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Alonso no estaba maleado. No había redes sociales y era más de barrio que de platós. Se buscaba la vida en Puerto Banús y tenía 25 años. Era patrón de cabotaje porque llevaba su puerto (el de Motril) en vena. Nació junto al mar ... motrileño y allá, en Marbella junto a los yates, un amigo le propuso acompañarlo a los castings de Gran Hermano 2 (era 2001) .
«Vimos un anuncio en el periódico y yo apenas había visto GH 1 porque me pilló interno estudiando. No me lo planteé, no pensé en lo que se piensa actualmente de ser rico y famoso... pero mi amigo, me apuntó a las pruebas, aunque yo iba por él», cuenta este motrileño que tiene ahora 44 años y se siente en la flor de la vida, tal y cómo él dice.
Alonso Jiménez Barbero fue pasando los castings y se vio dentro de la casa de Gran Hermano, ese personaje de Orwell que se transformó en un 'show de Truman' en Guadalix de la Sierra. La primera edición había descolocado al país con la idea de ver la vida en directo de jóvenes encerrados para relacionarse. «Yo creo que la clave para que me cogiesen fue mi naturalidad, era fresco, alegre, inocente... me anunciaron que estaba dentro con un pergamino en una botella», recuerda con cariño.
Este motrileño tan solo tiene buenos recuerdos: «ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Entramos un grupo de gente muy apañada con los que sigo teniendo contacto. Tenemos un grupo de whatsapp y otro con concursantes de otras ediciones, al menos una vez al año, nos juntamos en Madrid», cuenta este buscavidas que es propietario del chiringuito Novus de Playa Granada.
Alonso cuenta que estar encerrado era extraño y que llegaba a agobiar. «El hecho de querer salir a comprar una bolsa de pipas y no poder, ya daba ansiedad», cuenta este granadino que se siente satisfecho al recordar que Mercedes Milá dijo en su momento que la suya, cuando lo sacaron de la casa, era una de las mejores entrevistas que había hecho.
El motrileño con frescura se quedó el quinto o el sexto (no recuerda), no tuvo conflictos y encontró el amor en la casa. «Bueno, como se suele decir, todo se magnifica. La relación con Mari fue de roce y de cariño... nos seguimos viendo, ha venido este verano al chiringuito», expresa este estudiante que tiene hecho interiorismo y que ahora está haciendo un grado de arquitectura de interiores. «Yo no me paro, me busco la vida», apunta Alonso que cualquier día, hace las maletas, y vuela de su Motril.
A Alonso nunca se le subió la fama a la cabeza y eso que lo siguen reconociendo. Trabajó después en Crónicas Marcianas y siempre le dijo Sardá que el objetivo era pasarlo bien. «Y así me lo tomaba. Una noche enseñé los calzoncillos de manera espontánea... tal y como yo era», cuenta este adulto con aires de chaval con experiencia y buen corazón. Ahora, dice que no participaría en ningún programa así, que a él le gustaba la espontaneidad y no ese mundo televisivo artificial.
Su mejor día, dice, fue la salida de la casa y ver a su familia. Después le costó asimilar el éxito. A veces se sentía agobiado y al principio, tiró de psicólogos para aceptar su nueva realidad. «Algunas puertas se me han cerrado por haber pasado por Gran Hermano, pero han sido muchas más las experiencias buenas y la gente es cariñosa conmigo», señala este motrileño soñador, que sigue siendo el mismo, pero que, durante unos meses vivió para España entera, encerrado en una casa, sin mar de fondo, y con cámaras que grababan esa naturalidad de ojos azules y sonrisa amplia que conquistó a la audiencia.
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