Con nostalgia adelantada, una mujer suspira: «cuando empiece otra generación, desaparece el socialismo». Sólo hay dos personas que empuñan una bandera del PSOE en la plaza donde Ángel Gabilondo celebrará un acto electoral en Leganés, uno de los barrios obreros más importantes de la periferia ... de Madrid. Nadie lleva la de España. «La cogí de la carpa, no han traído muchas», explica María Carrasco, de 75 años. «Necesitamos un presidente honesto». ¿Cree que Gabilondo va a ganar? «La cosa está muy achuchadilla». La mayoría de estos vecinos tiene más de medio siglo en Zarzaquemada, adonde el candidato llega en un Lexus híbrido, con un golpe en el costado. «Aquí en Leganés lo tenemos claro», asegura Antonio Gutiérrez, un jubilado del barrio.
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En su visita a algunos pequeños comercios, cercados por edificios de nueve plantas, a Gabilondo le favorece la distancia corta, a pesar de su traje a medida con corbata en medio de gentes que visten polares de mercadillo y zapatos sin marca. Al exrector de universidad incluso se le descubre una veta humorística, de broma ocurrente y respetuosa, dicha con media sonrisa que, si bien no provoca hilaridad, sí sirve para desarmar la formalidad. «Te esperamos aquí más veces», le dice un vecino, al que da la mano. Y Gabilondo le responde: «Pero vendré desayunado».
Aunque llama a tener «un debate serio» y sin «descalificaciones», su electorado pide que entre de lleno en el duelo contra Ayuso. «Están viendo las cosas tan malas que hace esta desgraciada y no hacen nada», comenta por lo bajo una mujer mientras Gabilondo, detrás de un atril en medio de una plaza, construye un discurso sin mayor oponente que la del PP. Los demás candidatos apenas asoman como 'atrezzo' entre estos votantes fieles de la izquierda. Y Gabilondo, sin levantar la voz, no decepciona. «Casi me han pedido que haga el favor de ganar», asegura. «No solucionar los problemas de los ciudadanos es corrupción y antipolítica». Hay aplausos, más bien lánguidos, y algunos levantan un cartón con el lema «Seguir avanzando».
Pero a Gabilondo le falta la convicción, tal vez la osadía, de Ayuso, porque suele empezar las frases con un condicional: «Si nosotros ganamos...», una incertidumbre contagiosa en su electorado. «Que gane el que tiene que ganar pero no me gustaría que ganara la que va a ganar», comenta uno con vocación de refranero, mientras el candidato socialista promete no tocar la «fiscalidad», hacer un nuevo presupuesto o reforzar la sanidad pública.
Una espontánea del público interrumpe a gritos para denunciar actual la gestión de la pandemia. «Señora, yo no podría haberlo dicho mejor», felicita el candidato, a la que luego dirá exasperada: «¡En España no hay comunismo, qué manía!». Entonces, ¿gana Gabilondo? «Lo veo difícil», se muestra pesimista Josefa Merino, que asiste al mitin en familia y se acaba de despedir de su hija. «Lo que más me gusta es que habla con sinceridad, dice que no va a hacer milagros. No como la otra, que se queda en la mitad de las cosas».
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En esta campaña atípica, en el que los mítines se disfrazan de ruedas de prensa, con una convocatoria a tono con la pandemia, los militantes que viven en este feudo socialista tienen una pequeña esperanza: «Si cada uno de nosotros le escucháramos media hora, todo cambiaría», sostiene Pablo García, miembro del PSOE de 48 años. «Pero estamos en la era de Twitter con ideas simplonas. ¿Queremos un profesor o alguien cuyo plan electoral es 'vamos a tomarnos unas cañas'. Esto es lo que hay. Sólo están ellos dos».
Cuando finaliza, Gabilondo se deja querer por los vecinos. «¡Presidente, presidente!», corean. Algunos se acercan, él se muestra paciente y comprensivo. Emprende el regreso con una estela de unas 20 personas, entre curiosos y personal de su equipo. A cierta distancia, le sigue Jesús Jiménez, metalúrgico desde los 16 años y luego taxista hasta su retiro, que ha visto pasar «muchos candidatos» por el barrio.
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«Nunca le he votado al PSOE, siempre al Partido Comunista. Me gustaría que salga, pero apoyado por otras fuerzas». Gabilondo se detiene a dar un «gracias a todos». Alguien le apura: nos tenemos que ir a otra cosa, le pide. Él obedece. «Esto es maravilloso, pero exigente», reflexiona antes de subir al coche. Prefiere el asiento de adelante, al lado del chófer.
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