Secciones
Servicios
Destacamos
GERARDo ELORRIAGA
Martes, 8 de septiembre 2020, 16:31
El avión vuela de Chicago a Dubai y el plano se abre. La película continúa con el aterrizaje en la urbe del Golfo y prosigue cuando Paul Rusesabagina, el protagonista de los hechos que inspiraron la película 'Hotel Ruanda', accede a un jet privado que ... lo conduce, sorprendentemente, hasta la capital ruandesa, la cueva del lobo. La narración da un giro inesperado. Nadie se explica cómo el hombre que criticó a Jean Paul Kagame ha regresado a su país, donde es exhibido por la Policía como una pieza de caza mayor. Sorprendentemente, el hombre que salvó a 1.200 personas de etnia tutsi refugiadas en un hotel sitiado por guerrilleros ávidos de sangre es acusado de terrorismo, asesinato, rapto e incendio intencionado.
La operación resulta confusa. La Oficina de Investigaciones de Ruanda alega que ha sido detenido tras aplicarse una orden internacional de arresto, pero Emiratos Árabes Unidos niega la existencia de acuerdos de extradición y asegura que el detenido subió voluntariamente a la aeronave. La familia, residente en Texas, asegura desconocer el motivo del viaje y asegura que ha sido secuestrado por los servicios secretos del país africano, a los que se atribuye una implacabilidad digna del mejor largometraje de género negro. Algunos antecedentes son inquietantes. Camir Nkurunziza, miembro del opositor Congreso Nacional de Ruanda, fue asesinado el año pasado en Ciudad del Cabo y, seis años antes, fue abatido su camarada Patrick Karegeya en un hotel de Johannesburgo.
Quizás la única certeza provenga de la Casa Blanca. La misma que le concedió la Medalla Presidencial a la Libertad, de manos del presidente George Bush, lo ha abandonado a su suerte, al pedir, simplemente, que el Gobierno le conceda 'trato humano'. La mayor esperanza de Rusesabagina radicaba en Estados Unidos, donde reside, pero Washington, evidentemente, prefiere mirar hacia otro lado y no desairar a su fiel aliado en la estratégica región de Grandes Lagos.
La situación en Ruanda no concita demasiado interés en un mundo sometido a una pandemia, aunque su historia reciente es digna de la gran pantalla o de una serie de plataforma de pago. Para la opinión pública, el genocidio de tutsis y la búsqueda de culpables concitan todo el escaso interés, pero este no es un film donde los roles de verdugos y víctimas se hallen bien definidos. La milicia del Frente Patriótico Ruandés alcanzó el poder y desplazó a los asesinos de los machetes. Ahora bien, ahí no acaba la narración, tan solo se complica.
El líder militar Jean Paul Kagame se hizo con la presidencia en 2000 y dos décadas después permanece en el poder, mientras sus rivales sufren una alta mortalidad que no se antoja natural. La ONG Human Rights Watch (HRW) ha denunciado que el partido gobernante ejerce un control político total y que los críticos tienden a acabar en la cárcel, mueren o desaparecen. En las elecciones presidenciales de 2017, el dirigente consiguió el 98% de los votos, el segundo, Philip Mpayimana, el 0,73% y Frank Habineza, el 0,48%. El vicepresidente de este último había sido hallado decapitado en un bosque ocho años antes.
Hay muchas posibilidades de iniciar una carrera política en Ruanda y acabar en una celda. La justicia de la república de las mil colinas, que según HRW, no es completamente independiente, también puso sus ojos en Victoire Ingabire, que volvió de Holanda para encabezar una plataforma contra Kagame. Acusada del delito de revisionismo del genocidio, tabú en el país, fue condenada a ocho años de prisión. Mientras cumplía la pena, el Tribunal Supremo revisó su caso y añadió siete más. Hace dos que fue objeto de la gracia presidencial y permanece en estado de libertad vigilada.
El guión de la película ruandesa, a veces, se antoja enloquecido. El cuerpo desnudo de Diana Rwigara, frustrada candidata a los comicios de 2017, fue divulgado en internet y, un mes después de las votaciones, fue detenida junto a su madre. Permaneció en prisión durante un año antes de que se le retiraran todos los cargos. Ahora bien, nada puede asemejarse al drama del músico Kizito Mihigo, autor del himno nacional devenido en crítico del sistema. Aparentemente, se suicidó el pasado mes de febrero mientras permanecía bajo vigilancia policial.
La historia reciente de Ruanda debería ser, curiosamente, una narración épica de superación. En los últimos quince años, la pequeña excolonia belga, carente de grandes recursos, ha reducido la miseria del 70% de la población a menos del 40% gracias a sus altos índices de crecimiento y desarrollo minero y agrícola, la expansión urbana de su impoluta capital y la puesta en marcha de una red de infraestructuras ejemplar en África Oriental. Pero el reverso tenebroso del milagro económico es la supresión de toda disidencia. Paul Rusesabagina ha sido el último damnificado. 'Hotel Ruanda' no finaliza con la salida de los huéspedes de su refugio. El suspense continúa.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.