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Algunos de los momentos más notables de la vida de Delcy Rodríguez, la número dos del régimen venezolano, han transcurrido en aviones privados. En uno de sus primeros cargos en el gobierno de Chávez, como enlace en la expropiación de la empresa de telecomunicaciones ... Verizon, que pertenecía a los norteamericanos, Rodríguez utilizaba los Falcon 800, propiedad de la petrolera estatal, para ir y venir a Nueva York. En esta misión, la abogada graduada en la universidad pública y que enlazó varias becas en París y Londres, se alojaba en el Hotel Plaza, acompañada de un famoso galán de telenovelas, Fernando Carrillo, con quien tuvo una relación de dos años (él confesó que ella fue «la mujer de su vida»).
Ambos iban y venían de un país a otro en esa flota que atravesaba el cielo por encima de las rutas comerciales. En una ocasión llenaron la aeronave con bolsas de Bloomingdale con menaje del hogar. Ahora los aviones privados que fleta Delcy Rodríguez van llenos de oro, según ha denunciado en plena pandemia el Departamento de Estado norteamericano. Con rumbo al este, primero aterrizaban en China, y Rusia con escala en las antillas del Caribe. Ahora en Irán y Turquía.
Ese «oro de sangre», denunciado por Juan Guaidó en su visita a España de principios de año, ha logrado sufragar las operaciones de la facción del Gobierno liderada por Nicolás Maduro, desde 2016, cuando el precio de petróleo comenzó a sucumbir. La gran gerente de esa riqueza dorada, extraída de zonas naturales irrigadas por los afluentes del Orinoco, es Delcy Rodríguez, cuya receta del éxito es resumida así por un politólogo: «Se ganó la confianza de Cilia Flores», la mujer de Maduro y quien realmente manda. En el 'arco minero' del sur de Venezuela «hay unas de 55 procesadoras de arena para extraer oro, que generan más de 200 millones de euros al mes, sin ningún tipo de control», calcula un periodista de investigación en la zona. «El oro sale en avionetas, unas cinco al día, y ella supervisa directamente esas minas».
Siempre en aviones privados, suele aparecer donde no se le espera. El aterrizaje en Madrid cuando acudió a recibirla José Luis Ábalos, ya lo había practicado en una reunión del Mercosur en Argentina en 2016, para protestar una resolución del bloque económico regional. Con esa irrupción en España logró acallar la denuncia de su opositor sobre la extracción de oro, gracias a que el interés político se centró exclusivamente en las horas que pasó en Barajas.
Dueña de «un carácter fuerte con el que se impone», Delcy Rodríguez (Caracas, 1969) ha afirmado que su adscripción a la revolución es una «venganza personal» por el asesinato de su padre, militante de izquierdas por las fuerzas policiales de los años setenta.
«Es muy atractiva como persona», dice quien la ha conocido. «No es cuestión de belleza. Es una mezcla de personalidad y poder. No se le puede subestimar». Con esas cualidades también ha cautivado a José Luis Rodríguez Zapatero, ahora fiel amigo y buen asesor de Delcy. «Chao, mi príncipe», se despedía ella con su voz aniñada, al término de la mesa de diálogo entre chavismo y oposición en 2016. «Cuídate», le respondía el expresidente con dos besitos.
Su juvenil vida frugal de piso compartido con otros jóvenes afiliados a partidos de la izquierda latinoamericana en Europa terminó a finales de los noventa, cuando el mismo gobierno que había indultado al exgolpista Hugo Chávez la contrató como funcionaria de bajo nivel en la delegación venezolana de Londres.
Con el triunfo electoral de Chávez, su hermano mayor Jorge pasó a dirigir uno de los pilares de la política del régimen, el órgano rector de los referendos que vendrían. Y luego la llamó para un cargo de confianza. «Ella supo impresionar a Chávez», recuerda un testigo, y se convirtió en su secretaria personal con rango de ministra y le comenzó a acompañar en sus giras. Los hermanos Rodríguez, ambos aficionados al ping-pong, se instalaron en el corazón del poder «gracias a una inteligencia que no abunda en ese Gobierno», dice un observador.
Hasta que en otro avión privado, que iba a despegar de Moscú en 2008, el presidente ordenó parar el avión y la dejó en tierra. No hay una versión oficial de lo que pasó en la cabina pero ese templado día ruso ella desapareció de la vida política. Hasta que murió Chávez.
Con Maduro reapareció Delcy Rodríguez, adornada con bolsos Louis Vuitton de la línea Taiga, zapatos Stuart Weitzman, ropa Loro Piana y «últimamente» collares de perlas, analiza un experto en moda. Ella, soltera y sin hijos, vive en una exclusiva finca en la zona más noble de Caracas y se mueve siempre con escoltas en todoterrenos blindados. «Es muy complicado para ellos salir a sitios públicos», dice una fuente. «Han creado una suerte de ecosistema, de locales privados y bodegones, donde van a consumir».
Ahora sus aviones planean con oro y sin pasajeros. Ella, como el resto de la cúpula del Gobierno de Maduro, ha tenido que disminuir la frecuencia de sus vuelos. Desde 2018 las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea restringen sus movimientos y los días de amor y 'shopping' en Nueva York parecen lejanos. Pero su viaje nunca se detuvo por las esferas del poder: navegó del Ministerio de Comunicación a la Cancillería y de la presidencia de la inconstitucional Asamblea Constituyente a la vicepresidencia que ahora ocupa. Artífice, al menos en parte, de las políticas públicas de una nación con seis millones de desplazados y con la tercera parte de la población sin suficiente comida, según Naciones Unidas, la menor de los Rodríguez, niega la crisis humanitaria y esconde la tasa real de coronavirus en un país depauperado. Su 'vendetta' puede darse por cumplida.
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