Borrar
Las diez noticias imprescindibles de Burgos este martes 21 de enero
Manifestación reciente en Melbourne en protesta por las restricciones decretadas por el Gobierno australiano. efe
Australia, una isla dividida por el virus
Protestas en las calles

Australia, una isla dividida por el virus

Ciudades como Melbourne llevan ya seis confinamientos y el hartazgo se ha apoderado de sus habitantes. Las autoridades plantean medidas similares a las de España, pero allí solo han tenido un millar de muertos frente a los 86.000 de aquí

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 26 de septiembre 2021, 00:23

Marcos Malasechevarria está obligado a deletrear su apellido con frecuencia. Posiblemente, lo debería hacer en el País Vasco, la tierra de su padre y, sin duda, pronunciarlo resulta aún más complejo en Australia, allí donde llegó hace 29 años. Curiosamente, más allá de su origen ... familiar, este joven representa el estereotipo del 'aussie' emprendedor que busca su lugar en aquel vasto territorio, una especie de colono contemporáneo. Junto a su mujer, Marta Ortega, gestiona tres empresas desde su casa de campo, situada a una hora del centro de Brisbane, la tercera ciudad del país. Diseña máquinas agrícolas, fabrica tejados y proporciona frutas y verduras a restaurantes. Pero, aunque vive plácidamente lejos del tráfago urbano, es consciente de la realidad de su país en la lucha contra el Covid-19, un proceso con graves consecuencias sociales. «Se está polarizando», advierte. «Hay mucha gente en pro y en contra de las medidas contra la pandemia y cada vez menos entre unos y otros».

El malestar contra el sexto confinamiento que sufre Melbourne desde el inicio de la crisis provocó el pasado martes protestas callejeras ilegales y más de doscientos arrestos. Australia, que había conseguido zafarse de las peores olas de la enfermedad, tiene ahora que enfrentarse a la llegada de la variante Delta, que ha superado los peores índices de contagio, con más de 1.800 casos diarios. En cualquier caso, los índices de mortalidad se hallan a años luz de los españoles, que alcanzan los 86.000 fallecidos. Con la mitad de nuestra población, los fallecidos apenas superan el millar.

Las autoridades no se han relajado en ningún momento. El gobierno federal de Camberra ha reaccionado con rotundidad, imponiendo el más riguroso confinamiento ante el menor brote. «Al principio, la gente estaba de acuerdo, pero tras el tercero y cuarto, la oposición ha crecido», explica Marcos. El país, isla y continente en sí mismo, preserva sus fronteras a toda costa. Desde marzo del pasado año, las comunicaciones aéreas están severamente restringidas, al igual que los desplazamientos entre los Estados. La Administración ha utilizado el aislamiento como una medida preventiva eficaz.

Control policiales en las cercanías de Victoria para asegurar el cierre de la ciudad tras un brote de solo 19 casos. REUTERS

La opinión pública está dividida en función de su ubicación. La situación es pacífica y radicalmente diferente en el norte, poco poblado, mientras que el descontento y los disturbios se incrementan en el sur, donde la densidad es mucho mayor. Marta, la esposa de Marcos, recuerda que, cada vez que regresa de España, se ve obligada a limpiarse los zapatos en la aduana para evitar la introducción de bacterias o especies ajenas a la diversidad local. «Pero aquí vivimos en una zona rural, con granjas distanciadas, e, incluso, sigues con tu vida normal y no hay mascarillas, excepto en los supermercados», indica y apunta la existencia de una aplicación institucional que los ciudadanos deben descargar en su móvil y que permite chequear el código QR de cada comercio. «Ahora bien, no en todos los establecimientos hay empleados que comprueben que se lleva a cabo». Además, el control se relaja en áreas tan extensas. «La comisaría de Policía más cercana a nuestra casa está a media hora de carretera».

«Nadie la ha pasado»

La enfermedad se antoja algo lejano en Queensland, el Estado donde viven los Malasechebarria y que casi cuadruplica la superficie española, aunque su población es similar a la de la Comunidad Valenciana. «No conocemos a nadie que la haya pasado», apunta. En el relajo septentrional, incluso la vacuna se antoja algo extraño e inútil. «Somos jóvenes, fuertes y, estadísticamente, lo que podemos pillar no es algo peor que un catarro normal», aduce Marcos y sentencia: «No merece la pena».

Su esposa cree que la reacción difiere entre los habitantes de los núcleos urbanos y las áreas alejadas. «Quizás los primeros son más complacientes, mientras que en el campo no están acostumbrados a que les digan lo que tienen que hacer, soy muy libres y la gente tiene la convicción de que no les pueden obligar». Pero esa resistencia tiene un precio. «Contamos con amigos enfermeros y trabajadores sociales que están convencidos de que, por su oposición a ser inyectados, no les renovarán su contrato».

El marido comparte ese espíritu de frontera, que también ha encontrado en sus viajes por Estados Unidos o Canadá, una forma de pensamiento independiente que vincula con la fe protestante, mayoritaria en las zonas anglófonas de la Commonwealth. «Defendemos la libertad de decisión, de expresión y de religión».

Las ayudas gubernamentales han paliado las consecuencias económicas del obligado encierro y el joven empresario se ha visto favorecido por esta inyección de fondos, aunque es consciente de que se trata de una situación coyuntural. «El interés por las zonas rurales ha inflado el precio de los terrenos, pero ¿qué pasará con esta burbuja?», se pregunta. Mientras tanto, él prosigue con sus diversos trabajos y asegura que tan sólo una vez cada seis semanas se acerca a Brisbane, donde conviven 2,5 millones de ciudadanos en un ambiente plenamente tropical. La temperatura física se enfría hacia el sur, pero se caldea en el plano social, sobre todo en los populosos Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria. «Sus habitantes están hasta las pestañas», afirma.

Pepa Molina es una de esas personas con el ánimo chamuscado. A 900 kilómetros al sur siguiendo la línea de costa, se encuentra Sydney, con más de 4 millones de habitantes, confinados según un sistema de alertas por zonas. Esta granadina, nacida en el hemisferio austral y crecida junto al río Darro, volvió a la urbe, su ciudad natal, convertida en bailaora profesional. Pero ya no se taconea en el estudio donde enseña su arte. Ahora imparte clases 'online' y explica que, desde junio, no puede salir del interior de un área con un radio de 5 kilómetros.

Las autoridades han asegurado que sólo se relajarán las medidas cuando se llegue al 70%de vacunados: van sólo por el 40%

Las restricciones, sin embargo, carecen de éxito ante el avance de la variante Delta. Aunque el cénit llegó a principios de mes, con más de 1.600 casos diarios, los contagios se acercan ahora al millar y alcanzan más del 50% del conjunto nacional. La metrópoli se halla bajo toque de queda y tan sólo se puede salir a la calle durante una hora. Además, ese asueto sólo se puede disfrutar en solitario o en pareja conviviente y provistos de mascarilla. «Es ridículo», lamenta. «Creo que el gobierno se comporta de forma muy alarmista. Han asegurado que sólo se relajarán las medidas cuando se llegue al 70% de vacunados cuando ni siquiera se ha alcanzado el 40%». Su marido, madrileño y propietario de un negocio de catering, asegura que la gente es reacia a ponerse la mascarilla incluso en centros comerciales muy frecuentados. «Aquí no hay presión hospitalaria, han muerto decenas y no más», advierte. La hipótesis que baraja para explicar esta política tan restrictiva resulta sorprendente. «Mi opinión es que se trata de una conspiración de las élites para deprimirnos y coartar la libertad».

Enfrentamientos

Australia, situada entre los países con mayor índice de desarrollo humano del mundo, se enfrenta a una crisis social sin precedentes. El horizonte de numerosos emigrantes se ha convertido en un país sumido en el descontento. El pasado martes, una nutrida manifestación de trabajadores en Melbourne ocupó el centro de la ciudad, bloqueó los accesos y acabó enfrentándose con la Policía. La Administración exige vacunarse para retomar la labor y ya ha asegurado que no se podrán cumplir el calendario de reaperturas. «Estamos cansados de seguir cerrados al mundo, de permanecer en casa y de estar obligados a recibir una vacuna que no queremos, que es tan sólo una forma de hacer dinero», asegura. «La gente se está quemando y ya no acepta hacer lo que los dirigentes quieran».

Melbourne desierta en uno de sus seis confinamientos. REUTERS

«No se enteran si el suceso no tiene lugar en su patio»

G. Elorriaga

Marcos Malasechevarria senior habla de una Australia inmensa, de grandes contrastes físicos, y pleno de oportunidades, pero también encerrado en sí mismo. «Aquí no se enteran si el suceso no tiene lugar en su patio», revela. «Los informativos de los canales comerciales difunden un 80% de noticias locales, el 17% de deportes y un 3% de cuestiones internacionales. Parece que no existe vida fuera de la playa».

Australia, a su juicio, se halla alejada del mundo. «Cuando mis críos iban a la escuela, no encontrábamos una en la que se impartiera castellano como lengua extranjera, en realidad, pocas impartían una lengua foránea. Ahora han cambiado las cosas». Reconoce que la pandemia ha sido atajada con presteza gracias a la anulación de vuelos y el control sobre la navegación y a medidas rápidas y drásticas. «Hubo un brote en una escuela y a la madre de uno de los alumnos, compañera de trabajo, la confinaron durante quince días y hubo de hacerse tres veces la prueba», recuerda. «Toda el área metropolitana de Brisbane fue cerrada».

Pero en el norte la estrategia gubernamental se diluye en su vasta extensión. «Al oeste de la Gran Cordillera Divisoria, un eje montañoso que divide el país, no existen más restricciones que el cierre de bares, la vida no ha cambiado en absoluto», alega. Nada que ver con los efectos en los Estados meridionales. «El gobierno federal sigue una política demasiado similar a la europea cuando los escenarios son completamente distintos, según defienden los críticos», indica. «La sucesión de confinamientos ha generado mucho descontento, un sentimiento muy peligroso porque puede ser canalizado por corrientes populistas», advierte.

Las diferencias entre España y las antípodas son relevantes. «Aquí la gente es más abierta e inocente, aunque eso también está variando», apunta. «La relación con la Administración es amigable, allí hay más desconfianza, la vida es sencilla, más fácil, quizás en nuestro país hay más complicaciones y más fiesta. Desgraciadamente, la política contra la pandemia está provocando esa frustración en el ambiente que yo dejé allí entonces, cuando me fui».

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta Australia, una isla dividida por el virus