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mikel ayestaran
Estambul
Domingo, 15 de enero 2023, 22:24
«Urge una respuesta conjunta a la grave situación que sufren las mujeres e Afganistán, que al menos los países que tomaron parte en la operación internacional se junten para adoptar medidas concretas contra este apartheid de género. Los mensajes de preocupación no ayudan a ... cambiar las cosas, es hora de, por ejemplo, prohibir los viajes de los talibanes. Si las mujeres están encerradas en sus casas, ¿cómo ellos pueden viajar al extranjero sin problemas?», es la pregunta que se formula Zahra Nader, periodista afgana en el exilio que a sus 32 años dirige 'Zan Times'.
'Zan' significa 'mujeres' en dari y esta revista está creada, formada y dirigida por reporteras afganas que recogen temas sobre los derechos humanos y, especialmente, los derechos de las mujeres. «Trabajamos en red, con editoras en diferentes países y colegas que se juegan la vida para enviarnos historias desde el terreno. Según el informe de Reporteros Sin Fronteras (RSF) cuatro de cada cinco mujeres periodistas han dejado su trabajo en el país y esa es una cifra de diciembre que ahora será peor», recuerda Zahra desde Canadá, país al que huyó para salvar su vida tras el regreso de los islamistas. Las que se quedaron se juegan la vida con su activismo como ha demostrado el asesinato de la ex diputada Mursal Nabizada, abatida a tiros en la noche del sábado a las puertas de su domicilio en Kabul.
De 29 años y representante en el antiguo Parlamento depuesto por los talibán, Nabizada murió junto a su guardaespaldas, mientras su hermano resultó herido por las balas. La Policía ha abierto una investigación sobre el primer asesinato de una expolítica desde el retorno del régimen en agosto de 2021. A diferencia de otros muchos legisladores, Nazibada prefirió quedarse en el país y no buscar refugio en el extranjero. En septiembre anunció que trabajaba para una ONG, actividad que los actuales gobernantes del país han prohibido a las mujeres.
Tras difundirse la noticia de su muerte, varias organizaciones mostraron su rechazo al atentado. La también depuesta diputada Mariam Solaimankhil condenó en un emotivo mensaje el asesinato de una «campeona intrépida de Afganistán», a la que calificó de «verdadera pionera» y ensalzó su valentía por haberse quedado en el país «a luchar por su pueblo. Mujer fuerte y franca que defendió lo que creía, incluso frente al peligro».
«Es un régimen misógino, pero como gobierno están ansiosos por ganarse el reconocimiento internacional. A ellos les importa mucho lo que se piensa de ellos en el exterior y hay que aprovecharlo como palo para presionar y obligarles a rectificar su política de género», considera Nader, que pide «hacer algo cuanto antes».
En apenas 17 meses de Emirato, las mujeres afganas han perdido la mayor parte de derechos que habían ganado en las últimas dos décadas. Los islamistas retomaron el poder tras veinte años de guerra y dos de negociación directa con Estados Unidos. Llegaron con el mensaje de que habían cambiado respecto a los talibanes que gobernaron el país a finales de los noventa, pero hay en algo en lo que no han variado su política: la obsesión por borrar a la mujer de la vida pública.
El país está en la ruina, la crisis humanitaria no tiene precedentes y los fondos afganos en el extranjero permanecen congelados, pero los talibanes no dan marcha atrás y las escuelas de secundaria y universidades siguen cerradas para las mujeres. Ahora tampoco pueden trabajar en organizaciones internacionales y esta semana han comenzado a cerrar los pequeños comercios que regentaban, peluquerías y centros de estética. No les ha importado que Save the Children, CARE y el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) hayan suspendido sus operaciones, ellos mantienen que «en las oficinas de estos organismos no se respeta el código adecuado de vestimenta» y consideran esto más importante que toda la ayuda que recibe la población.
La política y activista Fawzia Koofi, la primera mujer en ocupar la vicepresidencia del parlamento afgano, sobrevivió a dos intentos de asesinato entre 2010 y 2020 y la llegada de los islamistas le obligó a exiliarse. Ahora tiene una apretada agenda internacional centrada en impedir que el mundo olvide a su país y, en especial, a las afganas. «La presión funcionará, pero hasta ahora no hemos visto una verdadera presión política sobre ellos. Desde la firma del acuerdo de Doha con Estados Unidos veo incluso amistad. Hay que imponer prohibiciones de viaje y sanciones a quienes hagan negocio con ellos, expulsar a sus familias de países donde envían a sus hijos a estudiar, algunos en universidades prestigiosas, cerrar sus oficinas en otros países…» son las medidas propuestas por Koofi, que como las periodistas de Zan reclama más acciones concretas y menos mensajes de preocupación.
Las palabras de Koofi chocan con la política de normalización de países como Rusia, que negocia con los islamistas la exportación de gasolina, gas y trigo, o China, que ha firmado un acuerdo de 25 años con el Emirato para comenzar la extracción de petróleo en suelo afgano.
Estados Unidos y sus aliados son historia y han abandonado Afganistán después de vender a sus ciudadanos una ficción de democracia y derechos humanos que ha sido efímera. Turquía mantiene abierta su legación en Kabul, es el único país de la OTAN que lo hace, pero no duda en criticar de manera abierta la política de género y el presidente Recep Tayyip Erdogan calificó la medida de cerrar escuelas y universidades de «anti-islámica».
Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos (EAU) critican también las restricciones de los islamistas, pero mantienen los lazos. Doha ha sido fundamental, ya que es allí donde los talibanes cuentan con una oficina política desde 2013. Aquí se ha desarrollado el proceso de negociación con Estados Unidos y la firma de los Acuerdos de Doha, que pusieron fin a la presencia militar estadounidense en el país asiático. A falta de un asiento en Naciones Unidas, esta es la ventana al mundo más importante con la que cuentan los islamistas, pero tampoco los cataríes tienen capacidad suficiente de influencia como para obligar a recular a los talibanes en su política de género.
Pakistán es otro de los actores clave ya que es la patria de adopción de unos islamistas que desde mediados de los noventa han tenido en el país vecino su máximo órgano de gobierno. Quetta, en el Baluchistán, ha sido durante décadas una especie de capital política 'de facto' del Emirato al acoger la shura que tomaba las decisiones clave del movimiento. Los ideólogos y políticos tenían una retaguardia segura en suelo paquistaní y los combatientes encontraron en las montañas de la larga y porosa frontera del frente 'Af-Pak' un santuario en el que protegerse del enemigo. Imposible explicar la supervivencia talibán, sin mirar a Islamabad.
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