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El «con este Iglesias, no» ha durado un mes. La frase diseñada por los estrategas de la Moncloa para disipar el temor a que Ángel Gabilondo reeditara en Madrid un ejecutivo de coalición como el de Pedro Sánchez, y atraer así a los votantes huérfanos ... de Ciudadanos, es ya historia. Ahora «este Iglesias» es para el candidato socialista «Pablo, querido Pablo», el líder de una formación con cuyos escaños aspira a contar para evitar un Gobierno de Isabel Díaz Ayuso apoyado por Vox y un aliado con el que ya no descarta gobernar. «Tenemos que tener en cuenta cómo muestra sus preferencia y sus opciones la ciudadanía y a partir de eso ya decidiremos», dijo ayer en un acto en Alcalá de Henares.
Los artífices de la campaña socialista, y el propio candidato, justificaron este volantazo, escenificado ya parcialmente el miércoles en el debate electoral de Telemadrid, en la negativa expresa del cabeza de cartel de Ciudadanos, Edmundo Bal, a pactar con el PSOE y su disposición a volver a hacerlo con Ayuso. Lo cierto es que hace ya semanas que la formación de Inés Arrimadas venía advirtiendo de que no podrían contar con ella. La posición de Bal no fue una sorpresa y lo que se esconde detrás del giro es, en realidad, el fracaso de un plan en el que el jefe de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, ya pinchó en las últimas generales: la conquista del centro.
Los datos son contundentes. En el tiempo que ha durado la campaña, la trasferencia de voto de Ciudadanos hacia el PSOE apenas ha llegado al 5%. Según el CIS del socialista José Félix Tezanos publicado ayer, sería menos aún, un 3,3%. Si a eso se une que también un pequeño número de personas que en 2019 votaron a Gabilondo ahora se manifiestan decididos a votar a Bal, el saldo a favor de los socialistas sería de poco más de 17.000 votos, es decir, ni siquiera lo que cuesta un escaño, en torno a 21.000 votos. En la Moncloa, sin embargo, adujeron ayer que ya se han arañado en ese terreno 45.000 votos, algo que «solo Gabilondo podía hacer en la izquierda» , y que ahora toca abrir una nueva fase. Todo bien y previsto de antemano, según su explicación.
Otras fuentes en el PSOE admiten, sin embargo, que sus escasas esperanzas de gobernar después del 4 de mayo se centran, ya desde el pasado fin de semana, en una movilización del electorado de izquierdas que ellos a duras penas están consiguiendo. Pedro Sánchez hizo hincapié, en el mitin telemático que protagonizó el domingo en Ferraz, en que lo importante era que los progresistas no se quedaran en casa. Y Gabilondo profundizó ayer en esa idea. «Si me animan, diré que hay que votar al PSOE, pero no hace falta que me animen; lo imprescindible es ir a votar -llegó a decir-. Hago una llamada a los progresistas y una llamada a la unidad de la izquierda».
En Unidas Podemos y Más Madrid, el partido de Mónica García e Iñigo Errejón, el nuevo enfoque del candidato socialista fue bien recibido. «Es una evidencia que la alternativa al PP y la ultraderecha es un gobierno de coalición de izquierdas, como lo es en el país y en otros muchos sitios», dijo Pablo Iglesias en una entrevista en RNE. El exvicepresidente segundo del Ejecutivo de Sánchez advirtió en todo caso que «con las ideas de la derecha no se gana a la derecha», un claro reproche a las promesas con las que hasta ahora el candidato del PSOE ha tratado de seducir a los desencantados de Ciudadanos, como no tocar los impuestos o la educación pública. «Si queremos cuidar la sanidad y educación pública tenemos que financiarla», dijo.
Errejón, que ha visto cómo su partido crece en intención de voto a medida que se acerca la fecha de las elecciones, recordó que él siempre ha defendido que en Madrid «el horno no está para vetos» y llamó al optimismo. El líder nacional de Más Madrid se mostró convencido, CIS en mano, de que tanto Ayuso como el bloque de la derecha ya «ha tocado techo», porque su electorado llegó muy movilizado a la campaña, y remarcó que el apoyo a las fuerzas de izquierda aún tiene margen de crecimiento.
El temor en el PSOE, donde una vez más se respira cierto resquemor hacia Redondo por el hecho de que Sánchez decidiera poner en sus manos la estrategia electoral casi sin contar con la dirección del partido, es que los diez días que faltan para los comicios no sean suficientes para revertir tendencias y que el requiebro de última hora sea en balde.
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