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El 15 de octubre de 1997, un hombre silencioso, de ademanes calmados, vestido de un riguroso negro marca de la casa y de nombre Francisco Rabanera Cuervo, entró en la cárcel cántabra de El Dueso, enmarcada en el hermoso paisaje que rodea Santoña, para confrontarse ... con una memoria muy dolorosa. Pocas imágenes puede resultar más antagónicas que la libertad creativa y las fulgurantes pasarelas internacionales de la moda colocadas en contraste con el ambiente oprimente de un centro penitenciario, por reconvertido que este se encuentre; y que el recuerdo lacerante de un padre fusilado en 1937 por su militancia comunista en aquella España que se desangraba por las costuras de su convivencia a causa de la Guerra Civil. Francisco Rabanera, heredero del nombre de su progenitor ajusticiado y diseñador de éxito bajo el seudónimo afrancesado de Paco Rabanne, se quedó huérfano a los tres años. Dos después, el modisto guipuzcoano salía del país junto a su familia.
Aquella luminosa mañana del otoño de hace un cuarto de siglo, Rabanne compartió autobús hasta el penal construido en la playa de Berria con los allegados de los otros 13 presos a los que «la intolerancia», según la definió él mismo, les arrebató la vida y tendió una pesada sombra sobre la de todos los suyos. Los reunió la Fundación Sabino Arana del PNV, para rendir un homenaje a los fusilados que se solapó con los mensajes de condena por el asesinato del agente de la policía autónoma vasca Txema Agirre, perpetrado apenas un par de días antes por ETA a las puertas del Museo Guggenheim de Bilbao a punto entonces de ser inaugurado. El acto, que concitó una notable expectación alimentada en buena medida por la presencia de un Rabanne que se esforzó por no distinguirse de la emoción del resto de familiares, se convirtió en una ceremonia de reconocimiento a las víctimas de toda intransigencia y en un canto a la reconciliación.
«Ese es un momento que España tiene que olvidar y superar sin rencor», afirmó Rabanne sobre la contienda iniciada con el levantamiento franquista de 1936, en una breve intervención. El modisto apenas pudo contener el llanto en el minuto de silencio que se guardó en memoria de los fusilados y de Agirre.
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