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Espectacular 'skyline' de Shanghái. Z.A.
China pone cota máxima al ladrillo

China pone cota máxima al ladrillo

Nuevas limitaciones. Prohíbe los rascacielos de más de 500 metros de altura y veta el plagio arquitectónico en una guerra contra la megalomanía y el excentricismo en las ciudades

zigor aldama

Domingo, 12 de julio 2020, 00:46

Ningún lugar refleja mejor el desarrollo que China ha protagonizado en las últimas cuatro décadas que Lujiazui. En la década de los ochenta, el actual centro financiero de Shanghái apenas albergaba un puñado de edificios de dos o tres plantas para alojar a los agricultores que explotaban los campos de cultivo situados al este del río Huangpu. Pero, en 1990, la Nueva Zona de Pudong se abrió a la inversión extranjera y, cuatro años más tarde, la torre de telecomunicaciones Perla de Oriente inauguró una nueva era económica y arquitectónica con sus 468 metros de altura y un inconfundible diseño 'kitsch' caracterizado por dos grandes esferas moradas que brillan con luces de colores a la caída del sol.

Desde entonces, Shanghái ha dibujado su espectacular 'skyline' en Lujiazui a una velocidad asombrosa. En 1999 se completó el primero de los tres grandes rascacielos de la capital económica de China, la torre Jin Mao, y nueve años después el Shanghai World Financial Center, popularmente conocido como 'el abrebotellas', se quedó a solo seis metros del medio kilómetro de altura, un listón que superó con creces la Shanghai Tower en 2015. Los 632 metros que separan del suelo su punto más elevado continúan marcando hoy el techo de China.

Y todo apunta a que este gigante ostentará ese récord por mucho tiempo. Aunque el año pasado el gigante asiático completó la construcción de 57 rascacielos de más de 200 metros de altura -casi tantos como la suma del resto del mundo-, el mes pasado su gobierno informó de la decisión tomada para poner coto y cota a estos monstruos de acero y hormigón: según la nueva directiva aprobada por el Ministerio de la Vivienda, se restringe la construcción de edificios de más de 250 metros de altura, que estarán sujetos a supervisión local y provincial, y se prohíben los que superen 500 metros «salvo que haya una necesidad especial».

Imagen del Raffles City en Chongqing, un complejo de ocho edificios. feature china

Tres proyectos ya en marcha tenían previsto superar ese límite, pero no han sido capaces de justificar dicha excepción y han tenido que ser rediseñados. El caso más sonado es el del Zhongnan Centre de Suzhou, que iba a erigirse hasta los 729 metros y ha tenido que quedarse en 499. Por si fuese poco, según CTBUH, otras 70 estructuras proyectadas con más de 200 metros de altura se han puesto en pausa. «Es una medida maravillosa, porque la carrera por superar ciertas alturas no tiene sentido ni a nivel arquitectónico ni a nivel económico. Solo vale para presumir y poner a prueba avances tecnológicos», comenta Javier Castrillo, fundador del estudio arquitectónico ADOS en Shanghái.

La eficiencia también se pierde con la altura. «En un edificio normal se puede aprovechar un 70% o un 80% de la superficie en planta. El resto se destina a ascensores, escaleras, tabiques, y demás elementos. En los rascacielos muy altos, ese porcentaje se reduce al 50%», añade Castrillo, que pone como ejemplo la Shanghai Tower. «En las últimas plantas el núcleo de ascensores y la doble fachada que tiene ocupan prácticamente toda la superficie, dejando muy poco espacio aprovechable», señala el arquitecto.

Reto tecnológico

Por si fuese poco, rasgar el cielo supone un reto tecnológico especialmente complejo y caro. «A partir de los cien metros, el viento empieza a ser una componente relevante. Cuando se alcanzan los 250, el peso de la cabeza del edificio se convierte en un problema, y tiene que estar perfectamente centrado para ser seguro. Y cuando se superan los 500 metros ya no se juega solo con el viento y los terremotos sino también con la torsión que hace que el edificio se gire sobre sí mismo. Es luchar contra la naturaleza y supone un ejercicio tecnológico importante, que quizá era necesario cuando China tenía que demostrar su valía», explica Castrillo.

«Ya no hay necesidad de ser más, sino de ser mejor», destaca Julen Asua, arquitecto asociado del estudio BDP en Shanghái. «La normativa también tiene que ver con el intento de incentivar cierto tipo de desarrollos arquitectónicos y urbanos muy interesantes que llevan años relegados a un segundo plano debido a la predilección del mercado por la construcción de edificios en altura», apostilla. Castrillo concuerda, y subraya que los rascacielos generan mucho estrés sobre la infraestructura de las ciudades, por toda la gente que concentran, y crean junglas de asfalto poco atractivas. «Hacen que se pierda la sensación de comunidad, de barrio, y de ciudad que se puede vivir».

Sanya Beauty Crown Hotel, en Hainan, con 6.500 habitaciones. Z. Aldama

Aunque el límite en altura es lo que más ha llamado la atención, los arquitectos señalan que tan interesante, o más, es la explícita prohibición de plagio que recoge la normativa, así como los artículos destinados a preservar los edificios históricos con el fin de propiciar una mayor armonía en el a menudo caótico urbanismo de China. «El gobierno central trata de orientar la práctica de la arquitectura hacia una imagen más moderada, con la voluntad de cerrar una etapa de excesos coincidente con los años del boom económico. En ese sentido, el cambio en el panorama arquitectónico de China en la segunda década del siglo XXI ha sido radical», afirma Plácido González, profesor de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Tongji.

En su opinión, la decisión del Gobierno tiene también una explicación política. «Hay que enmarcarla en un giro nacionalista más amplio que influye en la práctica arquitectónica. La nueva generación de arquitectos rechaza la copia y apuesta por el desarrollo de una modernidad arquitectónica propia, enraizada en China», señala González, para el que este giro también está emparentado con el lugar que el gigante asiático quiere ocupar en el mundo.

«Ya no se considera tan necesario importar arquitectos extranjeros para construir en China. Al contrario, profesionales chinos reciben encargos desde hace años en el extranjero: aparte de Wang Shu -Premio Pritzker 2012-, el joven Ma Yansong es la cara más visible, seguido de otros como Zhang Ke», enumera el profesor. «La prohibición de la copia tiene, por tanto, una componente muy marcada de marketing, acorde con la nueva posición que China quiere ocupar en el orden global. La manufactura del 'Made in China' da paso a la creatividad del 'Designed in China'», sentencia.

Pero no es la primera vez que el Gobierno trata de poner orden en un sector que, como sucede en todo el mundo, refleja tanto el auge económico del país como su apetito por la especulación. En 2016, otra directiva recogió las recomendaciones que el propio presidente Xi Jinping dio dos años antes y exigió el fin de lo que denominó como 'arquitectura extravagante y sobredimensionada'. En su lugar, el Consejo de Estado sentenció que se debe propiciar la construcción de edificios sostenibles y armoniosos con el entorno.

Guangzhou Circle, otro ejemplo de arquitectura ostentosa. EC

Desafortunadamente, la orden llegó demasiado tarde. China está ya llena de edificios que sorprenden por su fealdad: desde un museo con forma de tetera, hasta unas torres gemelas unidas en lo alto por un elemento que las asemeja a un pantalón, pasando por un edificio que representa una moneda antigua y que fue votado en una encuesta de la cadena estadounidense CNN como el más feo.

Cosecha de ruina

En cualquier caso, el estético no es el único problema: muchos de estos proyectos megalómanos que buscan replicar el 'efecto Guggenheim' solo cosechan la ruina. Incluso la Shanghai Tower de Shanghái ha sido incapaz de encontrar inquilinos para el 30% de sus oficinas. «Cada vez que recibíamos un pliego de un concurso nos pedían un edificio icónico que destacase por alguna razón. A ser posible, por algún récord», recuerda Castrillo. «Muchos de los que se han levantado así en China responden más a una operación de imagen o marca que a cubrir una necesidad real y han resultado difíciles de rentabilizar», añade Asua.

Buena muestra de estos proyectos fallidos es el Sanya Beauty Crown Hotel, un complejo hotelero compuesto por nueve árboles de hormigón que albergan nada menos que 6.500 habitaciones. Se inauguró en 2012 con grandes expectativas, porque pretendía convertirse en un imán para el turismo de masas que llega atraído por las playas tropicales de la isla de Hainan. Pero una visita hoy demuestra que ha sido un enorme fiasco: la mayoría de las tiendas en los bajos de estos 'edificios de Lego' se mantienen cerradas y los turistas son tan pocos que se puede encontrar habitación por menos de diez euros la noche. «Por fuera son espectaculares, pero por dentro no merecen la pena», comenta una residente de Sanya. «Son un gigantesco mamotreto vacío», sentencia.

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