Shanghai está viviendo en estos momentos uno de los confinamientos más estrictos de los decretados por el Gobierno chino desde que en diciembre de 2019 se detectaran los primeros casos de covid-19 en Wuhan. Así lo narra el burgalés Ignacio Alfayate, residente en ... la metrópolis china desde hace más de una década, quien asegura que lo que se está viviendo en las últimas semanas en la provincia de Shanghai es «mucho más duro» que lo vivido hasta ahora. Ni siquiera el confinamiento decretado por el Gobierno chino en las primeras semanas de 2020 fue tan estricto. «Llevamos seis semanas sin poder salir ni siquiera del piso. Sólo nos permiten salir al portal para hacernos pruebas PCR cada uno o dos días», previo aviso de las autoridades sanitarias gubernamentales, explica Alfayate.
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Además, añade, el confinamiento en la zona este de Shanghai (Pudong), la primera en cerrarse completamente semanas atrás, se avisó con cinco horas de margen a la población, es decir, sin que los más de 10 millones de personas que viven en ese distrito tuvieran apenas margen para prepararse para un confinamiento estricto. Aquello, como es lógico, derivó en un caos, con los supermercados totalmente arrasados y escenas que parecían totalmente olvidadas.
En su caso, por ejemplo, su familia apenas pudo aprovisionarse «con cuatro cosas», puesto que «ya no quedaba prácticamente nada» en las tiendas. «Durante unos días estuvimos sin agua o aceite en casa», subraya.
Así, la única opción con la que cuentan ahora mismo para aprovisionarse de los productos básicos son los servicios de reparto organziados por el propio Gobierno. Unos servicios que si bien durante la primera oleada de la covid-19 funcionaron «bien», en esta ocasión no está siendo así. Al menos durante los primeros días. «Tienes que estar atento para apuntar lo que necesitas cuando se abre el servicio. Si no, te quedas sin los productos», resume.
La situación, sin duda, «está siendo muy complicada» para todos. Máxime después de que China hubiese dejado atrás los momentos más críticos de la pandemia. Su política de 'covid cero' había permitido al gigante asiático mantener bajo control la crisis sanitaria y flexibilizar las medidas de contención hasta la mínima expresión.
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Sin embargo, después de que la variante ómicron provocara una explosión de contagios en Europa, acabó llegando a China. «A partir de enero se fueron detectando casos puntuales y pequeños focos en algunas ciudades del norte y el sur. Y cada vez que se detectaba alguno, se entraba en lo que aquí se considera 'riesgo medio' y se ponían en marcha medidas de contención para controlar su expansión. Y ya, a principios de marzo, comenzaron a detectarse casos en Shanghai. Al principio no fueron muchos, pero a finales de marzo se llegaron a superar los 20.000 casos diarios», explica Alfayate.
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Esa circunstancia llevó al Gobierno chino a decretar un cierre total de una de las mayores urbes del planeta, en la que viven oficialmente casi 27 millones de personas, y desplegar un protocolo de aislamiento que ha generado muchas críticas. «Ahora mismo, hay mucho miedo a contagiarse, no tanto por la gravedad de la enfermedad, sino por las consecuencias. Si das positivo, te sacan de casa y te llevan a un centro de aislamiento que puede ser por ejemplo un polideportivo», explica Alfayate.
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De hecho, la dureza del confinamiento ha derivado en la aparición de protestas entre la ciudadanía en un país en el que no suelen ser habituales estas críticas. «Mucha gente se está quejando» de la situación y ha habido «protestas», aunque con un perfil muy distinto al que estamos acostumbrados en Europa, resume.
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En este sentido, son muchos los que han comenzado a cuestionar la política de 'covid cero' en un país que cuenta con una alta cobertura vacunacional, sobre todo en los grandes núcleos de población. Máxime cuando el confinamiento supone la práctica paralización de una ciudad como Shanghai, motor de la economía china. «Saben perfectamente que este sistema no se puede mantener en el tiempo». El puerto (el de mayor volumen de carga del mundo) está colapsado, la cadena de suministros está completamente rota y la actividad fabril está prácticamente paralizada. Vamos, que cada día de confinamiento supone «pérdidas de unos 10.000 millones», según se ha calculado, explica el burgalés.
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En ese escenario, sin embargo, todo apunta a que habrá que espera algunas semanas para regresar a la normalidad. «Parece que hasta que no se controle la expansión de ómicron no se levantará el confinamiento», y aunque el curva epidemiológica ha comenzado ya a descender, las previsiones «más optimistas» apuntan a mediados de mayo para flexibilizar las medidas. «No quiero ni hablar de las previsiones más pesimistas», reconoce resignado Alfayate, que de momento continúa en casa, lidiando como puede con la situación en compañía de su familia como los millones de vecinos de Shanghai.
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