miguel pérez
Martes, 27 de diciembre 2022, 00:31
Donald Trump es un presidente jubilado que rechaza comportarse como un presidente jubilado. Quienes le siguen de cerca afirman que es su manera de mantener la ilusión de que continúa al mando de Estados Unidos, solo que Joe Biden y un fraude electoral orquestado por ... los demócratas y progresistas le movió el sillón del Despacho Oval. Otros opinan que es la fórmula para conservar enferovorizados a sus simpatizantes y la taquilla abierta a las donaciones. De una u otra forma, comportarse como lo han hecho Bill Clinton, George W. Bush o Barack Obama después de dejar la Casa Blanca sería sinónimo de reconocer su derrota electoral en 2020. Y eso no pasa por su cabeza.
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En esta fantasía, el magnate ha transformado el salón de baile de su club privado de Mar-a-Lago en una especie de Despacho Oval paralelo. Carece de la trascendencia histórica de la oficina presidencial, pero desprende más solemnidad, lujo y poder que cualquier otro gabinete. Los recuerdos y objetos de su paso por la Presidencia adornan la enorme sala donde recibe visitas en cómodos sofas, ve la televisión en pantallas capaces de dar sombra, le flanquean las banderas nacionales y ejerce con la autoridad suficiente para gritar al personal y conseguir que éste le siga siendo fiel. Solo le falta el botón con el que pedía coca-colas en la Casa Blanca, pero aquí lo hace a voces. Al fin y al cabo, esta sí es su casa. Casa Trump.
Dicen que muchas de sus horas de despacho consisten en un permanente enfado. Quizá sufra un proceso metabólico que traduce en malos gestos las noticias que le asaltan cada mañana desde las portadas de los periódicos y las cadenas de televisión, que revisa con minuciosidad antes de salir de casa. Las últimas acusaciones del comité del Congreso, que le implican en el asalto al Capitolio del 6 de enero, si bien no físicamente, sí moralmente, la recomendación de inhabilitarle para futuros cargos públicos o los delitos de fraude que recaen sobre la Organización Trump, su emporio financiero, están probablemente detrás de la tempestad perpetua de Mar-a-Lago.
A diferencia de sus predecesores, Trump no escribe libros ni ofrece conferencias pagadas a precio de percebe gallego alrededor del mundo. Tampoco se dedica a construir una biblioteca presidencial con la que acrecentar los archivos de los fondos nacionales. Ni ha donado muchos de los regalos oficiales recibidos durante su legislatura, como es costumbre ya que automáticamente se convierten en artículos de culto político. Se cuenta que pudo llevarse hasta un centenar de cajas de obsequios al dejar Washington. Y otro buen montón de documentos 'top secret', por los que es investigado. A este respecto, crece la hipótesis de que no lo hizo por motivos espúreos. Simplemente, seguir conservando secretos de Estado en los cajones de su mesa le hacían sentirse más presidente.
En cambio, ha montado su propia fundación, American First, aunque su vocación nada tiene que ver con el centro para la paz que en su día creó Jimmy Carter o la Fundación Obama, que el primer presidente negro de Estados Unidos levantó en Washington tras dejar la Casa Blanca. Michelle y él ponen su experiencia y sus nombres al servicio de este grupo de debate y formación de talentos que ha entrenado a más de 700 líderes de Europa, África y Asia. American First es otra cosa. Es una organización que se nutre de financiación privada y cuyo fin esencialmente es perpetuar el trumpismo. Incluso mientras su gurú duerme en una costa, cientos de voluntarios siguen ejerciendo su proselitismo en la otra, en un ejercicio temible por cómo alimenta el extremismo, según sus detractores.
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En este contexto es donde cuadra Trump desencadenado. El Partido Republicano todavía no ha averiguado cómo resolver ese halo de radicalidad que el magnate se echó sobre los hombros sorpresivamente hace unas semanas invitando a cenar a Mar-a-Lago al rapero Kanye West y al supremacista blanco Nick Fuentes. Cierto es que el líder conservador abroncó posteriormente al artista ahora conocido como Ye, vetado en las redes y desposeído de contratos comerciales debido a sus manifestaciones antisemitas, por haber llevado a su casa a un referente de la extrema derecha que aboga por un Estados Unidos gobernado exclusivamente por blancos que no sean judíos ni musulmanes. «Kanye West tenía muchas ganas de visitar Mar-a-Lago. Nuestra reunión en la cena estaba pensada para ser sólo Kanye y yo, pero llegó con un invitado al que nunca había conocido y del que no sabía nada», dijo más tarde Trump.
El problema es que el mal estaba hecho. Fuentes resulta una figura tóxica de asociar a un candidato político. Estuvo el fatídico 6 de enero en el Capitolio donde llamó a «recuperar este país incluso por la fuerza», Conocido agitador en las redes sociales, él mismo se considera un paleoconservador y un 'incel', un célibe voluntario, denominación que agrupa a amantes de las conspiraciones, hombres frustados y misóginos profundos. Sus puntos de vista antisemitas le han valido el calificativo de neonazi, rechaza la inmigración, condena el aborto y sostiene que las mujeres y los miembros del colectivo LGTBI deberían ser desposeídos del derecho al voto. El tipo de individuo ideal para salir despavoridos de la cena de Navidad.
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El patinazo de Trump lo explican algunos de sus antiguos conocidos por la falta actual de filtros que, antaño, en la Casa Blanca, le protegían y ejercían de escudo ante determinados excesos. En su oficina de Florida, el personal es plenamente sumiso y carece de cargos institucionales que le confiera alguna autoridad ante el jefe. Durante su mandato, miembros del gabinete como Mike Pompeo, director de la CIA, James Mattis, secretario de Defensa que dimitió casi dos años después por la deriva radical del presidente, o Mike Pence, el vicepresidente que se negó a llegar hasta el final en el intento de boicotear las elecciones de 2020, tenían el historial y el peso necesarios para plantarle cara. Ahora, a los únicos que parece hacer caso es a sus abogados.
El ejemplo de sumisión perfecto puede ser el día en que Trump quiso hacer una declaración pública en su particular Despacho Oval. En la Casa Blanca suele haber un equipo de guardia de periodistas expertos en la Administración por si el Gobierno o el presidente deciden hacer algún anuncio de modo imprevisto. Pero los asesores no quisieron encararse al magnate para hacerle ver que en Mar-a-Lago nadie espera a la puerta, que su interés informativo ya no es el mismo una vez despojado de su cargo institucional, y se dedicaron a llamar a redactores de todo el Estado para tratar de componer un grupo aceptable que acudiera a su comparecencia. Tampoco ayuda que Trump vaya por libre. En Truth Social, su propia red social, dispara a placer sin que nadie filtre sus mensajes.
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La cena con Kanye West y Nick Fuentes coincidió, además, en los mismos días en que el magnate anunció su candidatura por el Partido Republicano a la presidencia de EE UU en 2024. A los conservadores ajenos al ala extremista se les atragantó el menú. Varios dirigentes le han recriminado su inoportunidad y sus compañías, lamentado la imagen de fanatismo que transmite e incluso le han pedido que «eche de su lado» a West y Fuentes porque «no son los mejores compañeros». Aun así, las encuestas tampoco le fulminan. El 17% de los estadounidenses cree que su cena con el streamer supremacista resultó un error, pero un 47% no se posiciona ni a favor ni el contra. Un 40% de los mayores de edad, sobre todo republicanos, aunque también algunos demócratas, sigue manteniendo una buena opinión sobre él.
El rechazo, evidentemente, lo concentran los americanos progresistas, que ven en el supremacismo blanco una de las grandes amenazas actuales para Estados Unidos. También lo ve así el FBI. Es el mismo sector demócrata que considera incomprensibles las concesiones simbólicas de Trump a QAnon, la macroorganización conspiranoica que considera a los demócratas unos pedófilos caníbales y aguarda a que el expresidente recupere la Casa Blanca mientras Joe Biden y los líderes de centro e izquierda estadounidenses son enjuiciados y ejecutados.
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Fuera de las cenas polémicas, ¿qué más se cuece en Casa Trump? Según los medios americanos, el expresidente juega al golf todos los días en su club antes de acudir al Despacho Oval bis. Suele sentarse a trabajar después del almuerzo. Por la noche aparece en los salones donde sus invitados pagan por cenar y saludarle. Cuando se retira a sus aposentos privados, le aplauden. En Mar-a-Lago también se celebran bodas y otros eventos. Todo viene bien a las finanzas.
Otra parte de su agenda la ocupan las reuniones que convoca con dignatarios o responsables extranjeros (ya en su época de jefe de Gobierno invitaba allí a sus homólogos, como es el caso del chino Xi Jinping), empresarios, analistas, tertulianos famosos y diferentes referentes sociales para debatir sobre la actualidad del país. Es otra manera de sentirse presidente, líder, Y, a la vez, candidato: los encuentros se han intensificado desde que presentó su candidatura, lo que en su entorno se traduce como un intento de estar al día del pulso político, económico e internacional, y empaparse de argumentos de cara a la estrategia electoral.
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A quienes no se ve por la mansión es a un buen número de sus antiguos colaboradores en la Casa Blanca ni a los que reclutó en su étapa posterior, cuando convenció a muchos de que siguieran a su lado pensando que su tesis sobre el fraude electoral vencería y él se revalidaría como presidente. Durante la transición de poder hubo una especie de ficción en ese sentido. Hasta el mismo 5 de enero de 2021, después de todos los intentos frustrados de probar un fraude y en la antesala de que Biden fuera confirmado como jefe de Gobierno y se produjera el asalto al Capitolio, la fantasía perduró, Tal fue la fe que el equipo republicano de la Casa Blanca ni siquiera se preocupó de organizar la mudanza antes o de gestionar las subvenciones gubernamentales destinadas a que los presidentes salientes preparen su oficina civil y paguen a sus nuevos empleados. Los trámites se hicieron a última hora. Al parecer, los asistentes de Trump quisieron cargar el particular Despacho Oval de Mar-a-Lago a esos fondos. Pero no coló.
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