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SERGIO GARCÍA
Domingo, 15 de noviembre 2020, 00:25
Sus enemigos tendrán que admitir al menos que Luis Arce es tenaz. Un año después del golpe de estado que dio al traste con 14 años de gobierno del cocalero Evo Morales, su heredero político y artífice del milagro económico boliviano vuelve a recoger ... el testigo. Y lo hace por la puerta grande tras haber conseguido el 55% de los votos en unas elecciones en las que su inmediato rival, Carlos Mesa, expresidente de centroderecha, apenas logró el 28%. Y eso en la primera vuelta. Investido presidente del país andino en una ceremonia a la que asistieron, entre otros, el rey Felipe VI y Pablo Iglesias, ha contado con el aval de la Organización de Estados Americanos, la misma que tanto influyó en el desmoronamiento del Movimiento al Socialismo (MAS), que lideró Morales desde 2005 y al que perteneció el propio Arce.
El nuevo presidente se ha aupado al poder con el apoyo de los indígenas, pero también de amplios sectores de la clase media a quienes los once meses de gobierno interino de Jeanine Áñez han causado más zozobra que otra cosa. A su incapacidad para atraerse a los sectores más populares y su mala gestión de la pandemia, que ha traído consigo una caída del PIB del 7% y un déficit fiscal de más del 13%, Áñez ha unido un manejo tan arbitrario de la seguridad del Estado que ha hecho palidecer el autoritarismo del Gobierno anterior. Represión, corrupción e ineficacia es el legado que deja y eso tras años de promesas de reconciliación.
Las acusaciones de «fraude» lanzadas al anterior gobierno del MAS y de «enriquecimiento ilícito» contra la figura de Evo Morales, no han impedido que Arce se llevara el gato al agua. El suyo ha sido un voto no tanto de apoyo incondicional al que fuera su mentor –que entre 2014 y 2016 había perdido un 13% de sus apoyos electorales– como de resistencia al nuevo orden, que ningunea al campesinado en general y al mundo indígena en particular, así como sus tradiciones y sus idiomas, el quechua y el aymara. Para cambiar las cosas, el nuevo presidente se ha asegurado el apoyo de David Cochehuanca, originario del lago Tititaca y, al contrario que Arce, militante histórico del MAS.
A nadie se le escapa que el principal argumento a favor de Luis Arce –casado y con tres hijos– es su acreditada valía en el terreno económico. Durante los dos primeros mandatos de Morales, su fiel escudero logró que el país creciera a un ritmo del 5%, reduciendo la pobreza extrema a menos de la mitad y logrando que el producto interior bruto pasara de 9.500 millones a 41.000. Todo ello a costa de aumentar el gasto público, aunque eso significara disparar el déficit fiscal y devorar divisas.
Arce quiere ahora reflotar el barco que, dice, Áñez se encargó de torpedear y quiere lograrlo sin deshacerse de las empresas públicas creadas en la última década. El suyo pretende ser un socialismo «moderado» en el que invita a participar a todos, pero sobre todo con personalidad propia. «Si Evo Morales quiere ayudar será bienvenido, pero eso no significa que vaya a estar en el Gobierno», decía Arce a la BBC semanas atrás, en un intento por marcar distancias de un Morales que no ha tardado nada en regresar al país desde su exilio en Argentina.
Luis Alberto Arce Catacora (La Paz, 1963) es un hombre sin estridencias, «tímido y modesto», también reservado con la familia, «a la que nunca ha querido exponer», comentan algunos de sus colaboradores. Mucho antes de que fuera elegido ministro de Economía y Finanzas (cargo que sólo interrumpió un par de años para tratarse de un tumor cancerígeno en el riñón), 'Lucho' era un estudiante de clase media –sus padres, ambos maestros en escuelas públicas–, cabal y responsable. El 'flechazo' por la política llegaría tras escuchar en su colegio a Marcelo Quiroga Santa Cruz, socialista boliviano que sería asesinado durante un golpe de estado. Arce tenía entonces 14 años y la ideología de la que se empapó allí le acompañaría toda su vida.
En esos tiempos no se aburría nunca. Cautivado por la personalidad de Che Guevara o de Víctor Jara, el todavía adolescente gustaba de jugar al basket –afición que todavía hoy cultiva– y dedicaba el tiempo libre a aprender por su cuenta a tocar la guitarra, la zampoña y el charango. Siempre destacó en los estudios, primero en el Instituto de Educación Bancaria y luego en la Universidad de San Andrés, en la que se licenció de economista y de donde saltó al Banco Central. Allí permaneció 18 años. El que fuera su presidente Juan Antonio Morales se declaraba días atrás el primer sorprendido de que alguien «que no había ascendido más allá de una subgerencia», acabara siendo nombrado ministro de Economía, y más aún presidente «por su perfil tecnócrata más que político».
El salto al poder se materializó en 2006, durante el primer mandato del MAS. 'Lucho', que por aquel entonces frecuentaba un grupo de intelectuales llamado 'Los Duendes', conoció allí a Álvaro García Linera, que acabaría siendo vicepresidente de Evo Morales. La llamada no tardaría en llegar y juntos diseñaron una estrategia basada en los hidrocarburos, el ahorro y la estabilidad que catapultaría a Bolivia en tiempos de crisis, mientras la economía de países del entorno entraba en franca recesión. Una bonanza que Arce aprovechó para pagar bonificaciones a mujeres embarazadas, a escolares y a ancianos, al tiempo que se realizaban inversiones multimillonarias para industrializar la producción del litio y el gas natural.
La influencia de Arce era tan grande que el propio Evo –de origen campesino y con una formación muy rudimentaria– se ponía en sus manos para recibir clases de economía. Al 'licenciado' Arce, como se refieren a él sus alumnos, le quedaba tiempo para su familia y para enseñar en la Universidad a la que él mismo asistió. «Es bastante exigente, pero muy capaz de descender a la realidad para explicar la materia», ponderan.
Ahora, a 'Lucho' le queda por delante un doble desafío: demostrar a sus rivales que las fórmulas ya ensayadas siguen teniendo validez y que es algo más que el títere de Evo. También convencer a la escena internacional de que no es ningún agente desestabilizador para la región. Empezando por Chile, con quien le enfrenta el viejo contencioso por la salida al mar. Por muy acostumbrado que esté a los rigores del altiplano, corre el riesgo de quedarse sin oxígeno.
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