Ibrahim Iskandar (65 años) es un hombre de contrastes. Le encanta coleccionar coches y motos de lujo y tiene varios aviones privados a su disposición, pero si hay un vehículo que le vuelve loco es el troncomóvil que mandó fabricar para su palacio, inspirado en ' ... Los Picapiedra', los dibujos animados que veía de crío y que hoy aún le apasiona. «Me trae muchos buenos recuerdos de mi infancia», reconoce. El capricho se habría quedado en una mera excentricidad de multimillonario si no fuera por que este fan de la mítica serie de Hanna-Barbera acaba de convertirse en rey de Malasia. No va a ser un monarca al uso, sin duda, y él mismo ha avisado al país que no espere una «marioneta» en el trono.
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El sultán tiene cinco años para demostrar que quiere dar una vuelta al país. En Malasia la corona es rotatoria desde que la nación alcanzó la independencia a mediados del siglo XX y cada lustro -si no hay imprevistos, por ejemplo una abdicación, como ocurrió en 2019- estrenan monarca, un cargo más simbólico que ejecutivo que se turnan las nueve familias reales existentes. Ibrahim vio reinar a su padre, Mahmud, entre 1984 y 1989 y ya sabe que su sucesor será Nazrin Muizzuddin -nombrado su número dos- cuando acabe su mandato. Hasta entonces tendrá que combinar el trono con su sillón en las lucrativas compañías donde hace negocio, con inversiones en empresas dedicadas al aceite de palma, el sector inmobiliario, la minería o las telecomunicaciones.
La fortuna de la familia Iskandar ronda los 5.700 millones de dólares (unos 5.250 millones de euros al cambio), según las cuentas que ha hecho Bloomberg. Un dineral que le da al nuevo rey para levantar un palacio que parece casi un parque temático de 'Los Picapiedra' o para repartir limosna entre los pobres por el estado sureño de Johor montado en una de sus Harley-Davidson. Eso es lo que cuentan de este sexagenario con ascendencia malaya y británica que el miércoles, enfundado en el uniforme real azul reservado a las ceremonias, se convirtió en el monarca número 17 de Malasia, líder del Islam en el país -de mayoría musulmana- y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Un triple poder que Ibrahim prometió ejercer del lado de un pueblo que lleva años sumido en la inestabilidad política. En poco tiempo ha habido que elegir tres primeros ministros, todo un récord.
«Hay 222 de ustedes (diputados) en el Parlamento. Hay alrededor de 30 millones (de habitantes) afuera. No estoy con ustedes, estoy con ellos», aseguró el sultán, casado y con seis hijos, a quien se puede ver en las redes junto a una tarta coronada por Vilma Picapiedra por su cumpleaños o vestido con un delantal de 'Los Minions' en la cocina. En su estado, Johor, destacan su carácter «amable» y los empresarios confían en que su reinado -que incluye la capacidad de otorgar indultos- suponga un impulso a «la justicia y la igualdad». Su condición de moderado en las cuestiones religiosas creen que también supondrá una ventaja. Lo demostró hace unos años, en 2017, cuando dicen que ordenó al dueño de una lavandería que se disculpara por discriminar a los no musulmanes.
Ibrahim Iskandar
Rey de Malasia
Ibrahim no oculta cuál es la prioridad de su reinado: luchar contra la corrupción, y para ello pretende que la agencia que trabaja para combatirla pase a depender de su figura. También ha trascendido que el recién estrenado monarca apuesta por separar los nombramientos judiciales del Gobierno de turno, reactivar el proyecto ferroviario de alta velocidad entre Kuala Lumpur y Singapur -estancado desde 2021- o cambiar el destino de lo que reporta la petrolera estatal Petronas para que vaya directamente al rey. Por ahora, la ceremonia de coronación en el lujoso palacio nacional de la capital malaya cumplió con todas las tradiciones, salvas de cañones incluidas.
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