lleve la contraria con hacer de su territorio «un infierno en llamas».
Como no parece que la guerra activa más antigua del planeta vaya a concluir pronto, esa situación explica en parte el plan para trasladar la capital surcoreana a Sejong, situada ya a más de cien kilómetros de la zona desmilitarizada. Eso y el hecho de que Corea del Norte haya logrado enviar un globo cargado de basura hasta el palacio presidencial, una zona de exclusión aérea. Sucedió la semana pasada y ha provocado cierta zozobra.
El Ejército ha respondido asegurando que decidió no derribar el globo por temor a diseminar su contenido en una amplia zona de la megalópolis. Como era parte de un gran ataque con 500 globos similares -el décimo en lo que va de año-, entendieron que no suponía un peligro. No obstante, se movilizaron equipos de guerra biológica, química y nuclear para confirmarlo. ¿Y si hubiese escondido material peligroso?, se pregunta la prensa local.
Desde Corea del Norte justifican su ataque con bolsas de basura como respuesta a los envíos desde el sur, que también utiliza globos para hacer llegar al otro lado de la frontera propaganda con panfletos, medicinas y memorias USB cargadas con diferentes tipos de contenido: desde canciones de K-Pop hasta pornografía. Cualquier cosa vale para hacer ver a los hermanos comunistas que la vida en el mundo libre es mucho más apetitosa.
Pocas situaciones demuestran que los políticos pueden comportarse como niños en un patio de colegio mejor que esta. Y sería cómico si no fuese porque, a lo largo de los últimos 70 años han muerto entre dos y tres millones de personas. Afortunadamente, el poder de disuasión que el armamento nuclear le ha dado a la dinastía Kim y la satisfacción con el 'status quo' entre la población de la Corea democrática parecen asegurar que la sangre no llegue al río y que se limiten a lanzarse mierda. Ya podría aprender Putin.
Nicolás Maduro iba a ganar las elecciones independientemente de lo que votasen los venezolanos. No es la primera vez que sucede y, sin embargo, por razones difíciles de comprender, había cierta sensación de euforia entre una oposición que se creía capaz de dar carpetazo a la era chavista. Teniendo en cuenta que el país lleva años sumido en el caos y la miseria -en torno a la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza-, y que esa coyuntura ha provocado la huida de una cuarta parte de su población, parece lógico pensar que así tendría que ser en unas elecciones libres y justas. Pero esos dos condicionantes se han demostrado demasiado pesados para Venezuela.
Convenientemente, el presidente enchandalado obtuvo el domingo el 51,2% de los sufragios -con el 80% escrutado-, según el Consejo Nacional Electoral que él mismo controla. La oposición, y un significativo número de gobiernos, rechazan ese resultado y afirman que no tienen acceso a todos los recibos de las máquinas de las elecciones, por lo que es imposible cotejar esos resultados con los enviados a la central. Y los que sí han visto hacen pensar que Maduro perdió. Vamos, que el resultado fue el que alguien dijo que fuese.
Además de una gran injusticia para quienes aún confiaban en que quedase un atisbo de democracia en el régimen bolivariano, esta polémica amenaza con enturbiar el acercamiento de Caracas a Washington, y también a multitud de países latinoamericanos que esperaban ver cómo Maduro abría un poco el puño. Incluso a la amistosa Colombia. Desafortunadamente, partidos políticos en democracias más asentadas -como Podemos en España- han preferido cegarse por la ideología que les provoca una preocupante querencia por los dictadores y han validado los datos oficiales, argumentando que hubo observadores internacionales cuando, precisamente, la negativa a que los europeos estuviesen presentes provocó polémica.
Da rabia tener que darle la razón al loco de Javier Milei cuando exige a Maduro que se vaya y anuncia que «Argentina no va a reconocer otro fraude y espera que las Fuerzas Armadas esta vez defiendan la democracia y la voluntad popular». Más comedido ha sido el chileno Gabriel Boric, que considera los resultados «difíciles de creer». Elon Musk, convertido en punta de lanza del conservadurismo neoliberal, retuiteó un mensaje en el que se utilizaba una captura de TeleSur para ironizar sobre cómo en Venezuela la suma de los porcentajes de voto de los candidatos da 109%.
Sin duda, huele a fraude electoral. Otro más. Eso sí, hay que reconocerle a Maduro cierta distancia frente a otros dictadores, que se arrogan casi el 100% de los votos. No es Kim Jong-un o Xi Jinping. Al menos, él reconoce que casi la mitad de la sociedad no apoya su gestión. El problema es que no acepta que en realidad es más y, por eso, debería marcharse y permitir que el país dé un vuelco para ver si así se puede salvar. Porque, de momento, los muertos vuelven a amontonarse y la posibilidad de un baño de sangre crece.
Y de guerras y golpes de Estado encubiertos a un apretón de manos que avanza una buena noticia, que son las que nos gustan en verano: China e India han llegado a un principio de acuerdo para retirar decenas de miles de soldados de la frontera que ambos países se disputan en el Himalaya, con el objetivo de reducir así una tensión que lleva años creciendo y que ha dejado varios enfrentamientos con víctimas mortales.
Que dos potencias nucleares que concentran gran parte del comercio mundial se enfrenten nunca es positivo. Y más si una batalla campal con piedras y palos, como fue la de 2020, provoca una concentración de tropas en una zona que es vital por numerosas razones: desde las geopolíticas, hasta las de recursos, ya que aquí es donde nacen los principales ríos de Asia. Afortunadamente, ambas potencias se habían impuesto la prohibición de portar armas de fuego en la Línea Actual de Control, que las separa temporalmente hasta que lleguen a un acuerdo sobre los límites de su territorio.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.
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