gerardo elorriaga
Domingo, 7 de marzo 2021, 23:20
Las ráfagas de arma automática suelen alterar la vida de Mogadiscio. Pueden suponer el enésimo asalto islamista a un hotel o la contundente respuesta de un convoy emboscado. Hasta ahora, ninguna manifestación, otro raro fenómeno en la ciudad, había sido disuelta a tiros. ... Hace tres semanas, una convocatoria del opositor Foro de Partidos Nacionales fue dispersada violentamente. Al parecer, se produjo un intercambio de disparos entre las fuerzas de seguridad y el servicio de vigilancia de los manifestantes con un saldo de diez muertos. El suceso resulta más perturbador que cualquiera de las masacres terroristas porque evidencia las profundas tensiones internas del régimen. El país africano se enfrenta a una grave crisis institucional que amenaza su precaria estabilidad.
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La república carece de autoridad. Legalmente, el mandato del presidente, Mohamed Abdullahi Farmajo, finalizó el 8 de febrero y, desde entonces, el Gobierno y sus rivales mantienen una disputa sobre el rumbo político que se debe tomar. Las parlam entarias y ejecutivas, previstas para diciembre, no llegaron a celebrarse y esta suspensión implica el fracaso del actual gabinete, que asumió en 2017 la misión de democratizar el Estado. El dirigente pretende llevar a cabo los comicios el próximo año, mientras que el resto de fuerzas reclaman su cese y la creación de un consejo nacional de transición que establezca una nueva fecha electoral. La oposición denuncia la imposibilidad de dialogar con el Ejecutivo.
Lo increíble no es que el sufragio universal se haya pospuesto 'sine die', sino que incluso se haya planteado seriamente. El país se halla en guerra y sus infraestructuras son aún muy frágiles. La islamista Al-Shabaab controla vastas extensiones del centro y sur, hay más de 2,6 millones de desplazados y la seguridad es precaria. Mogadiscio constituye el blanco de tantos ataques suicidas como Bagdad o Kabul. Hace dos días, un atentado contra un restaurante causó 25 víctimas mortales. Además, la milicia ha manifestado su intención de impedir las elecciones.
Pero la guerra contra el islamismo radical no explica esta crisis. La realidad es mucho más compleja. Los bandos no se hallan tan bien perfilados y los verdaderos intereses ni siquiera se vislumbran. La antigua colonia italiana es un país dividido por su sistema de clanes y subclanes, y esa condición explica la convulsa situación. La pertenencia a uno y otro resulta más importante que una ciudadanía difusa. Desde que, hace treinta años, el Estado colapsara, estas fuerzas, sometidas a volubles alianzas, se han enfrentado por el poder y el control de los escasos recursos, principalmente agua y pastos. Los 'señores de la guerra' se apoyaban en estos vínculos tribales para medrar y convertirse en respetables dirigentes políticos.
La división territorial también obstaculiza el proceso. Somalia es un país federal formado por cinco provincias dotadas de presidente y parlamento propios. Además, Somaliland, al noroeste, se ha proclamado completamente independiente y sigue su propio curso. Estas divisiones tampoco son ajenas a las estrategias de los clanes. Las elecciones han sido obstaculizadas por Puntlandia y Jubaland, al norte y sur, respectivamente, que reclaman mayor protagonismo en las decisiones conjuntas y capacidad para gestionar sus economías y, sobre todo, sus yacimientos petrolíferos.
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La pugna entre Gobierno y oposición también lleva el sello del clan. Desde la huida del presidente Siad Barre, en 1991, los Hawiye, mayoritarios tanto en la capital como en el resto del país, han controlado la política. La conquista del poder por Farmajo, del colectivo Darod, el segundo del país, supuso el ascenso de esta familia y la incorporación a la élite dirigente de la diáspora, convertida en otro 'lobby' de presión. Para compensar la alternancia, Hassan Alí Khaire, el primer ministro, procedía de la casa Hawiye. Las diferencias entre ambos provocaron la destitución del segundo.
Los clanes se proyectan en el Parlamento. El anterior se basaba en la elección de 13.750 por delegados de los principales clanes, los Hawiye, Darod, Dir, Isaq y otros, que, a su vez, seleccionaban a los 275 diputados. El sufragio universal debía romper esta hegemonía tradicional, pero las discrepancias en torno a la ley y las comisiones electorales encubren las aspiraciones de una clase dirigente que se resiste a perder sus prerrogativas. Su economía recibe anualmente más de 1.250 millones de euros en concepto de remesas junto a sustanciosas ayudas directas de Occidente, Turquía y los países del Golfo. El último informe de la ONG Transparencia Internacional calificó a Somalia como el país más corrupto del mundo.
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El pulso político enfrenta a dos dirigentes prestigiosos. Sharif Sheik Ahmed, el líder del opositor Himilo Qaran, aparece como el gran rival del actual presidente. Conocido como el 'padre de la Somalia moderna', fue el líder de la Unión de Cortes Islámicas, las milicias que gobernaron la capital antes de que las tropas etíopes la ocuparan y permitieran la implantación de un gobierno laico apoyado por Occidente. Los postulados ideológicos del candidato abogan por culminar la transición y dotar al país de un homologable Estado de derecho. Esa trayectoria como moderado y contemporizador avalan las pretensiones de alcanzar la jefatura, aunque nadie duda de que su pertenencia a los Hawiye impulsa la ambición presidencial.
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