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Gerardo Elorriaga
Miércoles, 25 de agosto 2021, 01:27
La ruptura de las relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos, anunciada por Ramtane Lamamra, ministro de Asuntos Exteriores del primero, constituye tan sólo un hito más en una larga historia de odio entre los dos grandes países magrebíes. El anuncio es tan sólo el colofón ... de una enemistad que, en las últimas siete décadas, se ha dibujado con dientes de sierra. Los intentos de reconciliación siempre han resultado defraudados por crisis agudas como la actual. En cualquier caso, el conflicto bélico directo no parece una opción razonable entre Argelia, uno de los mayores importadores de armas del mundo, y Marruecos, el mejor amigo de la Casa Blanca en el norte de África.
El conflicto saharaui y los supuestos apoyos de Rabat a dos milicias que operan en Argelia han sido las causas esgrimidas, pero se antojan excusas para explicar el nuevo escenario de tensión extrema y ocultar dificultades internas, especialmente para Argel. El gigante africano está inmerso en una transición política inconclusa, sometida a la presión popular y circunstancias tan adversas como una ola de incendios que ha provocado 90 muertos y que las autoridades creen impulsada por estos grupos, uno independentista cabileño y otro de ideología islamista.
El proceso de descolonización y el modelo político adoptado han enfrentado a ambos países, rivales por la hegemonía en el Magreb. Tras ciertas tensiones violentas, Marruecos obtuvo la independencia en un proceso de negociación con Francia y España de la mano del rey Mohamed V. En cambio, París se opuso a unos territorios que consideraba tan franceses como el propio Hexágono. La liberación de Argelia fue el fruto de una contienda de extrema brutalidad que dio protagonismo al Frente de Liberación Nacional y, sobre todo al estamento militar. La Administración de Rabat mantuvo su fidelidad a una sociedad conservadora y prooccidental, y la argelina se decantó por un proceso revolucionario con protagonismo castrense y siempre cercano a la órbita socialista. El recelo, en plena Guerra Fría, estaba servido.
La facultad de Europa para dibujar fronteras con tiralíneas agudizó el conflicto. La adjudicación de la zona occidental a Argelia privó al reino alauí de importantes yacimientos de gas y petróleo. El monarca Hassan II mantuvo el sueño de un Gran Marruecos con la ocupación del Sahara Occidental, que los militares argelinos, como en un juego de tres en raya, han tratado de impedir a través de su apoyo al Frente Polisario.
La violencia materializó la primera ruptura. El atentado del hotel Atlas en Marrakech en 1994 fue interpretado como una maniobra de los servicios secretos del país vecino y provocó el cierre de una frontera de 1.900 kilómetros, repleta de murallas y vallas. Desde entonces, los dos Estados han vivido aparentemente de espaldas con interpretaciones muy diversas de fenómenos comunes como el deseo de democratización y el impacto del islamismo político. Marruecos ha propiciado una apertura controlada en la que el Rey mantiene sus prerrogativas y Argelia, tras padecer una guerra civil, sufre las consecuencias de la 'primavera árabe' más tardía, con elecciones boicoteadas por el hirak o movimiento popular que, hasta el pasado año, llenó sus calles.
La pugna argelino-marroquí se ha convertido en un argumento de interés mediático cuando la crisis económica motivada por la pandemia aún golpea y las demandas de liberalización siguen vigentes en una y otra sociedad. La reanudación de la guerra saharaui, el conflicto de soberanía en el oasis de El Arja o la denuncia de que Marruecos habría utilizado el sistema de espionaje telefónico Pegasus para acceder a las comunicaciones de la elite argelina, han sido los últimos argumentos usados para reanudar el pulso y distraer a la opinión pública en tiempos complejos.
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