Zigor Aldama
Shánghai
Sábado, 9 de mayo 2020, 00:16
Faltan 15 minutos para las 8 de la mañana y ya comienzan a llegar autobuses escolares al Instituto de Shanghái, uno de los principales centros educativos de la capital económica de China. En este centro fundado a finales del siglo XIX, un 10% de sus ... casi 4.000 alumnos se prepara estos días para el temido 'gaokao', la prueba de acceso a la universidad. Y a la tensión del examen que determinará su futuro se suma la de tener al coronavirus muy presente. Porque, aunque hace semanas que no se registran contagios locales en esta megalópolis de 24 millones de habitantes, la posibilidad de que se produzca una segunda ola preocupa a las autoridades y las medidas de prevención que se han impuesto saltan a la vista incluso antes de entrar.
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La primera barrera está compuesta a pie de calle por unos tornos de acceso que se abren mediante un sistema de reconocimiento facial. Los chavales se retiran un momento la mascarilla, las cámaras los identifican, y les permiten el acceso a una pequeña carpa en la que una cámara térmica toma la temperatura corporal de todo el que pasa frente a ella. Aquel que supere los 37,3 grados debe someterse a una segunda lectura con un termómetro de infrarrojos. Y, si se confirma la fiebre –algo que aún no ha sucedido–, es trasladado de inmediato a un puesto contiguo, en el que una persona protegida de pies a cabeza con un traje biológico pone al alumno en cuarentena y alerta a las autoridades.
El resto puede caminar ya hacia los edificios en los que se imparten las clases. En su interior abundan los botes con gel desinfectante: uno por cada aula. Pero, a diferencia de la posibilidad que se está barajando en España de comenzar el siguiente curso con grupos reducidos a la mitad, aquí no se toman más medidas que la de mantener un metro de distancia entre cada alumno. «Por regla general, tenemos entre 38 y 42 alumnos en cada aula. Siempre que estén juntos deben llevar mascarilla, pero no es necesario en el exterior si mantienen la distancia social. Algunos padres exigen que la lleven puesta en todo momento y respetamos su decisión», comenta el director, Feng Zhigang, durante una visita de este diario al centro.
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Eso sí, Feng incide en que tanto las zonas lectivas como las comunes se desinfectan tres veces al día, y que en el comedor se han instalado mamparas de metacrilato para separar a los alumnos. «El desayuno y la comida nos los traen a la propia clase. Sólo la cena la comemos en el comedor», cuenta Chen Qingzhi, uno de los alumnos en régimen de interno. «En realidad, salvo por las mascarillas y la necesidad de lavarse las manos a menudo, parece que todo ha vuelto a la normalidad», comenta entusiasmado. «Ya teníamos ganas de volver a ver a nuestros compañeros», apostilla
Su amiga Zhang Jiayi es de la misma opinión. «Después de haber estado estudiando 'online' tanto tiempo, echábamos de menos la interacción con compañeros y profesores», comenta. Pero cree que de este período también se pueden sacar enseñanzas interesantes. «Afortunadamente, no hemos perdido el curso porque la escuela ha trabajado duro para continuar dándonos clase y los profesores han estado siempre disponibles a través de QQ o WeChat –las dos principales aplicaciones de mensajería instantánea de China–. Lo bueno de estudiar así es que podemos repetir las explicaciones que no hemos entendido bien y que prestamos más atención. Combinar la docencia 'online' con la presencial puede ser buena idea», opina esta joven de 17 años.
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Chen añade que asistir a clases por Iinternet, sobre todo si están grabadas, «sirve para que gestionar mejor el tiempo y decidir cuál es el mejor momento para cada materia». Aunque reconoce que no es algo que funcione fácilmente con los alumnos más jóvenes, cree que no es mala idea utilizarlo con los de los últimos cursos. «Lo más positivo es que la pandemia no va a afectar a mi rendimiento académico», afirma. Feng concuerda con Chen sólo en parte: «La calidad de la educación puede que no se resienta, pero la interacción humana es necesaria. Si dejamos de socializar pueden aparecer problemas de salud, tanto física como psicológica. Nuestra responsabilidad no es sólo que los alumnos aprueben exámenes, sino también que crezcan sanos», explica el director.
No obstante, todos en el centro educativo son conscientes de la posibilidad de que el coronavirus reaparezca en un futuro cercano. «Estamos preparados», sentencia Feng. «Hemos habilitado una habitación como enfermería, contamos con personal médico cualificado, y con cantidad abundante de elementos de protección personal», enumera. Y demuestra que no miente: en una gran estancia, el instituto guarda varias cajas de mascarillas N95, gafas protectoras y batas biológicas. «Seguimos las recomendaciones que dan los científicos y tenemos reservas para un mes, pero tampoco queremos acaparar porque sabemos que ese material hace falta en el resto del mundo», subraya.
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El coronavirus en cifras
Sara I. Belled óscar Chamorro
No obstante, sorprende comprobar que no existen directrices nacionales –ni siquiera las hay para el conjunto de la ciudad– en lo respectivo a las medidas que los centros escolares deben tomar para reanudar su actividad. «Cada escuela tiene autonomía para implementar las que considere necesarias dependiendo de sus circunstancias. Por ejemplo, nosotros tenemos dormitorios porque algunos de nuestros alumnos viven aquí; otras instituciones no. Nuestros estudiantes son relativamente mayores, y quizá con los pequeños haya que tomar otras medidas», señala.
Otra funcionaria apellidada Tong advierte una diferencia entre China y Occidente: «En Europa quizá los niños más pequeños vuelvan a clase primero porque las familias así lo demandan debido a la estructura social y familiar; en China creemos que los de Primaria son más vulnerables y difíciles de controlar, así que hemos empezado por los de Secundaria». No en vano, los niños más pequeños no regresarán a las aulas hasta el próximo día 18. Habrán pasado cuatro meses desde que las pisaron por última vez.
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