carlos malamud
Domingo, 10 de abril 2022, 00:17
Finalmente, las encuestas se hicieron realidad y lo que parecía imposible meses atrás se concretó con la victoria de Rodrigo Chaves en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Costa Rica. Este economista de 60 años, con un doctorado por la universidad norteamericana de ... Ohio, funcionario de carrera del Banco Mundial durante 27 años y fugaz ministro de Hacienda en el gabinete de Carlos Alvarado, el actual mandatario en funciones, será durante los próximos cuatro años el nuevo presidente del país centroamericano.
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Pese a estos logros, su vida no ha estado libre de polémicas. Fue acusado de acoso sexual a su paso por el Banco Mundial, a tal punto que algunos especulan con que esto pudo haber sido la causa de su salida del organismo multilateral. También tuvo serias disputas con el presidente Alvarado durante los escasos seis meses en que se desempeñó como ministro por su peculiar forma de gestionar la cartera. Esto llevó al mandatario a solicitarle la renuncia. Entre los principales motivos de disputa estaba su intención, inconsulta, de introducir un impuesto que gravara los mayores salarios o de vetar una ley aprobada por el Parlamento que afectaba a los ayuntamientos.
De alguna manera se puede decir que Chaves es el heredero directo de Fabricio Alvarado, el pastor protestante, portador de una pesada agenda valórica (contraria al aborto, al matrimonio homosexual, al divorcio y a todo lo que pudiera sonar pos moderno) y con un claro sesgo populista y antisistema. Pese a su mensaje radical, estuvo a punto de ganar las elecciones hace cuatro años y poner patas arriba todo el sistema político costarricense, hasta entonces caracterizado por su estabilidad y previsibilidad. Afortunadamente eso no pasó, pero en 2022 el voto de castigo, el famoso voto bronca que penaliza a los oficialismos de toda América Latina desde México a Chile y Argentina, se ha cobrado una abultada factura.
Estas mismas características presentes en 2018, comenzando por el populismo y el toque antisistema, acompañaron nuevamente a un candidato sorpresa, ahora Rodrigo Chaves. Por eso es importante centrarse en su discurso y ver qué tipo de soluciones proponía para sacar a su país de la profunda crisis en que está inmerso. Estas debían partir de recetas fáciles y sencillas, que implicaran cero sacrificios para una sociedad cada vez más angustiada e inmersa en una seria encrucijada.
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Para poder ganar, Chaves debió inventarse un perfil de líder audaz y contracorriente, capaz de enfrentarse abiertamente a la corrupción y los corruptos y poco dispuesto a transar con las élites y los poderosos. Así, se mostró dispuesto a hacer lo que hiciera falta para llevar a buen puerto sus propuestas, incluyendo armar de la nada un partido político, el Partido Progreso Social Democrático (PPSD), capaz de sacar a Costa Rica del profundo marasmo (social, político, económico) en que está inmerso.
En un debate con el ex presidente José María Figueres, del Partido Liberación Nacional (PLN), su rival en la segunda vuelta, Chaves puso de manifiesto las líneas maestras de sus propuestas, comenzando por adoptar un claro mensaje anticorrupción: «Seré un presidente honesto». De esta forma también incidía en la principal debilidad de su contrincante, que arrastra a sus espaldas acusaciones de corrupción, que si bien no han sido probadas, han empañado seriamente su imagen política y la confianza de los votantes. De alguna manera, se puede decir que la candidatura de Figueres permitió que se concretara el triunfo de Chaves. Si este último se hubiera enfrentado a otro rival en el balotaje, sin el pesado lastre que portaba el político «liberacionista», probablemente su derrota se hubiera consumado, pero eso ahora solo es un futurible difícil de demostrar.
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El presidente electo puso toda su campaña bajo el lema de «me voy a comer la bronca», es decir me haré cargo de los problemas de la gente y de su descontento, intentando transmitir un mensaje sencillo, que le permitiera eludir comprometerse con un programa articulado, bien trenzado y con propuestas demasiado concretas. «Vamos a volver a ser el país más feliz del mundo», dijo.
Desafío descomunal
Pese a la simpleza de sus planteamientos, el desafío que tiene Chaves por delante es sencillamente descomunal. Para empezar, su partido solo obtuvo 10 de los 57 diputados del parlamento de Costa Rica. Una cantidad exigua que lo deja a merced de los demás partidos y grupos políticos con representación parlamentaria. En realidad, aquí ocurre lo que en muchos otros países latinoamericanos, que ven cómo la crisis profunda de los partidos políticos ha provocado una enorme fragmentación de la representación popular, comprometiendo de forma considerable la gobernabilidad.
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Si las cosas estaban mal, y arreciaban los problemas, la pandemia del COVID-19 las complicó aún más. El cierre del país afectó al turismo, una de las principales fuentes de ingresos, debilitando las expectativas de importantes grupos sociales. Hoy la economía costarricense no pasa por su mejor momento. Pese a haberse integrado recientemente en la OCDE, el país enfrenta una complicada situación fiscal y una crisis de deuda pública, todo lo cual lo ha llevado a negociar un programa de ayuda con el FMI. A esto hay que agregar la presencia en el país de más de 600.000 nicaragüenses (500.000 migrantes económicos y 100.000 refugiados políticos), que reventaron las costuras del incipiente estado de bienestar de un país hasta ahora modélico y uno de los símbolos, junto con Chile y Uruguay, de la democracia latinoamericana.
Quizá por todo esto, por su debilidad parlamentaria y la difícil coyuntura que debe afrontar, la noche del domingo 3 de abril, tras conocerse su triunfo, en el discurso que pronunció ante sus seguidores dio un giro radical. En él tendió la mano a Figueres y al PLN y se comprometió a buscar consensos para trabajar conjuntamente por el futuro de Costa Rica. La gran duda que emerge tras sus palabras es identificar el verdadero rostro del nuevo presidente: ¿el populista y antisistema o el partidario del diálogo y los acuerdos políticos?
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