Shanta y su amiga Sagorika pasean por el centro de Dacca atentamente observadas por policías y ciudadanos de la capital de Bangladesh.

Cara y cruz del 'tercer sexo' en Asia

Dos realidades. Mientras en Bangladesh las 'hijras' -colectivo transgénero e intersexual- continúan discriminadas y condenadas a la prostitución, Nepal da zancadas hacia su plena integración social

Domingo, 11 de octubre 2020

Uno de los negocios que mejor le funcionan a Shanta es hacer que la gente se sienta incómoda. Le resulta especialmente fácil lograrlo. No tiene más que ponerse delante de alguien y mirarle fijamente unos segundos. A pesar de que ha pasado media hora maquillándose ... con esmero frente al espejo, viste un sari colorido, y se cubre la cabeza con el hijab de las mujeres musulmanas, la mayor parte de la población de Bangladesh la ve como un hombre.

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«Esa dualidad les provoca miedo, así que nos dan unos pocos takas (la divisa bangladesí) para que nos vayamos», cuenta con una sonrisa malvada. Para aquellos que se resisten a abrir la cartera y la rehúyen mirando para otro lado, Shanta tiene una estrategia que raramente falla: abrazarlos. «Vivimos en una sociedad tradicional y con una gran influencia religiosa. Nadie quiere ser avergonzado en público», dice poco después de que una azorada pareja joven le haya dado un billete para que les deje en paz.

Biológicamente hablando, Shanta es un hombre. Pero ella se define como 'hijra', el colectivo transgénero e intersexual más importante del Sur de Asia. «Ahora nos llaman el 'tercer sexo'», explica ella encogiéndose de hombros mientras cuenta el dinero que ha recaudado con un par de amigas en un abarrotado parque de la capital, Dacca. Puede parecer una forma fácil de ganarse la vida, pero la vida de Shanta, que acaba de estrenar la treintena, es todo menos fácil.

«Creo que fui un chico normal hasta los siete años, más o menos. Luego empecé a hablar con voz de niña. Los profesores me pegaban con una vara y me tiraban fuerte de las orejas para que dejase de hacerlo, pero llegó un momento en el que ya ni siquiera sabía cómo. Incluso cuando quería hablar con voz grave, me salía aguda», recuerda ya en la pequeña habitación que comparte con otra 'hijra' en un barrio depauperado del centro.

A Shanta la violaron en Dacca con 13 años. Se hundió en una espiral de abuso, discriminación y prostitución

Los gestos de Shanta fueron afeminándose y, avergonzado, su padre decidió encerrarla en casa. «Escapé, y acabé en la calle, donde algunos hombres me seguían y me piropeaban. Yo todavía no había descubierto la sexualidad». A Shanta la violaron cuando tenía 13 años. A partir de ahí, se hundió en una espiral de abuso y discriminación. «A los 15 logré un trabajo en un taller. Los compañeros varones hacían bromas obscenas, y uno acabó violándome de nuevo. Se lo contó a sus amigos y empezó a chantajearme: o me acostaba con ellos o le dirían al jefe que soy una 'hijra'», cuenta. Fue entonces cuando decidió prostituirse. «Pensé que, si me van a violar, por lo menos que paguen por ello», sentencia.

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A pesar de que Shanta hizo todo lo posible por llevar una doble vida, como hombre de día y como mujer de noche, la segunda fue imponiéndose a golpe de rechazo social: la echaron del taller, le negaron un empleo como limpiadora en un hospital «porque era diferente», y en una entrevista de trabajo el responsable de recursos humanos comenzó a masturbarse delante de ella. Ahora, malvive en un piso cochambroso con otras dos 'hijras'. «Nadie quiere alquilarnos algo mejor ni siquiera cuando tenemos dinero», se lamentan.

Las tres comparten historias similares. «La Constitución dice que todos somos iguales y prohíbe la discriminación por razón de género -en el artículo 28 (1)-, pero es una gran mentira», critica Sagorika, de 40 años. «Como se nos considera hombres a pesar de que nosotras nos sintamos mujeres, y aunque algunas hayan llevado a cabo cirugía de reasignación de sexo, si mantenemos relaciones con hombres se nos aplica la sección 377 del código penal -redactada por los británicos en la década de 1860- y podemos ser condenadas a cadena perpetua. Esto facilita que la Policía, corrupta, nos extorsione y abuse de nosotras», añade mientras peina a la niña que ha adoptado de forma irregular como hija.

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Según el artículo 86 de la Ordenanza Municipal de Dacca, cualquier persona puede ser detenida «por llevar la cara tapada sin razón entre el anochecer y el amanecer», una norma que, según un informe de la Oficina para la Protección de los Refugiados y los Apátridas de Francia, se utiliza contra los 'hijras' con el pretexto de que llevan mucho maquillaje y ropa de mujer. «Hay quienes dicen que, para ser aceptadas por la sociedad, deberíamos someternos a terapia hormonal y pasar por el quirófano para elegir un sexo. Pero estoy convencida de que nunca encontraré a alguien que me quiera como mujer en Bangladesh. Ahora, por lo menos, puedo ser una u otro solo con la ropa y el maquillaje», añade Hasna, de 32 años.

«El islam es una barrera para que se nos acepte. A la mezquita tenemos que ir vestidas de hombre porque, de lo contrario, no nos dejarían pasar. Pero, por otro lado, la superstición nos concede un estatus extraño. Porque muchos creen que tenemos algunos poderes sobrenaturales y nos contratan para que demos la bendición en ceremonias como las bodas», dice Sagorika mientras se viste con su mejor sari para participar, precisamente, en un enlace matrimonial. Por su intervención cobrará unos 5.000 taka (50 euros), una fortuna en un país cuya renta per cápita anual no llega a los 2.000 euros.

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La revolución maoísta en Nepal en 2006 supuso un punto de inflexión en el trato que recibe el colectivo LGTBI

Según estadísticas del Departamento de Servicios Sociales, en Bangladesh viven unas 10.000 personas transgénero. Diferentes ONG, sin embargo, estiman que la cifra real es diez veces mayor. Y Human Rights Watch coincide con Sagorika en la percepción de que las leyes no se cumplen, porque ha documentado numerosas humillaciones sufridas por miembros del colectivo LGTBI que tratan de acceder a su cuota de empleo público. «Se han dado casos de médicos que han pedido a personal no sanitario que toque los genitales de 'hijras' mientras grupos de empleados miran y ríen, a veces incluso en espacios públicos», denuncia HRW. «Haces como que no te importa, pero en realidad es una losa en el corazón. Puede que las leyes vayan cambiando, pero la sociedad no lo hace», dice Shanta encogiéndose de hombros.

El caso de Nepal

Afortunadamente, no en todos los países del subcontinente indio es así. Nepal es buen ejemplo de ello. De hecho, la revolución social liderada por los maoístas en 2006, que desembocó en el fin de la monarquía, ha supuesto un punto de inflexión en el trato que recibe el colectivo LGTBI. Al año siguiente, Katmandú reconoció el 'tercer sexo', el Tribunal Supremo ordenó la derogación de todas las leyes que discriminaban por la orientación sexual y la identidad de género de los ciudadanos, y se legalizaron tanto la homosexualidad como la reasignación de sexo. Además, la Constitución promulgada en 2015 protege al colectivo LGTBI de forma explícita en tres artículos que han fomentado la inserción laboral.

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Pinky Gurung, mujer transexual, es una de los artífices de esta transformación. Fundadora de la asociación activista Blue Diamond Society, comenzó a luchar por los derechos del colectivo LGBTI a principios de este siglo y está orgullosa de lo conseguido hasta ahora. Pero advierte de que todavía queda mucho camino por recorrer. «Sobre el papel, estamos muy por delante de vecinos como India o Bangladesh. Pero, en la práctica, perdura la discriminación porque la implementación de las leyes es aún débil y cosas tan básicas como alquilar una vivienda u obtener un trabajo siguen siendo complicadas», explica en su casa. «Además, aunque se ha legalizado la reasignación de sexo, no ha sucedido lo mismo con la cirugía requerida para ello, por lo que las transexuales debemos viajar a países como India o Tailandia para culminar la transición. Con un elevado nivel de pobreza, para muchos eso es imposible», añade.

Nacida Elina

Es el caso de Elyn Bhandari, nacida hace 28 años como Elina. A los 13 sintió que su identidad y su cuerpo no estaban en sincronía. «Sobre todo cuando me comenzaron a crecer los pechos y tuve la primera menstruación. Me sentía como un varón y no entendía por qué me estaba sucediendo eso», recuerda solo 20 días después de haberse sometido a una mastectomía que le ha costado casi 13.000 euros. «Es una fortuna», sentencia. Le gustaría también operarse los genitales, pero el presupuesto no le alcanza, así que se contenta con la terapia hormonal que erradica la menstruación y le proporciona vello facial, músculo, una voz más profunda. «Cuando la gente me ve por la calle, ve a un hombre. Con eso me basta», apostilla con una sonrisa.

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Otra cosa muy diferente es encontrar a una mujer que le acepte. «Hace tiempo tuve una relación, pero la familia se opuso y tuvimos que romper. Para evitar estas dificultades, prefiero relacionarme con mujeres trans, que saben bien por lo que tenemos que pasar», comenta. Meghna Lama, ganadora en 2010 del primer certamen de belleza trans Miss Pink Nepal, es optimista y anticipa cambios tan profundos como rápidos. «El concurso me cambió la vida porque me dio el coraje que no encontraba para iniciar mi transición», comenta en el bar que regenta en Katmandú, Pink Tiffany. «Las cosas están mejorando y con mis negocios quiero demostrar que los trans también podemos formar parte del ámbito empresarial y tener éxito. El próximo paso es lograr que, como ha sucedido en Taiwán, se legalice el matrimonio entre dos personas, independientemente de su sexo», apostilla con una sonrisa esperanzada.

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