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Corresponsal. Nueva York
Jueves, 25 de noviembre 2021, 00:11
«El amor que solo es un ideal queda tan latente que nunca lo vas a olvidar, hasta el último día de tu vida». Lo decía Lía Cámara Blum a sus 82 años, cuando evocaba su romance con Fidel Castro, al que conoció en México ... como Alejandro González. Su apuesto cubano tenía un amor mayor: su revolución.
Ocho meses antes de su muerte, Louis Nevaer, director de Hispanic Economics, recibió del comandante cubano la audiencia que éste le negó a Barack Obama. Quería saber por qué no quiso verle en aquella histórica visita de marzo de 2016, la primera de un presidente estadounidense a la isla desde el triunfo de su revolución. «Todo es mentira del imperio», espetó con rencor.
La muerte le rondaba como anunció después él mismo en una larga comparecencia ante el congreso del Partido Comunista, quizás para dejar en evidencia la excusa de su «frágil salud» con la que Obama excusó el desaire. «No es Carter», le dijo Castro a Nevaer. «Nos traicionó por su reforma sanitaria».
Al transferir el poder cuatro años antes a su hermano Raúl le había dicho que no se molestara en restablecer relaciones diplomáticas. «Sin Guantánamo, ¿para qué?». Le indignaba que EE UU utilizara un pedazo de su isla para burlar los derechos humanos. Había supeditado el deshielo a la entrega de Guantánamo y, como mínimo, al cierre de la prisión. Si aceptó a regañadientes las concesiones de su hermano fue «porque se les estaban agotando las ideas para sostener la revolución», interpreta Nevaer.
También la vida. Tal día como hoy Raúl Castro anunció «con profundo dolor» que a las 22.29, hora local, «falleció el comandante en jefe de la revolución cubana». Nunca habló de las causas, que el propio Fidel declaró en 2006 «secreto de Estado, debido a los planes del imperio». Se especulaba con diverticulitis desde que el cirujano jefe del Gregorio Marañón, José Luis García Sabrido, desmintiese que fuera cáncer.
Su muerte «no fue tan importante como habíamos esperado, porque ya había transferido el poder a su hermano», analiza Ted Henkens, profesor de Sociología y Estudios Latinoamericanos de la Facultad neoyorquina de Baruch y coautor del libro 'Entrepreneurial Cuba: The Changing Policy Landscape'. «Quienes pensaban que sin Fidel no había régimen demostraron que podían seguir en el poder incluso sin su hermano».
Para mantener el pálpito de la revolución y de la economía de Estado, Raúl dio un paso crucial: abrir internet y permitir la entrada del capitalismo a través de un estrecho canal de empresa privada. Los 'cuentapropistas' o trabajadores autónomos pagaban impuestos. Antes de la pandemia los 605.000 registrados suponían más del 40%, aunque todavía después de la expansión a 127 oficios en febrero pasado seguían prohibidas 124 actividades.
El deshielo y la apertura económica de Raúl Castro permitió a los cubanos viajar y llenar con sus impuestos las maltrechas arcas del Estado, pero sobre todo, soñar. Por primera vez empezaron a disfrutar de sus restaurantes y hoteles, montaron prósperos negocios y su chispa creativa encendió la mecha de los emprendedores americanos. El internet por wi-fi se había expandido un año antes de la muerte de Fidel gracias a una notable rebaja de precio, que seguía siguiendo prohibitivo. En 2017 el plan Nauta Hogar lo amplió a 124.000 usuarios, pero fue la apertura de datos móviles en los teléfonos lo extendió a cuatro millones de líneas. El 39% de la población estaba conectada al mundo en tiempo real y con ello surgieron también los medios digitales independientes. «El Gobierno perdió el control casi absoluto que tenía sobre los medios», observa Henkens. «La gente también perdió el miedo. Solo saber que hay otros que piensan como tú es una manera de perder el miedo».
La narrativa oficial es que todo se paró con Donald Trump, que deshizo lo que había hecho Obama y endureció el embargo más largo del mundo con 243 medidas adicionales. Se extinguió el petróleo venezolano y apareció el coronavirus, pero, según el periodista Abrahán Jiménez Enoa, de 32 años, que fundase la revista 'El Estornudo' en 2016, el Gobierno ya había dado el frenazo antes de que Trump reforzara el embargo. «Estaban asustados, se dieron cuenta de que el país se les iba de las manos».
Es difícil cerrar la caja de Pandora. Su generación no ha salido a las calles para oponerse a la política socialista, aunque tampoco se conforma con los logros sanitarios y educativos de la revolución. Henkens reconoce que Miguel Díaz-Canel se ha enfrentado a «una tormenta perfecta de desafíos» desde una economía disfuncional, lo que incluye la inflación que ha traído el ordenamiento monetario de enero pasado, al eliminar el peso convertible (CUC). «Fidel no pasará a la historia por ser un gran economista, su legado fue la sanidad, la educación y otros logros sociales», concluye el escritor.
También Jiménez reconoce que Raúl Castro llevó a cabo «reformas impensables» que hicieron pensar a la sociedad cubana que le aguardaban «años de mucha alegría y esperanza», recuerda. «Si Fidel estuviera vivo, Cuba sería otro país», admite.
El comandante gozaba de un respeto y una legitimidad que su hermano no ha podido transferir al primer presidente, pero sí ha heredado el sistema que ha reprimido las ansias de libertad «de manera orgánica», dice Jiménez, tras pasar tres días bajo arresto domiciliario. Toda acción genera una reacción. El proceso ha radicalizado a quienes solo buscaban una apertura para disentir. Esta vez los dirigentes cubanos «han ganado gracias al miedo y las prebendas», acusa. Las calles están tranquilas. «Van a celebrar con mucha euforia estás Navidades», concede. Solo que «el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados», escribió García Márquez en 'El amor en los tiempos del cólera'. Una novela sobre las aventuras, el amor, el tiempo, la vejez y la muerte, define Wikipedia.
Antes de acabar la entrevista, Fidel Castro, «cansado y exhausto», le preguntó a su entrevistador «si ella, su único amor verdadero, era feliz», escribió Nevaer. «Sonrió cuando le dije que sí». Ocho meses después, se le apagó el corazón.
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