Gerardo Elorriaga
Bilbao
Sábado, 28 de diciembre 2019
Decenas de estudiantes que viajan en minibuses, vendedores ambulantes, policías y peatones, perecieron ayer cuando un coche bomba explosionó, a primera hora, en la capital somalí Mogadiscio. No existen estadísticas oficiales y la política local es muy remisa a proporcionar datos, pero las ... últimas estimaciones hablan de más de noventa muertos y, al menos, setenta heridos de consideración. La deflagración tuvo lugar en uno de los accesos de la ciudad, en la carretera que la comunica con la vecina ciudad de Afgoye y cerca de un centro de recaudación de impuestos. El atentado no ha sido reivindicado, pero se sospecha de la autoría de Al-Shabab, la milicia islamista aliada de Al-Qaeda que controla amplias zonas del centro y sur de la república africana.
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El cruce donde se produjo el ataque se hallaba muy concurrido porque se trataba de las primeras horas de la semana laboral en un país musulmán y los indicios apuntan a la voluntad de provocar un gran número de afectados y generar el pánico. Entre las víctimas se hallan dos ingenieros turcos que participaban en unas obras en la vía pública. Las características y dimensiones de la masacre recuerdan otra precedente que también se produjo en un espacio público. Entonces, la tormenta de fuego originada por la detonación de un camión cargado de combustible alcanzó decenas de vehículos y provocó 586 muertos, muchos de ellos pasajeros de los coches y transeúntes. La organización radical no reivindicó el acto, posiblemente por el enorme rechazo social que originó.
La matanza se produce tan sólo tres semanas después de que hombres armados asaltaran un hotel en el centro urbano. A lo largo de este año se han sucedido las incursiones de hombres armados contra este tipo de establecimientos y las oficinas de la Administración. El pasado 1 de agosto falleció el alcalde Abdirahman Omar Osman, víctima de un ataque a la institución municipal.
La inseguridad de Mogadiscio queda de manifiesto una vez más y su constancia resulta más peligrosa cuando la agenda política local para el año 2020 implica sustanciales cambios. La Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) finaliza oficialmente el próximo 31 de mayo y, según la hoja de ruta, se producirá una primera retirada de tropas dentro de dos meses. En este contexto de vulnerabilidad, el país también habría de enfrentarse a la celebración de sus primeras elecciones democráticas.
La situación política de Somalia parece hallarse en un callejón sin salida, a pesar de los esfuerzos internacionales. Hace doce años, las fuerzas apoyadas por Estados Unidos y la Unión Europea se hicieron con el control de la capital y, desde entonces, su expansión ha alcanzado otras regiones como Jubbaland o Galmudug, en el centro y sur. La expansión económica posterior, gracias al comercio de ganado y carbón, y la regeneración urbana de Mogadiscio, convertida en un foco de desarrollo, no han podido evitar las constantes agresiones de Al-Shabaab, las tendencias secesionistas de regiones como Somaliland o las acusaciones de corrupción generalizada en la clase política.
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La guerrilla perdió sus posiciones en torno a la ciudad en 2011 y ha sido desalojada de otras áreas urbanas, aunque sigue controlando extensas zonas rurales. Según todas las fuentes, también se ha infiltrado en la Administración e, incluso, en el tejido económico y político del nuevo Estado, beneficiándose del progreso y accediendo a información privilegiada. Esta posición de fuerza explicaría el ataque, hace dos meses, al campamento estadounidense de Baledogle, que le reportó un arsenal de armas y explosivos. Las fuerzas de Washington atacan a los milicianos mediante operaciones selectivas mediante drones que buscan descabezar a la red yihadista.
El régimen cuenta con el apoyo bélico de Occidente, la Unión Africana, Kenia y Etiopía, aunque Turquía se ha convertido en un aliado fundamental gracias a una estrategia de apoyo en todos los capítulos, incluido el militar. El régimen de Ankara cuenta en las inmediaciones de Mogadiscio con el campamento castrense más grande fuera de su territorio. El presidente Abdullahi Mohamed ha intentado establecer vías de diálogo con la milicia, incluso ofreciendo una amnistía, pero los resultados han sido infructuosos. Curiosamente, la élite política se nutre con regularidad de antiguos líderes extremistas reconvertidos a la práctica pacífica y democrática.
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Un total de 568 muertos, muchos de ellos pasajeros y transeúntes, dejó otra masacre de mayores dimensiones que recuerda a la actual en un espacio público. En esa ocasión, la tormenta de fuego originada por la detonación de un camión cargado de combustible alcanzó decenas de vehículos.
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