China es uno de los países más seguros del mundo. Y la criminalidad no deja de reducirse. Según las últimas estadísticas oficiales disponibles, el número de casos de las tipologías más graves -entre las que se encuentra el asesinato- cayó un 30% entre 2013 y ... 2021. Solo el 21% de las condenas dictadas son superiores a los tres años de prisión, menos de la mitad que una década antes.
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Estos son datos que los políticos chinos esgrimen con orgullo para hacer una clara diferenciación con lo que sucede en Estados Unidos. Incluso portavoces oficiales del Partido Comunista se permiten en las redes sociales sacarle los colores a Washington por los habituales tiroteos en su territorio o la epidemia de sobredosis que provoca el fentanilo en la superpotencia americana, un hecho que también les sirve para justificar la avasalladora instalación de más de 500 millones de cámaras de seguridad y el decreto de todo tipo de restricciones en China.
Pero hay un tipo de crimen que preocupa en el país de Mao: los apuñalamientos. Siempre han sido un problema pero, quizá por la reducción de la criminalidad y la profusión de imágenes desgarradoras grabadas con esas cámaras que están por doquier, ahora llaman más la atención. Sobre todo porque quienes los perpetran parecen hacerlo de forma irracional y sin tener relación alguna con sus víctimas. Es lo que ha sucedido en dos ocasiones durante la última semana en Hong Kong.
El caso más chocante ha sido el de un hombre que adquirió un cuchillo en uno de los muchos centros comerciales de la excolonia británica y atacó con él a una pareja de mujeres veinteañeras. Con una de ellas se ensañó hasta asestarle 25 puñaladas, ante la aterrorizada mirada del resto de visitantes, que en ningún momento intervinieron para salvarla. Solo su pareja lo intentó en una intervención que le acabó costando la vida.
El jueves por la noche otra mujer corrió la misma suerte en un paso de peatones subterráneo. Una vez más, el atacante no guardaba ninguna relación con ella y, según las primeras informaciones publicadas por la prensa local, tampoco pretendía robarle o abusar sexualmente de ella. Simplemente, la mató a cuchilladas. Porque sí. Y el pasado día 31, un suceso similar aterrorizó a un pequeño pueblo de la China continental: un hombre entró en una casa y asestó numerosas puñaladas a quienes se encontraban en el interior, aparentemente gente totalmente desconocida para él. Luego se marchó, como si no hubiese pasado nada.
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Desafortunadamente, este es un suceso relativamente habitual tanto en China como en partes de Asia. Tanto que incluso da nombre a un síndrome: el de 'amok', una palabra derivada del término malayo 'mengamok', que significa descargar la furia de forma desesperada. Fue el explorador británico James Cook quien lo identificó por primera vez en 1770, pero no fue clasificado hasta casi un siglo después, en 1849. Y, curiosamente, esta súbita descarga de rabia fue incluso una de las razones que impulsaron el desarrollo de la legendaria pistola semiautomática Colt 45 a inicios del siglo XX.
Según recogió Robert A. Fulton en su ensayo sobre el arma, esta fue diseñada con el fin de incrementar la capacidad para frenar el avance de una persona que carga fuera de sí, ya que el revolver del calibre 38 no lograba parar a los filipinos que, en un ataque de amok, se avalanzaban sobre las tropas estadounidenses en las islas del sur del archipiélago. Las balas en el tambor del revolver no eran suficientes para detener ese avance y su dueño acababa apuñalado aunque el atacante pudiese perecer después.
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Ahora, el Diccionario de Psicología de la Asociación Americana de Psicólogos define el amok como «un síndrome de base cultural observado en hombres de Malasia, Filipinas y otros países del sudeste de Asia». Se presenta sobre todo en individuos varones que sufren una apatía social «antes de protagonizar un ataque violento no provocado». A menudo, el atacante no para de asestar cuchilladas hasta quedar exhausto y tiene un lapso de memoria que le impide recordar lo sucedido. El asesino de las dos mujeres en Hong Kong quedó como en trance hasta que la Policía, parapetada tras un escudo, procedió a su detención sin que presentase resistencia.
Casos similares se han dado en numerosos lugares de China, incluidas varias escuelas de primaria. Por eso, y por los ataques terroristas perpetrados por uigures, Pekín decidió exigir el registro de cuchillos de cierto tamaño. No obstante, casi siempre el Gobierno evita hacer mención alguna al síndrome amok y explica los ataques como sucesos aislados de individuos que «querían vengarse de la sociedad». Sin embargo, los expertos inciden en la crónica falta de programas para mejorar la salud mental en el país más poblado del mundo.
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«Hay que establecer equipos de terapeutas, trabajadores sociales, enfermeras y psicólogos que supervisen a los pacientes de trastornos mentales severos y ofrezcan una ayuda desde todas las perspectivas», afirma Hector Tsang Wing-hong, director interino del Centro de Investigación de Salud Mental de la Universidad Politécnica de Hong Kong, en declaraciones al South China Morning Post. Diferentes fuentes estiman en unos 100 millones el número de ciudadanos chinos que requieren atención de especialistas en salud mental, un tema que aún es tabú en Asia.
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