Gerardo Elorriaga
Lunes, 16 de agosto 2021, 21:42
Una multitud se arremolina en el aeropuerto de Kabul. Intentan huir del país. La opinión pública ha contemplado la desesperación de quienes temen la victoria talibán. Pero pocos observadores han reparado en que, a diferencia del caos similar que sufrió Saigón en 1975 durante la ... retirada de EE UU de Vietnam, apenas hay mujeres entre los cientos de frustrados fugitivos.
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Ellas ya no están. «Son perfectamente conscientes del peligro y han desaparecido de la escena pública. Se han escondido o han huido antes». Lo explica el abogado Ignacio Rodríguez Tucho, nacido en Bilbao y responsable de la ONG 14lawyers, que apoya a colegas que defienden los derechos humanos en contextos tan complicados como el afgano. «Ellas conocen el riesgo que asumen, es decir, la posibilidad de que les corten el cuello».
Su último viaje al país asiático tuvo lugar en 2018. Entonces, se reunió con abogadas nativas. «El perfil humano era muy variado», recuerda. «Una llegó acompañada por su hermano, práctica tradicional, y se sobresaltó al ver mi cámara porque no están acostumbradas a ser retratadas y temen consecuencias». «Otra colega, muy valiente, había defendido a más de 600 víctimas de violencia de género, aunque al final había tenido que pasar a un segundo plano porque los familiares de los agresores y de las propias esposas la amenazaban con desfigurarla o asesinarla arrojándola ácido».
Los últimos veinte años de Gobierno han impulsado su visibilidad y ahora saben que todos sus logros saltarán en pedazos. «El éxito de las mujeres afganas radica en su acceso a la Universidad y su formación como juristas, médicos o diputadas», apunta y señala que, a lo largo de estas dos décadas, las licenciadas se han despojado, con esfuerzo y determinación, del burka y de la invisibilidad. Hasta el día de hoy, 3,5 millones de niñas acudían a las aulas, una cuarta parte de los escaños parlamentarios se hallaba en sus manos y ocupaban el 30% de los puestos de la Administración.
El nuevo régimen radical ha prometido mantener este acceso a la Educación, pero los hechos parecen contradecir sus manifestaciones. A las estudiantes de la ciudad de Herat ya no se les ha permitido entrar en sus clases desde la ocupación rebelde a finales de la semana pasada y las funcionarias de Kandahar, la segunda urbe del país, también han sido conminadas a regresar a sus casas. Durante el periodo talibán, antes de 2001, las muchachas abandonaban la escuela al cumplir ocho años y permanecían recluidas en sus casas. Tan sólo podían abandonar el hogar completamente cubiertas y con el forzoso acompañamiento de un varón de su familia.
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Los cibernautas proporcionan información de aquellos lugares donde ya reina el nuevo orden. Los milicianos recorren casa por casa para llevar a cabo un censo de mujeres que los vecinos relacionan con la intención de promover matrimonios forzados, tal y como realizaron durante su mandato entre 1996 y 2001. Además, pretenden recabar el nombre de todos aquellos que han formado parte de los cuerpos de seguridad y colaborado con oficinas gubernamentales y entidades extranjeras.
La realidad resulta pavorosa, pero ya parecía amenazante hace tres años, cuando Rodríguez Tucho se desplazó a Kabul. «En el ejercicio anterior se habían asesinado a más de 60 jueces y fiscales», señala y explica que, además de la ofensiva talibán, el país se enfrentaba entonces a una sólida delincuencia organizada. «El personal foráneo no salía de los recintos diplomáticos y existían arcos de seguridad para acceder al interior de las ONG, que solían contar con habitaciones del pánico».
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La artista Ixone Sádaba también conoce Kabul por su condición de impulsora de Moving Artists, una organización que apoya a creadores plásticos que viven en contextos sociales y políticos complejos. La autora menciona sus contactos con jóvenes «muy modernas, con su pelo muy corto, que compartían aula con hombres y se comunicaban a través de Instagram». Pero recuerda que la vanguardia recaló en el país asiático hace más de sesenta años cuando el antiguo reino aprobó el sufragio universal antes que Estados Unidos y sus ciudadanas más privilegiadas vestían minifaldas y disfrutaban de la agitada noche kabulí.
Las mujeres están en el punto de mira, sobre todo aquellas que cuentan con educación, pero no son las únicas víctimas potenciales de la represión de los extremistas. Los defensores de los derechos humanos, las minorías étnicas como los hazaras, y los intérpretes y traductores que han servido a las embajadas serán el objetivo preferente de la represión. Desde hace varios días, el abogado presiona a las autoridades españolas para que evacue de inmediato a sus colaboradores. «El personal diplomático ya está en el aeropuerto y esta gente sigue en sus casas. Hace tres años pidieron visados y hace un mes los solicitaron personal y colectivamente. La Embajada ha dado largas».
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