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javier guillenea
Domingo, 2 de febrero 2020, 21:20
Acabo de mirar el último dato que ha difundido la FAO. Hay cantidad de nubes de langostas. La mitad de Kenia está invadida», responde Felipe Pascual, catedrático de Entomología de la universidad de Granada. La web de la Organización de las Naciones Unidas para ... la Agricultura y la Alimentación parece un parte de guerra, la crónica de una invasión extraterrestre o de la imparable extensión de una enfermedad devastadora. El mapa está salpicado por círculos de varios colores. El rojo es el peor, el que indica que el desastre ya ha llegado y la destrucción es inevitable. La mayoría son rojos.
En Kenia, avisa la FAO, «los enjambres inmaduros continúan llegando al noreste y se mueven por las áreas del norte y el centro, habiendo invadido trece condados hasta la fecha. Algunos enjambres han comenzado a poner huevos que eclosionarán a principios de febrero y podrían comenzar a formarse nuevos enjambres a principios de abril en los condados del norte».
En Etiopía, «los enjambres continúan presentes en las áreas orientales, incluido el Ogaden, mientras que algunos continúan avanzando hacia el sur y hacia el valle del Rift». Para empeorar las cosas, «otra generación de reproducción aumentará aún más el número de langostas». Y en Somalia, «los enjambres están poniendo huevos y su eclosión es inminente».
El panorama es dramático. «La situación actual de la langosta del desierto sigue siendo extremadamente alarmante y representa una amenaza sin precedentes para la seguridad alimentaria y los medios de vida en el cuerno de África. Esto se exacerbará aún más por la nueva reproducción que ha comenzado, lo que causará más infestaciones de langostas», advierte el parte de la FAO.
Día tras día, el organismo informa sobre los avances de la mayor plaga de langostas del desierto que ha sufrido Kenia en setenta años. En Somalia y Etiopía no se veía algo parecido desde hace un cuarto de siglo. Enormes enjambres, algunos de hasta sesenta kilómetros de largo por cuarenta de ancho, están devorando cosechas enteras sin que nadie haya podido detenerlos. Es un ejército imparable formado por millones de insectos.
La langosta del desierto es un ortóptero parecido al saltamontes del tamaño de un dedo índice y de unos dos gramos, el mismo peso de comida que puede ingerir al día. Sus enjambres, que pueden contener hasta 150 millones de individuos por kilómetro cuadrado, pueden desplazarse 150 kilómetros diarios y devorar, como mínimo, doscientas toneladas de vegetación de una sentada. Uno solo de ellos es capaz de destrozar en una jornada cultivos que podrían alimentar a 2.500 personas durante un año. Son unos bichos voraces que no le hacen ascos a ningún alimento aunque muestran una especial preferencia por granos esenciales para el ser humano como el arroz, el maíz y el trigo. A su paso no dejan nada. «Cuando van a un sitio lo arrasan, es como si pasara un cortacésped», describe Felipe Pascual.
La plaga que amenaza con provocar una hambruna en una región donde 11,9 millones de personas padecen inseguridad alimentaria irrumpió hace seis meses en el noroeste de Etiopía desde la Península Arábiga. En octubre entró en el centro y el sur de Somalia y a finales del año pasado alcanzó Kenia. Es probable que en las próximas semanas continúe su avance hacia Sudán del Sur y el norte de Uganda. Los insectos que iniciaron el viaje no son los mismos que los que ahora están encendiendo todas las alarmas. «Un enjambre fuerte -explica Pascual- puede permanecer activo entre uno y dos meses pero la plaga puede durar más si vienen otros grupos de lugares distintos o si ha habido langostas que han salido más tarde de la misma zona».
Las langostas del desierto han dañado durante siglos la producción agrícola de África, Oriente Medio y Asia. Es un desastre natural que aparece en la Biblia, en forma de plaga enviada por Dios a los egipcios. «Nunca había habido tantas como entonces, ni las habría después. (...) Cubrieron la faz de toda la tierra y la tierra se oscureció; y se comieron toda planta de la tierra y todo el fruto de los árboles», relata el Antiguo Testamento. Nada ha cambiado desde entonces.
Llevan una vida solitaria hasta que llega la estación de lluvias que les proporciona suelo húmedo donde desovar y una abundante vegetación para alimentarse. Si, como sucedió en 2018 y 2019, ha sido un año de mucha agua y eclosionan muchos huevos a la vez, el estrecho contacto entre las ninfas hace que se vuelvan gregarias y cuando les salen alas alzan el vuelo en gigantescos enjambres. «Tienden a volar agrupándose, como si lo hicieran hacia adelante y hacia dentro. Las que van en cabeza van descendiendo y son sustituidas por otras, es como una rueda. Son máquinas de comer, no paran de hacerlo», asegura Eduardo Galante, presidente de la Asociación Española de Entomología (AEE).
Este ciclo se repite cada dos o tres años, que es la frecuencia con la que se producen las plagas. Nada nuevo en realidad, es lo que sucede desde hace milenios. La diferencia en este caso es la intensidad. La velocidad de propagación y el tamaño de los enjambres que están asolando el cuerno de África se hallan muy por encima de la media. Además, se teme que el número de insectos se multiplique por 500 en marzo, cuando lleguen de nuevo las lluvias.
«Conocemos cómo y por qué se forma la plaga pero combatirla es otra cosa, aún no sabemos cómo pararla», reconoce Felipe Pascual. La mejor manera es actuar «con insecticidas que inhiben la síntesis de la cutícula» cuando los insectos son ninfas y aún no tienen alas, pero para eso hay que contar con sistemas de alerta temprana para encontrarlas y eso es algo que escasea en África.
Cuando ya están en el aire la única forma de frenarlas es fumigar los enjambres desde aviones con potentes insecticidas, que es lo que están haciendo las autoridades de los países afectados. Aseguran que las sustancias que utilizan no son dañinas para el medio ambiente, pero Eduardo Galante cree que no cuentan la verdad. «No creo que estén usando productos biológicos. Imagino que emplearán insecticidas agroquímicos, que son contaminantes».
Si esta sospecha es cierta, a los habitantes de las regiones afectadas les espera un futuro complicado. «Cuando se vayan los enjambres lo que va a quedar es un terreno contaminado por las fumigaciones y todas esas sustancias las acabarán comiendo las personas y el ganado. Además, como los agroquímicos también acaban con los enemigos naturales de otras plagas, vendrán otras después de las langostas», pronostica Galante. Es la hambruna, que llama a las puertas como ya lo ha hecho otras veces. Mientras tanto, en algún lugar recóndito de África, millones de ninfas aguardan que les crezcan las alas.
El Gobierno de Somalia declaró este domingo la situación de emergencia nacional por la plaga de langostas que está sufriendo África oriental, un brote como no se había visto en 25 años y cuya magnitud amenaza los medios de vida y la seguridad alimentaria de millones de personas.
«Debemos dedicar nuestros mayores esfuerzos a proteger la seguridad alimentaria y los medios de vida del pueblo somalí. Si no actuamos ahora, nos arriesgamos a una grave crisis alimentaria que bajo ninguna circunstancia nos podemos permitir», señaló el ministro de Agricultura somalí, Said Hussein, según recogió el portal local Goobjoog News.
El reconocimiento de la plaga como situación de emergencia nacional busca que se concentren e incrementen los medios de lucha disponibles, pero también que Somalia consiga financiación adicional para luchar contra el problema.
La agricultura y la ganadería son una fuente de alimento esencial para la sociedad somalí, pero ambas actividades se han visto gravemente afectadas por la plaga, especialmente durante los dos últimos meses.
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