Jaime Santirso
Sábado, 6 de agosto 2022, 22:35
Nosotros los chinos creemos que América está liderando a Occidente para provocarnos, estamos muy enfadados con Pelosi». Un hombre que insiste en identificarse como «un ciudadano chino normal» resume lo que muchos piensan en el país que dirige Xi Jinping. Viaja en uno de los ... barcos que surcan las aguas del Estrecho de Formosa. A proa aparece la costa de Dandan, la primera de las islas Kinmen, el territorio bajo control taiwanés más próximo al continente: diez kilómetros escasos en los que se interpone un brazo de mar. Durante las últimas décadas, las diferencias entre China y Taiwán han encontrado aquí una expresión militar. Así ocurre de nuevo ahora, cuando el régimen realiza maniobras sin precedentes en respuesta a la visita oficial de Nancy Pelosi, que ha sacudido un conflicto en equilibrio precario y de resolución pendiente.
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«Creemos que estos ejercicios militares son una medida muy necesaria, una obligación, y apoyamos completamente al Gobierno», continúa el hombre. Con la mirada fija en el islote, encuentra una lectura positiva a lo sucedido. «La visita de Pelosi acelerará la reunificación, sin duda», asegura. «Taiwán ha sido parte del territorio de China desde tiempos ancestrales. Muchos de los que viven allí, de hecho, son de aquí», insiste.
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La guerra civil concluyó en 1949, aunque en cierto modo todavía no ha terminado. Los victoriosos comunistas de Mao Zedong fundaron la nueva República Popular China, con capital en Pekín. Los derrotados nacionalistas de Chiang Kai-shek escaparon del continente a la isla donde trasladaron la República de China, con nueva capital en Taipei. Estos últimos siguieron representando a China en foros internacionales hasta que, en la década de los setenta, EE UU estableció relaciones diplomáticas con el régimen para arrinconar a la Unión Soviética. La integración del gigante asiático en la comunidad global contribuyó a acabar con la Guerra Fría al tiempo que sentaba las bases de su reedición.
Desde entonces, China considera a Taiwán una provincia rebelde a la que nunca ha renunciado a someter por la fuerza, el colofón de un relato político que conduce de la humillación a manos de potencias extranjeras a la inminente primacía mundial. La contienda se antoja irremediable. También predecible. Para tomar la isla no habría más remedio que iniciar un asalto anfibio, el mayor de la historia, sustentado por un bloqueo como el que las tropas del Ejército Popular de Liberación ensayan estos días.
Taiwán ha optimizado sus defensas de acuerdo a semejante escenario. Dandan saluda al continente tras una línea militarizada, cuyo muro exterior llama a «Una China unida bajo los tres principios» del credo republicano. En un peculiar diálogo, lo que China ofrece está escrito en unos enormes carteles dispuestos enfrente, a lo largo de un banco de arena al que dan nombre: «Playa Un País Dos Sistemas».
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Este modelo político fue ideado por Deng Xiaoping para garantizar la salvaguarda de los derechos y libertades de Hong Kong tras la devolución de soberanía. Su colapso en los últimos años ha eliminado toda credibilidad al otro lado del Estrecho, donde cada vez son más los jóvenes taiwaneses orgullosos de constituir una nación democrática y, por ende, ajenos a cualquier vínculo.
El barco da media vuelta y regresa a puerto. Entre el bullicio del mercado tradicional de la ciudad de Xiamen se levanta la iglesia de Zhusu, una de las más antiguas de China. «No me gusta Pelosi, es como si estuviera animando a un niño a abandonar a sus padres», señala el celador. Estira el símil para defender las maniobras como «algo bueno». «Cuando un niño hace algo malo, sus padres deben disciplinarle. Solo para asustarle, no pueden pegarle de verdad, porque eso les partiría el corazón».
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En la fachada del templo cuelgan dos pancartas. Una dice 'Jesús te ama'; otra, que podría ser interpretada como una proclama política, 'Os deseamos paz'. A ojos del vigilante, no hay contradicción alguna. «La respuesta a la visita de Pelosi hace que la gente valore más la paz. Todo estaba bien hasta que ella vino y lo estropeó todo. ¿Quién engaña a un niño para hacer cosas mal? ¡Alguien deshonesto!».
Al despedirse, por fin se presenta como el señor Xi, aunque desmiente entre risas cualquier parentesco. «Bueno, en realidad sí: él es Papá Xi», tercia entre risas, con uno de los apelativos más populares para referirse al líder. «Es un buen hombre, mira en qué bonito lugar estamos, próspero y estable». Xi, el de Xiamen, se despide ante la puerta de la iglesia donde, como en el resto de China, las pancartas a veces son engañosas, y las cosas más importantes resultan invisibles como una línea en el agua.
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