iñigo gurruchaga
Corresponsal. Londres
Martes, 18 de enero 2022, 18:59
El futuro de Boris Johnson depende de que emerja uno de los asesores que le habrían advertido de que la reunión con bebidas en el jardín que estaba convocando su secretario privado, con un correo electrónico enviado a cien empleados de Downing Street, infringía ... las reglas que el Gobierno había dictado para contener la pandemia en mayo de 2020.
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Su asistente más importante entonces, Dominic Cummings, afirma que él y otro asesor están dispuestos a testificar bajo juramento que notificaron la ilegalidad de la reunión al primer ministro. El columnista Dominic Lawson, de 'The Sunday Times', dice que ha hablado con dos asesores que se lo advirtieron y que Johnson respondió a uno de ellos que estaba «exagerando» y que su secretario privado era su Labrador. Es una raza de perro con reputación de sociable y fiel.
«Si me lo hubiesen dicho, lo recordaría», replicó el primer ministro a la televisión Sky, que le entrevistó tras varios días desaparecido. La corresponsal de Sky, Beth Rigby, le preguntaba si miente Cummings, si mienten las fuentes de Lawson, que dan tan precisos detalles de la conversación, si miente también una persona que le habría dicho a Rigby que advirtió a Johnson de que que no debía convocar esa reunión.
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La entrevista era parte de la estrategia de comunicación diseñada en Downing Street. Johnson anunció el lunes iniciativas que se ejecutarán en 2027 o nunca, y el martes da una entrevista mediante sistema de 'pool'- a un solo medio con obligación de pasar la grabación a los demás-, en un centro local de diagnósticos- Le permite enmarcar su tragicomedia personal con la mengua de la pandemia y presentarse como hacedor de un futuro más optimista.
A los estrategas del primer ministro no parece preocuparles que, en las circunstancias presentes, parezca un idiota. Su párrafo esencial es: «Nadie me dijo que lo que estábamos haciendo estaba contra las reglas, que el evento en cuestión era algo que no iba a ser un evento de trabajo. Como ya dije en el Parlamento, cuando entré en el jardín, creí que estaba asistiendo a un evento de trabajo».
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Repitió su petición de perdón, su respiración fue agitada, su pesar aparentemente intensísimo, cuando Rigby le preguntó por la juerga en su residencia, en la víspera del funeral del duque de Edimburgo. La periodista de Sky, que también se saltó el confinamiento en una fiesta de cumpleaños con colegas de su cadena, en diciembre de 2020, no pareció creer en la sinceridad del primer ministro.
«La idea de que entra en el jardín, hay cuarenta personas, comida y bebida en sus mesas, se les sirve alcohol y usted cree que es un evento de trabajo es ridícula, ¿no? Es burlarse de la población británica», le sugirió la periodista. Johnson repitió su petición de disculpas por los «errores de juicio» que se habrían cometido. Y pidió que se espere a la investigación de los hechos por una funcionaria.
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No había ocurrido nada llamativo el lunes, pero numerosas portadas publicaban este martes el reto de Cummings al primer ministro sobre quién dice la verdad. Lo había escrito once días antes, sin recibir tanta atención. Es un síntoma de que los medios le perciben malherido. Dos secretarios de estado del Gobierno han hablado públicamente del malestar que les expresaron sus votantes durante el fin de semana.
Diputados elegidos en 2019 en zonas antes laboristas habrían iniciado ya un movimiento escalonado de peticiones al comité del grupo parlamentario que organiza la elección de un nuevo líder. Cummings, el estratega electoral de aquella victoria, les anima. Les dice que el reloj corre y que tienen que elegir a alguien capaz. Johnson busca gente fiel para regenerar su oficina. A los empleados actuales les culpa de lo ocurrido.
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Es el momento perfecto para la aparición de esa segunda persona que habría advertido a Johnson de que la fiesta era ilegal. La ya maltrecha credibilidad del primer ministro sufriría un golpe quizás letal. Pero su voluntad de resistir es infinita. Sus ministros de Hacienda y de Justicia, su portavoz también, han reconocido que un ministro que miente al Parlamento debe dimitir. En su entrevista, Johnson rehusó repetidamente aceptarlo.
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