Mikel Ayestaran
Enviado especial. Marrakech
Sábado, 9 de septiembre 2023
Yasmina Bennani, una periodista que reside en Amizmiz, cerca del epicentro de Iguil, en la cordillera del Atlas, supo relatar en pocas palabras el terremoto de 7,2 grados de la escala Richter que en la noche del viernes devastó gran parte de Marruecos. «Sólo ... duró treinta segundos, pero parecieron años». Una escasa porción de tiempo que bastó para acabar con la vida de al menos 2.497 personas -es la cifra tras el último recuento-, dejar muchos más heridos (2.421) y destruir un número incalculable de edificios. Pocas regiones se libraron del cruento temblor, uno de los mayores de la historia del país alauí y que también pudo percibirse en la mitad sur española, Portugal y Argelia.
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Las manecillas del reloj apenas habían superado las once de la noche –una hora más en España– cuando la cama en la que descansaba Bennani fue zarandeada y una sensación de terror atravesó su cuerpo. Ella vivía en una casa hecha de ladrillos de arcilla y salvó su vida porque salió de la habitación «corriendo hasta la calle» al tiempo que gritaba para que su madre hiciera lo mismo. La vivienda colapsó poco después, como muchas en la región y en otras áreas colindantes. Horas más tarde Marruecos amaneció salpicado de escombros, con un paisaje de paredes agrietadas y millones de personas intentando buscar descanso tras vivir toda la noche a la intemperie por miedo a las peligrosas réplicas sísmicas. Familias enteras permanecieron acurrucadas en las aceras con niños cubiertos por mantas.
Siete provincias atrajeron la mayor porción de la tragedia, con la gran mayoría de los fallecidos en el área rural más próxima al núcleo del seísmo y de difícil acceso. El auxilio de las víctimas queda por tanto en manos de las Fuerzas Armadas, desplegadas con urgencia «siguiendo las instrucciones del rey Mohamed VI, comandante supremo y jefe del Estado Mayor», según un comunicado militar. El monarca se encontraba de vacaciones en Francia cuando su país quedó sepultado por la tragedia. Anoche suspendió su descanso y regresó a Marruecos.
Los militares se afanan aún en despejar las carreteras para que puedan pasar las ambulancias y llegue la ayuda a las poblaciones afectadas. Pero la gran distancia existente entre las localidades de montaña supone un impedimento. Además, las vías están atestadas de vehículos que tratan de huir sorteando las piedras caídas.
Entre las grandes ciudades fue la histórica Marrakech, cuyo casco medieval es patrimonio de la humanidad, la que más daño sufrió por el choque de placas tectónicas registrado a ocho kilómetros de profundidad. Muchos edificios se desplomaron en la ciudad vieja, entre ellos el minarete de la mezquita Koutoubia, del siglo XII, caído sobre la plaza Jemaa al-Fna destrozando todos los vehículos allí aparcados. La torre tenía 69 metros de alto y era conocida como el 'techo de Marrakech'. También la famosa muralla roja mostraba grandes grietas en una sección y partes caídas.
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Allí este diario pudo comprobar cómo Noor, que acaba de cumplir 2 años se encontraba entre las familias que quedaron sin hogar. Su llanto silenció los gritos de su familia durante el terremoto. La pequeña se echó a llorar como nunca sus padres le habían visto. «Vivimos en el último piso de un edificio de adobe y madera de la ciudad vieja y tuvimos que aguantar hasta el final del temblor para bajar a la calle. Fue eterno», recuerda su padre, Khalid Arradi. Su nuevo domicilio es el parque situado frente a la estación principal de autobuses de la ciudad. Han intentado regresar a casa, pero al encontrarse en el corazón de la detracción la Policía no les permite el acceso. «¿Qué podemos hacer? Rezar y esperar que no tengamos nuevas réplicas». La imagen se repite a lo largo de la ciudad, con parques y plazas llenas de gente y más gente.
La familia de Noor ha salido con lo puesto. Ni juguetes, ni agua, ni comida. «El consuelo es que estamos vivos y que Noor ya no llora. Está feliz en el parque, jugando con otros niños. Ojalá nunca recuerde lo que hemos vivido», cuenta su padre. La segunda noche a la intemperie acogió también a miles de vecinos de Marrakech, el terremoto les castigó con dureza, pero el clima es al menos clemente.
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Muy cerca de la familia Arradi descansaba un grupo de amigas y vecinas de un bloque próximo a la central de ferrocarriles que también se quedará en el parque «hasta que todo pase», explica Amina Ben Sharif. Es la más veterana y vivió el terremoto de 1975, «pero éste ha sido mucho más fuerte. No se pueden comparar». Ellas no han recibido ninguna ayuda durante el día. Lo que piden es apoyo emocional para superar el estrés y el trauma, y no se han acercado a sus casas. «Hicimos lo que hay que hacer en estas situaciones, salir con lo puesto, correr a un espacio abierto y ahora pedimos a Alá que la cosa mejore».
Amina habla y el resto escucha con atención. Descansan sobre una gran manta de colores y observan el intenso tráfico en las calles. Las ambulancias vuelan entre el mar de vehículos que colapsan las arterias principales de la cuarta ciudad de Marruecos. Al caos habitual se le suma el miedo y la tensión por el temblor.
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«Ha sido fuerte, potente, pero lo peor de todo se lo han llevado en las zonas rurales, en los pueblos más alejados es allí donde este terremoto se ha llevado la mayor parte de vidas», lamenta Amina, quien sigue las noticias y el balance de muertos en su teléfono móvil.
2.012 personas
han perdido la vida víctimas del seísmo. Todas las previsiones apuntan que las cifras aumentarán.
Centros de salud, hospitales, servicios de ambulancias y fuerzas de seguridad quedaron superados en todo el territorio afectado. En la mayoría de los casos los rescates de las víctimas atrapadas entre los cascotes se depositaron en las manos de los propios residentes, que durante todo el sábado trabajaron arduamente a mano para intentar encontrar vida entre los escombros mientras esperaban la llegada de equipo pesado.
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Los marroquíes quedan condenados a vivir en vilo durante las próximas jornadas ante el riesgo de una réplica de gran intensidad que reviva el pánico que recorrió el país la noche del viernes. Las cifras no para de subir con el paso de las horas y ya han comenzado los funerales. Las autoridades han decretado tres días oficiales de luto y en los parques de Marrakech piensan que al menos hasta que pase ese luto no van a volver a sus hogares.
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