La semana ha arrancado con una noticia esperanzadora en el tablero geopolítico mundial: el secretario de Estado americano Antony Blinken y el presidente de China, Xi Jinping, se han reunido por fin en Pekín, retomando una visita que fue cancelada por la crisis de ... los globos espía. Las dos superpotencias reanudan el diálogo de alto nivel en un momento en el que la tensión crece en el Estrecho de Taiwán, el principal foco de roces militares entre los dos países. No se debe esperar un deshielo inminente, pero siempre es buena señal que estos dos rivales aparquen la mentalidad de la Guerra Fría y se sienten a dialogar.
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No obstante, en Pekín tienen ahora problemas más acuciantes, porque todos los indicadores económicos señalan que el rebote tras la pandemia ha sido más breve de lo esperado. Por eso, hoy en 'El mundo, explicado', nos acercamos a la salud de la segunda potencia mundial.
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China se resfría, ¿contagiará al mundo o es al revés?
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'God save the queen' y la gerontocracia estadounidense
Hay quienes llevan décadas vaticinando el colapso de la economía china. El 'gurú' Gordon Chang célebremente anunció en un libro publicado en 2001 que el Partido Comunista caería en 2011. Aquel año reconoció que se había equivocado, pero solo retrasó su previsión para el derrumbe un año. Y ahí sigue Chang, anunciando el apocalipsis chino siempre que puede. No es el único que apunta a burbujas inmobiliarias, crisis bursátiles y todo tipo de enfermedades económicas para señalar que el dragón tiene pies de barro. Pero lo cierto es que, en lo que llevamos de siglo, China ha sorteado con soltura las crisis que han aquejado a Occidente y se ha convertido en la única potencia capaz de hacerle sombra a Estados Unidos.
Eso sí, los tiempos en los que crecía a un ritmo de dos dígitos se han acabado. Y, tras la pandemia, los indicadores arrojan algunos datos preocupantes. Por ejemplo, el consumo interno, que había tomado el testigo a las exportaciones como el principal motor económico de China, flaquea. Se esperaba que, tras los durísimos confinamientos sufridos en algunas ciudades el año pasado, el peor de toda la pandemia en el gigante asiático, la economía rebotaría con fuerza. Y lo hizo, pero menos de previsto. Así, la confianza de la población en el rumbo del país comienza a deslizarse hacia el pesimismo. Sobre todo entre la juventud, que se enfrenta a tasas de paro desconocidas: en mayo se registró un récord del 20,8%.
Por si fuese poco, una demanda en retroceso en el resto del mundo ha arrastrado a las exportaciones chinas, que dejan de marcar récords y cayeron un 7,5% en mayo. Quizá sea que, cuando el mundo se resfría, China se contagia. Y no al revés. Todavía. Es un hecho que se traduce en un enfriamiento de la producción industrial y de las inversiones. Pero, ¿quiere esto decir que Chang tenía razón y, simplemente, erró el tiro una década?
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No. Lo que sucede es que China ha alcanzado ya un nivel de ingresos medio-alto, por lo que crece a ritmos más propios de los países desarrollados, y comparte algunos de sus problemas económicos. No obstante, las bases sobre las que construye su economía continúan siendo sólidas: incrementa la productividad y el valor añadido de su fortaleza industrial, cuenta con una juventud cada vez más formada e innovadora, y va reformando su sistema tributario para mejorar la distribución de la riqueza. Al Partido Comunista le queda un buen rato al frente de China.
Muy diferente es la situación en el país que ha superado a China para convertirse en el más poblado del mundo. Según las estimaciones de Naciones Unidas, el elefante asiático alcanzó en abril los 1.425 millones de habitantes del dragón y en mayo los superó. En teoría, eso le otorga un futuro más brillante frente a China, cuya demografía apunta a un rápido envejecimiento acompañado de una reducción en la población. Además, ante el encarecimiento de la mano de obra en el país comunista, cada vez más empresas buscan alternativas de fabricación en sectores con poco valor añadido, como el textil o los juguetes. India está atrayendo parte de esas inversiones, a las que se suman otras más lustrosas como las de Apple o Samsung.
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Pero hay dos grandes diferencias entre los colosos de Oriente: el nivel de formación del grueso de la población, que hasta hace poco incluso defecaba al aire libre, y la participación de la mujer en la economía. Aunque una pequeña élite hindú copa los puestos más lustrosos de las grandes tecnológicas mundiales, lo cierto es que el 26% de la población india es analfabeta. Se trata de un mal que se ceba sobre todo con las mujeres, entre las que un 35% no sabe leer ni escribir. En estados como Bihar, ese porcentaje crece casi hasta la mitad. Y esta es una gran barrera para el desarrollo económico, porque el acceso de la mujer al mercado laboral es clave para afianzarlo. De hecho, esta semana varios empresarios han alertado sobre la falta de mano de obra cualificada, e incluso de la falta de gente mínimamente formada para trabajar en una línea de montaje.
Un sarcástico dicho indio resume bien la situación: «Si solo tienes un indio en la clase, será el número uno; si tienes un grupo, estará entre el tercio con mejores notas; si todos en clase son indios, tienes India».
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La media de edad en Estados Unidos es de 38,5 años, seis más que en India y solo 0,1 más que en China. No obstante, su presidente duplica de largo esa edad. Joe Biden ha cumplido ya los 80 y, a pesar de ello, se presentará a la reelección el año que viene. Si sale victorioso, concluirá su último mandato con 86. O sea, con diez años más que la esperanza de vida de la superpotencia americana. Y, si se cumplen las previsiones y su rival es Donald Trump, la alternativa tampoco es que sea mucho más joven: Trump tiene 77 años.
Lo verdaderamente preocupante, sin embargo, no es tanto la edad de los contendientes como su estado de salud. Sobre todo el caso de Biden. Ya no sorprenden sus caídas en público, carne de meme en toda regla, y más graves son sus lapsus mentales. 'God save the queen' (dios guarde a la reina) dijo el pasado fin de semana para cerrar un discurso sobre el peligro que supone la libertad para adquirir armas en Estados Unidos. Los medios, sin embargo, se centran en el peligro que puede acarrear tener un presidente tan mayor.
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La gerontocracia se agudiza en el país, y la población no está de acuerdo. El 53% de los demócratas preferirían que Biden no fuese candidato, y el 70% de los americanos cree que no debería presentarse a su edad. Tanto medios conservadores como otros más progresistas han alertado sobre esta situación. «Biden debería tomarse seriamente la preocupación que provoca su edad», publicó el New York Times en un editorial. En esta situación, es posible que «en su segundo mandato sufra problemas serios de salud o incluso que se invoque la 25 enmienda para inhabilitarlo por incapacidad mental», añade el Washington Post.
Además, muchos apuntan a que una persona en su edad puede estar más desconectada del mundo que le toca dirigir, y en el que los cambios se suceden cada vez a mayor velocidad. Muchos ven tanto en Canadá, con Justin Trudeau -51 años-, como en Europa ejemplos dirigentes que, si bien cuentan con experiencia suficiente, no trastabillan cada vez que suben al avión.
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