Birmania: la sombra de China
Antonio Elorza
Lunes, 15 de febrero 2021, 12:40
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Antonio Elorza
Lunes, 15 de febrero 2021, 12:40
Donald Trump ha encontrado ya los primeros imitadores. En el primer día de este mes, el Tatmadaw, el ejército birmano, daba un nuevo golpe de Estado, nombrando una junta de gobierno en torno a su hombre fuerte, el general Min Aung Hlaing, y deteniendo a ... los dirigentes demócratas, entre ellos a la mítica Suu Kyi. El pretexto ha sido tomado de Trump: a pesar de la aplastante victoria lograda en las elecciones de noviembre por el partido de Suu Kyi, la Liga Nacional Democrata (NLD), y saltando sobre la ratificación de los resultados por la comisión electoral, los militares han ocupado el poder, hablando de fraude masivo. Dicen que harán nuevas elecciones en el plazo de un año. La respuesta popular no se hizo esperar, y desde el día mismo se sucedieron las manifestaciones contra el golpe en las principales ciudades de Birmania/Myanmar, con la histórica Yangún a la cabeza. Los llamamientos del general golpista no fueron escuchados, y al pulso de la calle respondieron ya los militares con fuego real. Ahora llegan los tanques y el cierre total. Se repite el escenario de 1990.
Las causas inmediatas del reciente golpe son claras. En primer plano se encuentra la negativa militar a admitir el fin del status privilegiado en «su» Myanmar. El primer golpe, triunfante en 1962, puso al ejército al frente de un país afectado por los riesgos de secesión, listo para ejercer un poder absoluto. En su legitimación se fundían elementos muy dispares: un nacionalismo birmano, anclado en la etnia bamar mayoritaria, dispuesto a eliminar la autodeterminación de las minorías nacionales; una concepción militar más influida por el período japonés de los 40 que por el precedente colonial británico; la moda del tiempo favorable a una estatización de la economía, y por fin, para que nada faltase, la doble envoltura religiosa de la casta monacal y del budismo como ideología identitaria de un lado, y de otro la creencia generalizada en los genios y en el significado mágico de los números. El dictador Ne Win presentó su socialismo como «el programa de beatitudes de la sociedad». Lo de los genios era de doble uso: fueron utilizados desde 1990 por la dictadura para diabolizar a la opositora Suu Kyi, como ogresa devoradora del pueblo, pero sobre todo sirvieron para la sacralización de su figura. Los nats o genios birmanos son figuras desgraciadas, que mueren por el bien, como le sucediera al padre de Suu Kyi, padre de la independencia asesinado. Solo la faltaba asumir la exigencia de metta, de la compasión activa frente a la brutalidad militar, para que su nombre, mencionado en inglés como the Lady o our Lady, fuera objeto de una exaltación de tipo religioso, según pude comprobar durante mi viaje a Birmania en 2012. La toma de posición avalando en La Haya el genocidio de los rohinyas, destrozó su prestigio en Occidente, sin afectar a la mayoría budista del país, que como en Sri Lanka, otro país de budismo tradicional, abriga un sentimiento xenófobo y antimusulmán. La no-violencia deja de actuar cuando se asigna al otro un karma negativo.
El Ejército construyó en más de medio siglo un Estado dentro del Estado, con una enorme acumulación de riqueza y corrupción. En el pacto con Suu Kyi de 2011 conservaron intacta, tanto su área de poder económico-político como su impunidad para una política bestial ejercida contra las minorías nacionales, como shan o karen, tras la limpieza étnica de los rohinyas. No podían afrontar el riesgo de una reforma constitucional tras el desastre de noviembre. Han actuado en consecuencia.
Detrás tienen a China. Algunos tuvieron dudas sobre su actitud, pensando en el frenazo dado por los militares en 2011 a la construcción de la enorme presa Myitsone en el alto Irrawaddy. Entonces la presión popular era demasiado fuerte, desde un nacionalismo antichino surgido al percibir que la obra no solo destruía el ecosistema, como sucede en Laos con el Mekong, sino que inundaba el país Kachin, amenazaba con la sequía a toda la cuenca del gran río y solo beneficiaba al país-constructor. Desde entonces China presiona y amenaza, Suu Kyi cede pero tropieza con la oposición popular, y sin duda una nueva dictadura ofrece reanudación y estabilidad para realizar el Cinturón de comunicaciones del SE asiático. Ni a China ni a Putin les van las democracias. Por eso Xi venía protegiendo en la ONU a Myanmar sobre los rohinyas y ahora ha vetado la condena del golpe en el Consejo de Seguridad, arrastrando a los países autoritarios del área en un visto bueno cargado de buenas palabras. Semanas antes del golpe militar, un enviado chino elogiaba ante el general Aung Min Hliang «el papel reservado al ejército en la transformación nacional». Igual que Xi hace un año: la democracia está de más. Como en Hong Kong.
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