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dagoberto escorcia
Sábado, 29 de octubre 2022
Las últimas encuestas tenían razón al considerar al líder del PT (Partido de los Trabajadores), Luiz Inácio Lula da Silva (77 años), favorito para ganar las elecciones. El candidato izquierdista ha conseguido hacerse con la presidencia doce años después tras remontar en el recuento al ... actual presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro. El líder del Partido Liberal (PL) fue perdiendo terreno conforme ha avanzado el escrutinio respecto al veterano exmandatario, que con casi el 99% escrutado cosecha un 50,82% frente al 49,18% de su rival. Casi dos millones de votos de diferencia.
En la primera vuelta, Lula se mantuvo gran parte del escrutinio en el segundo lugar y tan solo pasó a liderar cuando el porcentaje de votos contabilizados superó el 70%. El resultado final fue un 48,4% de apoyos para el exmandatario, tan solo tres punto más que Bolsonaro, que recibió el 45,2%.
La segunda vuelta de las elecciones se celebró dentro de un clima de total incertidumbre. El día D para los brasileños por fin había llegado. La campaña electoral se hizo interminable, y agotó a muchos ciudadanos. Se temía que la abstención superara la de la primera vuelta (20,8%) y se esperaba que el voto de los indecisos finalmente decidiera quién saldría victorioso. Fueron días intensos, en los que los dos candidatos salían a todas horas en las noticias. Días no exentos de violencia, política y social. Días de acusaciones personales, de insultos entre los principales aspirantes a gobernar el país durante los próximos cuatro años. Semanas que demostraron la división del país que este domingo debía decidir por dos modelos totalmente diferentes, en los que abrazaban el amor y el odio, opuestos en todos los sentidos y en casi todos los aspectos de la vida.
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Dagoberto escorcia
Tan inmensa es la polarización existente que resulta difícil identificar un punto en común entre los dos candidatos. No la hay porque uno (Bolsonaro) representa el populismo de la ultraderecha que si pudiera se eternizaría en el poder, y el otro (Lula) destaca por su pasado sindicalista, progresista y una notable gestión cuando dirigió el país entre el 2003 y 2010 que mereció el 87% de aprobación.
Los dos candidatos fueron tan madrugadores como el pasado 2 de octubre cuando se celebró la primera vuelta de las elecciones. Lula formalizó su voto en el colegio electoral de la Escuela Firmino Correia de Araújo, en Sao Bernardo do Campo, en Sao Paulo. Bolsonaro cumplió con los comicios en un colegio de Río de Janeiro. Después se dirigió al aeropuerto para recibir al Flamengo, el equipo con más seguidores de Brasil, que el sábado conquistó la Copa Libertadores (equivalente a la Champions en Europa), y aprovechó para hacerse fotos con la copa y luego emprendió un viaje en helicóptero por la ciudad con algunos jugadores. En el fondo, quizás pensaba que esa iba a ser su única celebración del día. Bolsonaro, no obstante, a esas horas de la mañana estaba convencido de su triunfo en las urnas: «Tuvimos buenas noticias en los últimos días», comentó ante los medios. «Si Dios quiere, saldremos victoriosos. O mejor dicho, Brasil saldrá victorioso».
Lula, por su parte, señaló que era el día más importante de su vida porque se presentaba como candidato y porque estaba convencido que el pueblo brasileño iba a votar «por un proyecto en el que triunfe la democracia, porque elegía el modelo de Brasil que quiere y el modelo de vida que quiere tener». Lula insistió en la idea de reconstruir Brasil, pero de una manera en la que participaran todos los brasileños.
El líder del Partido de los Trabajadores (PT) manifestó su opinión sobre el vídeo que el fin de semana se volvió viral y en el que se observa a una diputada del Partido Liberal, el partido de Bolsonaro, persiguiendo con una pistola en la mano a un militante del PT: «Es el Brasil que no queremos, peleamos por un país civilizado, donde la gente se respete y un diputado no necesite llevar un arma, sacarla y correr detrás de un ciudadano».
La jornada no estuvo exenta de incidentes, sobresaliendo la actuación de la Policía Federal de Carreteras en el Nordeste del país, donde varios electores favorables a Lula denunciaron que habían detenido sus autobuses con el único objetivo de que no llegaran a tiempo a ejercer su voto. Según algunos medios, el jefe de esta Policía el sábado había puesto un tuit que luego borró en el que reclamaba el voto para Bolsonaro. Alexandre Moraes, presidente del Tribunal Superior Electoral, anunció que abriría una investigación para saber si la detención fue por controles rutinarios o por un abuso policíal.
«El mayor temor de la campaña del actual presidente es la construcción de un discurso para una acción más contundente si es derrotado», afirma la abogada y profesora de Derechos Humanos en Curitiba, Juliana Bertholdi. «En este momento no es posible entender qué camino elegirá Bolsonaro en caso de derrota: si se limitará a continuar cuestionando el proceso electoral y su legitimidad, si buscará explicaciones en el Tribunal Supremo Electoral o si reunirá a sus seguidores armados, que sería el peor camino, el más temido, aunque también el más improbable», añade Bertholdi.
No obstante, en declaraciones posteriores al debate televisivo de la noche del viernes Bolsonaro se comprometió a respetar el resultado de las elecciones aunque no sea el vencedor. «No hay la menor duda. El que tenga más votos gana. Eso es democracia», dijo. Sin embargo, a lo largo de su campaña, Bolsonaro había dicho en varias ocasiones que solo aceptaría el resultado en caso de considerar que las elecciones fueran limpias. Las sospechas de su rechazo al resultado en caso de derrota volvieron a aparecer esta semana cuando sus aliados pidieron una investigación por considerar que algunas radios del nordeste del país no publicaban sus anuncios y estaban a favor de Lula. Durante el cara a cara del viernes, organizado por el canal de televisión O'Globo, Bolsonaro llegó a sentirse víctima: «Todo el sistema está en contra mía. Las grandes cadenas de televisión, una aquí (en referencia a la que estaba ofreciendo el debate) e incluso el Tribunal Supremo Electoral que quiere investigarme».
La impresión que dejó el debate es que Lula estuvo más firme que en anteriores ocasiones y obtuvo una nueva victoria a los puntos. Las expectativas estaban centradas en un Bolsonaro obligado a ejercer una gran ofensiva para lograr por lo menos igualar a Lula en las encuestas. Pero en lo que todos los analistas coincidieron es en afirmar que el último debate dejó mucho que desear.
En el discurso de Bolsonaro predominó el insulto. Si en los anteriores debates siempre se dirigió a Lula como «presidiario», en esta ocasión el término que más utilizó fue el de «mentiroso». En el cruce de insultos ambos candidatos llegaron a utilizar todos los adjetivos ofensivos, desde «corrupto» a «sinvergüenza», pasando por «delincuente», «ladrón», y hasta jefe de una banda criminal. No era el debate que se esperaba y en eso estuvo acertado Lula cuando pidió excusas por la carencia de argumentos y la calidad del encuentro.
La táctica del actual presidente de Brasil estuvo centrada en realizar muchas preguntas a su rival. Tantas veces lo hizo que Lula llegó a responderle en un momento: «Yo no vine a responder preguntas de Bolsonaro. Vine a hablar con el pueblo brasileño».
Los candidatos recordaron los logros conseguidos durante sus mandatos y no renunciaron a restregarse las malas gestiones de los mismos, aunque sí driblaron algunos temas incómodos, como la ideología de género y la legalización de las drogas, claras acusaciones de Bolsonaro a Lula, que sí, en cambio, respondió a la imputación de estar a favor del aborto, lo cual negó rotundamente. El presidente atacó los anteriores mandatos de su adversario diciendo que de ellos su gobierno había heredado serios problemas éticos, morales y económicos.
Ambos fueron recurrentes en temas como la pobreza y la salud, en los cuales Lula se siente muy cómodo al recordar que durante sus gobiernos el país creció y la desigualdad se redujo, mientras que durante la pandemia, Bolsonaro falló estrepitosamente. «Un día pagarás por la muerte evitable de más de 300.000 personas -del total de 680.000 fallecidas- «por no poner las vacunas en el momento adecuado», espetó Lula a su adversario.
Con este escenario de fondo, uno de los países más poblados del mundo, con más de 215 millones de ciudadanos, que tiene la mayor tasa de desempleo de la región (13,2%) y una de las deudas externas más abultadas (el 93% de su PIB), Brasil afronta este domingo unas elecciones trascendentales. Y también delicadas por los temores que genera su actual presidente, más próximo a la línea de Donald Trump, que no quiere discutir la legalización de las drogas, que no acepta la ideología de género y que está convencido de que su adversario de hoy, Lula, representa el lado oscuro, mientras él, Jair Messías Bolsonaro es el lado bueno de la vida.
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