Pese a los intentos de la policía federal contra los grupos criminales, conrinúan sembrando el pánico en Pitiquito. Foto de acrhivo EFE Colombia.

La población de Sonora huye de los secuestros, tiroteos y cuerpos descuartizados en la guerra del narco mexicano

El enfrentamiento entre los clanes de Caro Quintero y el 'Chapo' Guzmán siembra el Estado mexicano de terror y localidades fantasma donde los narcos incluso derriban las casas de sus rivales tras asesinarlos

Asier Quintana

Viernes, 26 de abril 2024, 00:51

Pitiquito era una ciudad de unos diez mil habitantes cercana a Caborca, en el Estado de Sonora, que vivía de la peletería y de la agricultura. Un lugar tranquilo hasta que los cárteles mexicanos del narcotráfico comenzaron a apoderarse del territorio. El municipio, como toda ... la zona cercana a Baja California, es un lugar codiciado para las bandas criminales, pues su geografía no solo lo convierte en puerta de entrada a Arizona, en Estados Unidos. Su frontera sur, además, da hacia el mar de Cortés y también constituye un punto de acceso de drogas y combustible provenientes de Jalisco y Sinaloa. En definitiva, Pitiquito es un punto neurálgico de la principal ruta de la droga hacia Estados Unidos.

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Las consecuencias no se han hecho esperar. La localidad es hoy una ciudad fantasma. La mayoría de sus habitantes han muerto o huido. Apenas quedan unas pocas familias y, ahora, el patriarca de una de ellas, Manuel Octavio Velázquez Bohórquez, ha sido secuestrado por los narcos. Un hecho rutinario en esta franja de México, con pueblos como Santa Ana, Altar o Sonoyta asolados por constantes enfrentamientos entre sicarios, pero que ha despertado un inusitado interés en algunos medios tras una denuncia de Madres Buscadoras de Sonora. Este colectivo humanitario se formó en 2019 y lo componen 700 mujeres que buscan a sus hijos, desaparecidos o secuestrados, algunos hace ya varios años. La mayor parte de ellas no espera encontrarles vivos. Solo quieren recuperar sus restos. Han descubierto decenas de fosas comunes.

La organización no ha llegado sola a Pitiquito. Les acompañan los hermanos Adrían y Julián LeBarón, dos activistas dedicados a denunciar cómo las autoridades han renunciado aparentemente a proteger a estos pequeños municipios y dejado a sus habitantes en manos de los cárteles. El 4 de noviembre de 2019 ellos perdieron a sus familias en una comunidad de Bavispe, entre Sonora y Chihuahua. Viajaban en varios coches. Tres mujeres y doce niños. Un grupo de pistoleros salió al paso de los automóviles y los acribilló a tiros. Tres mujeres, cuatro niños y dos bebés de nueve meses murieron asesinados.

Adrián LeBarón cuenta que, después de aquella matanza, muchos vecinos de Bavispe abandonaron el lugar. Lo mismo sucede en estas otras localidades de Sonora, donde los narcos siembran el terror para espantar a la población, quedarse con el terreno libre y seguir con sus negocios sin testigos. Los dos hermanos suelen acudir a las oficinas locales de la Policía, que están «desiertas», y lo denuncian en las redes. Su propósito es evidenciar la inseguridad, «hacer visibles esos lugares que nos duelen. Tierras que han sido abandonadas porque familias enteras quieren vivir en paz, sin miedo».

Eso es Pitiquito. Una ciudad agrícola antaño de cierto relieve que se vio en medio de la disputa del Cártel de Caborca, dirigido por el sanguinario Caro Quintero y sus sobrinos, y la organización del conocido 'Chapo' Guzmán. El 'Chapo' está en prisión en Estados Unidos aunque sus hijos dirigen el clan. Se empeñó en conquistar esta plaza para disponer de un acceso directo a Arizona. Las balaceras en las calles han sido tan sangrientas como tristemente legendarias en las crónicas locales.

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Los ataques a plena luz del día y la destrucción de edificios han hecho paulatinamente que los vecinos se hayan marchado. La ofensiva del 'Chapo' ha sido tan violenta que, después de matar a sus competidores, metía las excavadoras en el pueblo y tiraban abajo sus casas. Lo que antes eran huertas y comercios dedicados a la fabricación de pieles, ahora son calles desiertas y edificios derruidos.

En la vecina barriada de Félix González también conocen las consecuencias de la violencia. Hace escasos días, decenas de hombres armados a bordo de coches que habían blindado de forma casera con chapas irrumpieron en las casas, asaltaron los comercios e intentaron llevarse a todos los hombres que había en ese momento en el pueblo. La Guardia Nacional alcanzo a detener a seis pistoleros que portaban una ametralladora y otras armas tácticas militares. Al final, un vecino fue secuestrado. Manuel Octavio Velázquez Bohórquez. Desde entonces, solo queda una familia en la localidad, la del hombre hecho preso por los narcos, que ha advertido que no se irá hasta que su pariente sea devuelto.

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El mayor problema que sufre la familia Velázquez es que no hay nadie que les ayude en un lugar convertido en un territorio fantasmal. «No vienen autoridades, nadie ayuda, queremos recuperarlo, no queremos culpables, sólo que nos lo devuelvan, vivo o muerto», pide una allegada en un vídeo difundido en las redes sociales.

La mujer implora a las bandas criminales que dejen regresar a casa a Manuel Octavio, de 62 años, porque «es una persona inocente que no tiene nada que ver con los cárteles». Reclama al gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, y las autoridades federales que acaben con la guerra entre bandas en Sonora. La Comisión de Búsqueda de Personas del Estado ha emitido una alerta de búsqueda para el hombre, aunque no asegura que lo encontrará con vida. La oficina del Gobernador afirma que ningún municipio está sin vigilancia.

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Asaltos por las rutas

Sin embargo, ni la presencia de coches patrulla tranquiliza a los ciudadanos. Con frecuencia, los pistoleros se visten con uniformes policiales para perpetrar sus crímenes. La inseguridad no solo ha crecido en los municipios sino en las carreteras del Estado. Allí, los sicarios acostumbrar a aterrorizar a la gente asaltando autobuses o quemando sus coches para dejar constancia de que su presencia es permanente. En esos casos suelen detener los vehículos haciéndose pasar por policías. Con frecuencia disparan a sus ocupantes.

Hace una semana, el clan del 'Chapo' asesinó a dos miembros de la banda de Caro Quintero, descuartizó sus cuerpos y dejó los trozos esparcidos en la carretera. Cada vez que sucede un hecho de este estilo, lo publican en las redes para marcar su territorio. Los vecinos no ven un final próximo. Son conscientes de que los enfrentamientos y los crímenes solo acabarán cuando uno de los cárteles elimine al otro y se quede con la ruta de la droga hacia Arizona. Pero antes de que eso ocurra, temen que exterminen a todos los civiles.

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